La élite

3.1

Nick me miró a los ojos como si intentara calcular cuán rota estaba y si todavía tenía la oportunidad de rematarme. Yo, por mi parte, trataba de mantenerme firme, aunque no estoy segura de haberlo logrado tan bien como me hubiese gustado. Las ojeras, las venas amoratadas por los goteros, los vendajes, las suturas en la cabeza… todo jugaba en mi contra.

—Lo que pasó en aquella fiesta fue un malentendido —comenzó.

—¿En serio?

—Lamento que hayas sido testigo de ello.

—Y yo que pensaba que lamentabas otra cosa. No sé por qué, pero me atreví a esperar que hubieras venido a pedirme perdón.

Nick se humedeció los labios, como si degustara mis palabras. Y por su expresión, no le gustaron nada.

—Niña, estás confundida.

¡Otra vez esa condescendencia! ¿Será que viene con la edad o la implantan en el ADN de los hijos de millonarios? Cuando nací, mi padre era apenas el alcalde de un pequeño pueblo al este del país. Su ascenso económico vino después, lejos de mí y de mamá. Tal vez por eso crecí siendo una persona normal.

—¿Ah, sí? ¿Y en qué me equivoco?

—Tú entraste a mi casa. Irrumpiste en mi habitación. Nos insultaste a mí y a Diana. Eh… dime, ¿por qué debería disculparme?

—No sé… Tal vez por haberme dejado morir.

—Tonterías —resopló, ocultando su irritación detrás de una sonrisa. Seguía siendo arrogante, pero ahora desviaba la mirada.

—Esperaban que no sobreviviera. Que me llevara su sucio secreto a la tumba y todos felices. Pero algo salió mal... —aparté la almohada y me incorporé un poco. Que no crea que le tengo miedo—. Me da igual con quién se acueste quién. No es mi asunto, no me interesa. Pero nunca te perdonaré lo que vino después. Al diablo, mi madre y yo recogimos un zorro atropellado de la carretera y lo cuidamos hasta que pudo volver a caminar. Y ustedes dejaron a una persona.

—Estabas drogada. Los adictos ven cosas peores.

—¡No soy una adicta!

—¿No? Los tabloides dicen otra cosa.

—Pronto tendrán nuevos titulares.

—¿Qué estás insinuando?

Por fin Nick se quitó la máscara. Lo vi inquieto, y eso me dio una satisfacción auténtica. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía bien.

—Callé, Solyar. Callé porque hasta el último momento quise creer que te quedaba algo de humanidad. Esperaba una simple disculpa. ¿Era demasiado? Pero… ya veo que con gente como tú hay que hablar otro idioma.

—¡No te atreverás! —se levantó de la silla y se acercó a mí. En ese momento, el guardia golpeó con fuerza la ventana, obligándolo a calmarse—. No lo harás —escupió entre dientes—. Nadie te va a creer.

—Tal vez.

—Si no cierras esa bocaza, voy a convertir tu vida en un infierno.

—Arderemos juntos.

Nick apretó los puños. Respiraba con dificultad, y sus ojos me perforaban igual que aquella noche maldita.

—Idiota…

Entendí que ya no tendría un diálogo normal con él. Levanté la mano para llamar a tío Sasha. De inmediato apareció junto a mí y, tomándolo por el hombro, obligó a Solyar a levantarse.

—Es hora de irse —dijo, empujándolo hacia la puerta.

—¡Con cuidado! ¿Sabes siquiera quién soy?

—Un pedazo de mierda —le expliqué yo.

El guardia torció el gesto.

—La mierda no tiene cabida en un hospital —terminó de empujarlo—. Aquí todo es estéril.

No pude evitar sonreír. A solas conmigo, Solyar se creía muy duro, pero frente a tío Sasha, no tenía ni media oportunidad. No están en la misma liga.

Él cerró la puerta y se arregló el saco.

—Pero en serio, ¿quién es este pelele?

—El hijo de Konstantin Solyar.

—Maldición… Ahora voy a tener que contratar guardaespaldas para mí también.

—No te preocupes —le dije, restándole importancia. Tomé el móvil y abrí mi perfil de Facebook. Curiosamente, después del golpe a mi reputación, mi popularidad en redes había crecido—. ¿Puedo pedirte un consejo?

—¿A mí?

—Ya sé lo que opina mi familia.

—¿Y no te convence?

—No.

—Bueno, suéltalo.

—Hay una persona que me hizo mucho daño. Y tengo información comprometida sobre ella. ¿Crees que debería hacerla pública?

—¿Quieres vengarte?

—Sí.

—¿Estás segura de que te hará sentir mejor?

—Creo que me encantará verla caer.

Tío Sasha se encogió de hombros.

—Si no le temes a las consecuencias, hazlo pedazos —adivinó de inmediato a quién me refería—. Yo te cubro.

—Es justo lo que necesitaba oír. ¡Gracias!

—Espero que no me despidan por esto…

—Todo saldrá bien.

Solyar dio el primer golpe. Ahora yo iniciaba la guerra contra él. Ya veremos quién gana.




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