La élite

7

Stef

Alexander encendió la música y salió del garaje. En el coche olía a su perfume, una mezcla de mentol y menta que me recordaba a los arbustos del jardín de mi abuela. Ella solía arrancar hojas y agregarlas al té. Nunca me gustó esa infusión, pero el aroma sigue evocando aquellos días. Quizás por eso me sentía tan cómoda junto a mi guardaespaldas. A diferencia de papá, en él había algo sencillo, hogareño, casi familiar.

—¿Estás bien? —preguntó, observándome por el retrovisor.

—Sí —asentí.

—Te noto tensa.

—Es que mi amigo está enfermo. Me preocupa.

Dima llevaba dos días sin aparecer en la universidad. Me aseguraba que era solo un virus estacional, pero era sospechoso que ese virus lo atacara justo después de su pelea con Nick. Yo pensaba que el motivo era otro: Dima siempre se preocupaba por su apariencia, así que probablemente le daba vergüenza mostrarse con un moretón en la cara.

Me sentía culpable por las molestias que estaba sufriendo por mi culpa. Así que, a pesar de todas sus negativas, decidí ir a verlo antes de clase.

—¿Podemos cambiar un poco la ruta de hoy? —pregunté, mirando el reloj.

Alexander frenó ligeramente.

—Claro, pero tendré que informar a tu padre. Son las reglas.

—¿En serio? —me indignó—. ¿Ahora ni un paso puedo dar sin su aprobación?

—No, Stef, puedes hacer lo que quieras. Pero luego tendrás que informar dónde estuviste, con quién, y por cuánto tiempo.

—¡Eso no es normal! En mi infancia ni se interesaba por mí, ¡y ahora se vuelve controlador!

—Cuando eras niña, no podías dañar su reputación —Alexander se dio cuenta de que había dicho demasiado y cerró la boca—. Perdón.

—No pasa nada. Es cierto.

—Entonces, ¿a dónde vamos?

—Kelecka 19. Espérame frente al edificio, solo serán unos minutos.

—¿Y si allá…?

—No pasará nada. ¿No confías en mí?

—En ti sí confío. En los demás, no tanto… Solo me autorizan a llevarte a la universidad.

No pude evitar recordar las amenazas de Nick.

—¿Y quién dice que en la uni es más seguro?

—Es una institución prestigiosa. Con seguridad, cámaras, profesores…

—Y un rey local —se me escapó.

Saltándome la primera clase, llegué al edificio de Dima. Antes iba con frecuencia, incluso tenía llave propia del portal. Creo que sus padres esperaban que termináramos siendo pareja. Tal vez, si no persiguiera cada falda que pasa… pero ahora preferiría meterme a monja antes que salir con un mujeriego.

—Me quedaré dos pisos más abajo —me aseguró Alexander mientras subíamos en el ascensor—. ¿Distancia suficiente para tu espacio personal?

—Para la ilusión de espacio personal —corregí—. Pero sí, mejor eso que nada.

—Grita si…

—¡Ya basta!

Toqué varias veces el timbre y esperé a que abriera. Cuanto más tardaba, más me llenaba la ansiedad. Algo andaba mal. Lo llamé.

—¡Ábreme, soy yo! —grité al escuchar su murmullo.

—Te dije que no vinieras. No quiero que te contagies —tosió varias veces, de forma demasiado forzada—. Stef, es mejor que te vayas…

—Dime la verdad. ¿No estás solo? ¿Quién es esta vez?

—No hay nadie. Solo que… —suspiró—. ¿Igual vas a entrar?

—Sí.

—Está bien. Ya voy.

Por fin escuché girar la cerradura.

—¡Por fin! Ya sabía que… —me detuve a mitad de frase. Me tapé la boca con la mano para no gritar y alertar a Alexander. Si él veía el estado de mi amigo, lo agarraría por el cuello y lo llevaría a un detector de mentiras. Y de ahí, a vigilancia 24/7…

Dima estaba destrozado. Su cara hinchada, los labios sangrando, puntos de sutura sobre la ceja. Apoyado en la pared, respiraba como si tuviera algo atorado en la garganta. Se parecía mucho a cómo yo estaba tras el accidente.

—¡Dios mío! ¿Qué te pasó? —quise abrazarlo, pero temí hacerle daño—. ¿Te atacaron? ¿Quién fue?

—A mis padres y a la policía les dije que me asaltaron. Ahora están buscando mi billetera, que en realidad está debajo del colchón.

—¿Y la verdad?

—La verdad… —bajó la mirada—. Stef… Tal vez deberías cambiarte de universidad. Psicología se estudia en muchos sitios…

Supe enseguida a qué se refería.

—¡Nick! ¿Fue él?! ¡Maldito! ¿Cuándo?

—Eran cinco.

—¡Fue por mi culpa!

—Por eso no quería que vinieras. No digas tonterías, no es tu culpa. Él ya era un imbécil contigo antes.

—Pero antes no te golpeaba a ti. Esa es la diferencia —no podía quedarme quieta—. Ya está… se acabó para él.

Dima me tomó la mano, intentando calmarme. Vi la preocupación en sus ojos, y claramente no era por él mismo.

—Aléjate de él. Por favor… A veces, es mejor retirarse a tiempo.

—¿Retirarme? ¡¿Después de esto?! ¡Jamás! —respiré hondo—. No se lo voy a perdonar.

—Y yo no me lo perdonaría si te pasa algo.

—Voy a estar bien —los médicos decían que nací con estrella. Sobreviví a un accidente, puedo sobrevivir a Nick Solyar—. Descansa. Si necesitas algo, dímelo… Yo tengo un asunto urgente que atender.

Dima negó con la cabeza. No le gustaba mi determinación. Pero yo hervía de ganas de vengarme de Nick. Se había convertido en una obsesión. No podía pensar en otra cosa mientras la rabia me nublaba la vista. Era hora de soltarla.




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