Odiaba el entorno en el que vivía. O mejor dicho, el entorno en el que mi padre me había obligado a vivir. Antes de las elecciones, de pronto recordó que tenía una hija. Me parece que, de no ser por su jefe de campaña, ni siquiera se habría preguntado cómo estaba su niña después de la muerte de mi madre.
Vale, ya no soy una niña. Tengo casi diecinueve. Como dice Eva, nuestra empleada, es la edad perfecta para disfrutar de la vida. Pero hasta ahora no he tenido el placer de hacerlo. Pensé que llegaría junto con el dinero y una vida acomodada bajo la protección de mi padre, pero no… algo salió mal.
—¿Dónde demonios estás? —le susurré al teléfono a mi amigo Dima—. ¡Aquí hay un montón de gente!
—¡Perfecto! —gritó él. Parecía estar junto a los altavoces, porque apenas podía oír su voz—. Nos vemos junto a la piscina. Te encontraré.
—Está bien…
Apreté los puños. ¿Por qué demonios había aceptado la invitación de Dima para venir a esta fiesta? No era mi lugar. Había demasiada gente. Olía a alcohol y a marihuana mezclados con perfumes caros. Además, aquella mansión lujosa, que parecía un museo renacentista, estaba a punto de ser destruida por una multitud de jóvenes fuera de control.
Tratando de no rozar a nadie, me abrí paso hasta la piscina. Dima me había dicho que trajera bañador, pero eso habría sido demasiado. De todos modos, no pensaba unirme a aquel espectáculo que ocurría en el agua: bailes salvajes al borde de la orgía. Tal vez solo soy una aguafiestas.
—¡Ahí estás! —Dima me abrazó por la cintura y me besó en la mejilla—. Ya pensaba que habías huido a casa.
—Estuve a punto.
—No digas tonterías. Tenemos que divertirnos bien antes de que empiece el nuevo semestre.
—Llevas todo el verano haciendo precisamente eso.
—Sí, yo sí. Pero tú —me señaló con el dedo— no. Estás totalmente desfasada.
—¿Desfasada?
—Exacto. Es mi diagnóstico. Así que relájate, conoce a alguien, haz algo loco… Te hace falta.
—No estoy segura de necesitar eso —miré a un chico y a una chica que estaban tan pegados que parecía que intentaban tocarse los estómagos con la lengua—. Por cierto, ¿de quién es esta fiesta?
Dima apartó la mirada, y supe enseguida que no me gustaría la respuesta.
—De Dominik —murmuró—. Es su cumpleaños.
—¿Ník Soliar?
—¿Conoces a muchos chicos con ese nombre? Claro que Soliar.
Mentalmente maldije a mi amigo. De no ser por la cantidad de testigos, lo habría hecho en voz alta. Pero no podía arruinar la reputación de “niña buena” que mi nueva familia tanto necesitaba.
—¿Estás loco? ¿Por qué no me lo dijiste antes? —me di media vuelta para irme, pero Dima me sujetó la mano.
—Eh, espera. ¿Te enfadaste porque no trajiste regalo? No te preocupes, yo tampoco.
—¿Regalo? ¡Por favor! Es que su padre… —miré alrededor para asegurarme de que nadie nos oía, aunque a nadie le importaba—. Su padre es el principal rival del mío. En los negocios y en la política. Si en casa se enteran de que vine…
—No se enterarán, tranquila. Es que Ník organiza las mejores fiestas. No me lo habría perdonado si no te traía, al menos, a una de ellas… —De pronto, Dima vio a una compañera de clase y su interés por mí desapareció al instante—. Lo siento, tengo que irme.
—¿Qué? ¿Vas a dejarme aquí?
—¡Verónica borracha es una oportunidad que llevo esperando medio año! Sería un idiota si la desperdiciara.
—¿Verónica borracha te importa más que tu amiga?
—No más, pero mi amiga no va a hacer conmigo lo que Verónica. Dicen que ella puede…
—¡No quiero oírlo! De verdad, para. ¿Cuándo vas a pensar en algo que no sea sexo? —suspiré.
—Nunca. Tengo que trabajar por los dos. Intento compensar tu castidad, para que haya armonía en nuestro dúo.
—¡Qué noble de tu parte! Gracias por el sacrificio.
—De nada, siempre a tu servicio. Bueno, ¡me voy! —me guiñó un ojo—. Diviértete, Stef.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no mandar todo al demonio e irme. Solo me frenaba la idea de tener que soportar la cara de mi madrastra si volvía a casa temprano. Si tenía que elegir entre compañeros borrachos o ella, prefería lo primero. Probablemente.
Decidí beber algo; el calor me raspaba la garganta. Lo más suave que encontré en la barra fue champán. Al fin y al cabo, ¿qué podía pasar por una copa de burbujas? No sabía a gran cosa.
Por fin el DJ puso música más decente. Incluso empezó a gustarme el ambiente. Y, poco a poco, me sentí más cómoda. Me relajé, empecé a sonreír y a reírme. Bajé la guardia tanto que permití que un desconocido me toqueteara mientras bailábamos, algo que normalmente era impensable para mí. Cada vez tenía más sed. A pesar del aire acondicionado, me moría de calor y me faltaba el aire.
La cabeza me daba vueltas. Vi puntitos brillantes y las personas a mi alrededor comenzaron a duplicarse. Algo me pasaba. Un momento quería reír, al siguiente estaba al borde de una crisis. Y luego vino la náusea. Perfecto, una noche inolvidable.
Necesitaba tumbarme. En algún lugar tranquilo. Solo unos minutos, hasta recuperar el aliento antes de pedir un taxi. Abriéndome paso entre cuerpos sudorosos, logré llegar al segundo piso. Allí todo era más silencioso y espacioso. Probé varias puertas, buscando una habitación donde descansar. Lo ideal sería una ducha fría…
Por fin una puerta cedió. Entré en una habitación medio a oscuras y la cerré tras de mí. Me dejé caer lentamente al suelo, exhalé. Solo entonces me di cuenta de que no estaba sola.