La élite

2.1

Diana nos esperaba en el restaurante. Como siempre, perfecta. Era demasiado deslumbrante para mi padre; él no la merecía. Vestía un corto vestido blanco, el cabello recogido en una alta coleta, los labios pintados de rojo. Todo parecía cuidadosamente elegido para despertar mi imaginación. Era su pequeño juego: llevarme al límite mientras me mantenía a distancia. Al principio me divertía, pero con el tiempo empezó a irritarme.

Recuerdo perfectamente el día en que aquella mujer apareció en nuestra casa. Justo seis meses después de que mi madre se mudara a Italia. Mi padre la presentó como su futura esposa, aunque, oficialmente, aún no se habían casado.

—Ya he pedido todo —anunció ella, besando a mi padre en la mejilla—. Espero no haberme equivocado con la elección.

—De todos modos, no tengo apetito —murmuró él, sentándose a su lado.

—¿Por qué? ¿Día difícil?

—Algo así.

Diana desvió la mirada hacia mí. Fingía ser una madrastra atenta con una habilidad casi teatral, aunque nuestra relación desde el principio se había desarrollado en otro plano. Yo quería vengarme de mi padre, así que disfrutaba cruelmente arrebatándole lo que más valoraba. No sabía por qué dormía conmigo Diana. No creo que fuera amor, pero no me importaba. Ambos obteníamos lo que queríamos, y eso bastaba. Hasta hace poco.

—¿Cómo fue el partido?

—Mal.

—¿Los Tigres perdieron?

—Estrepitosamente.

—Lo siento. Pero no te preocupes, la próxima vez…

—Comamos en silencio, ¿quieres? —interrumpió mi padre.

Lisa era la única que no percibía la tensión en la mesa. A sus seis años aún no entendía el ambiente tóxico en el que vivía. Tras elegir solo los trozos de queso de su ensalada, apartó el plato y cruzó los brazos.

—Quiero algo dulce —anunció, ignorando los intentos de Diana por inculcarle hábitos saludables—. ¿Cuándo traen el postre?

—Puedes elegirlo tú misma —Diana señaló la vitrina con los pasteles.

Lisa bajó del asiento, pero se avergonzó de cruzar sola el salón.

—Quiero ir con papá.

—Ahora llamo al camarero —dijo él.

La niña bajó la mirada, decepcionada.

—Pero quiere ir contigo —intervine—. Casi no pasas tiempo con ella. Al colegio la lleva el chófer, a las actividades la acompaña la niñera, y con sus amigas voy yo. Así que haz un esfuerzo y acompáñala tú, al menos a por ese maldito pastel.

El viejo se tensó tanto que una vena le palpitó en la frente. Si no hubiera gente alrededor, ya estaría gritándome amenazas, pero ahora tenía que mantener las apariencias. Con un gesto brusco arrojó la servilleta y se levantó.

—Claro, cielo —dijo entre dientes—, vamos.

En cuanto se alejaron unos pasos, Diana rozó mi mano bajo la mesa.

—Relájate —susurró con una sonrisa endemoniadamente seductora.

—Como si fuera tan fácil…

—¿Quieres que te ayude?

—No. No hoy. —Retiré su mano y me aparté un poco—. No es el momento.

—¿Por qué? Últimamente estás muy distante.

—¿En serio no lo sabes? Nuestras “reuniones” están saliéndonos demasiado caras.

—¿Hablas de Skadovska?

—Sí.

—No creo que nadie le crea ya. Una drogadicta, además se golpeó la cabeza. No hay de qué preocuparse.

—¿Y si sí lo hay?

Diana miró a mi padre y a Lisa, les sonrió y agitó la mano.

—Si lo hay… harás lo que sea necesario para que se calle.

Yo lo sabía perfectamente. Apenas conocía a Skadovska. Estudiábamos en facultades distintas; solo nos habíamos cruzado un par de veces por los pasillos. Uno de los asistentes de mi padre me contó que venía de un pueblo miserable, donde sobrevivía con sus abuelos casi mendigando. No estaba mal el salto: de la miseria al mejor instituto del país.

—Debo ir al hospital a verla.

Diana asintió.

—Solo ten cuidado.

—Por supuesto.

Lisa regresó feliz con dos trozos de pastel en el plato.

—Nick, te traje uno.

—Gracias. —Dejé que me diera un bocado con su tenedor—. Está riquísimo.

—¿Y a mí me das un poco? —le guiñó Diana.

—¡No! —Lisa cubrió su plato con servilletas, protegiendo su tesoro como si fuera sagrado.

Esa sí era una verdadera amenaza para Diana. No Skadovska, no mi padre, sino Lisa. Cuando creciera, sería ella quien le pondría los pies en la tierra.

—Terminen, es hora de volver a casa. Estoy cansado —dijo mi padre—. Nick, mañana vienes conmigo a trabajar.

—Tengo clases.

—Pues las faltarás.

—¿No puedes ir solo?

—Yo sin ti puedo arreglármelas. Tú sin mí, no. Si quieres seguir viviendo de mi dinero, tendrás que aportar algo al negocio. Al fin y al cabo, algún día todo esto será tuyo.

—No puedo esperar.

Mis palabras le arrancaron una risa. Dio un sorbo de vino y se recostó en el asiento.

—El tiempo pasa más rápido de lo que crees.

A veces imaginaba la vida sin él. Un accidente, un ajuste de cuentas, o simplemente que no despertara una mañana. ¿Sufriría? Lo dudaba. ¿Me quedaría con Diana? Ni loco. Vendería todas sus propiedades, los coches, los terrenos, me llevaría una maleta y a Lisa, y desaparecería al otro lado del país. A un lugar donde nada de esto pudiera seguirme.

Pero esos planes aún no tenían cabida. Por ahora solo podía vivir el presente, intentando salir del barro que me hundía cada vez más. Primero debía resolver el asunto con Skadovska. Después, todo sería más fácil.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.