La élite

11.1

— ¿Me sigues? —gruñí, tratando de esquivarlo—. Esto no es gracioso.

— ¿Para qué te perseguiría, si tú literalmente caminas hacia mis manos? ¿Psicología de víctima, Skadovska? —rió con sorna.

— Eres pésimo psicólogo.

Me hice a un lado, dejando pasar a las chicas de la fila, y me dirigí con urgencia hacia Dima. Ni yo sabía por qué. Como si el solo hecho de verlo me diera algo de protección. Como si Solyar, al verme acompañada, tuviera un mínimo de respeto —aunque con él, los límites no existían. Ya no me extrañaría verlo invadir mi cuarto una noche.

— Tranquila —me sujetó suavemente por la manga—. ¿A dónde corres como si te persiguiera un huracán?

¿Cómo me molestaba lo vulnerable que me hacía sentir junto a él? Era como un gatito atrapado junto a un rottweiler. Podía tener garras y colmillos, pero no era capaz de defenderse. Solo me quedaba bufar y esperar un milagro.

— Me esperan —murmuré, mirando hacia el banco donde dormía Dima.

— Ese desastre, ¿dices? —murmuró él entre dientes, alzando la mirada hacia el chico dormido.

— Tiene nombre —le contradije.

— Mala elección de acompañante —se encogió de hombros—. No notará siquiera si te secuestran.

— ¿Y por qué querrían secuestrarme? —pregunté con ironía.

— No sé… quizá debiste a alguien peligroso. Quizá ese peligroso plan de venganza ya está en marcha —y, con burla teatral, puso su mano frente a mi boca como si fuera a asfixiarme con cloroformo—. Te drogarían, te subirían a un coche con lunas oscuras y te llevarían a un lugar sin gente.

Retrocedí con rabia y aparté su mano de mi rostro.

— Para eso primero tendría que conseguir un taxi —dije con firmeza—. Su coche sigue estacionado en la universidad.

Desvió la vista hacia el collar que llevaba.

— Eso me lo quedo —dijo con tranquilidad—. Considéralo como parte del pago atrasado.

No habían pasado tres segundos y ya había arrancado el collar de mi cuello. Él se lo guardó sin dudar. Era tan bajo como inesperado. Era el único recuerdo que tenía, el único adorno que nunca me quitaba. No valía mucho, oro barato, con un colgante minúsculo de estrella, con tres piedritas de circonio (dos las perdí en el colegio). Pero para mí era un tesoro.

— ¡Devuélvelo! —grité mientras él metía el collar en su chaqueta—. ¡Me lo dio mi madre!

Nick solo alzó los hombros con indiferencia.

— Que ella te compre otro.

— No podrá —contesté con voz temblorosa. — ¡Murió, desgraciado!

Por un instante vi algo raro en su mirada. ¿Confusión? ¿Remordimiento? Me debió parecer. Quise creer que había al menos una chispa de humanidad allí.

— Entonces habla con tu papá —susurró, mirándome directo a los ojos. Era verdad: no había nada bueno en él. Nadie.

Sentí una rabia tan intensa que pensé en golpearlo. Darle un golpe fuerte, quebrar su falso orgullo... Alcé la mano como para abofetearlo. No iba a hacer mucho daño, pero quizá le arrancaba un poquito de su vanidad.

— Cuidado —se agitó él, esquivando mi mano con un gesto rápido—. Que si añades un gasto más a tu lista, lo pagarás con heridas nuevas.

Apreté las mandíbulas.

— Bastardo.

— Justo —volvió a sonreír—. Mira, igual te ganaste lo tuyo.

— Algún día pagarás por esto. —Lo escupí.

— Ya lo hice —contestó, apartando un mechón de mi cara, pegado por mis lágrimas. Cada toque suyo me quemaba. Cada vez más. — Me encantaría seguir conversando, pero veo que no estás de humor. Hasta otra.

— ¡Y me devuelves el collar!

— Ya lo veremos.

Y se fue. Como si nada.

Esta noche valió la pena mantenerse encerrada. Si hubiera sabido lo que me esperaba… jamás habría salido. El universo suele tener un humor retorcido, y me lanza a su juego siempre que puedo.

— Vámonos —le dije a Dima, sacudiéndolo con un empujón—. Estoy harta de esto.

— ¿Qué pasó? ¿Y mis hot-dogs? —preguntó, aún medio dormido.

— No te los mereces.

— ¿Cómo?

— Vamos a casa.

Se enfrió mi ánimo de un golpe.

— ¿Por qué tanta prisa? —susurró.

— Porque podrían secuestrarme.

— ¿Qué? —frunció el ceño.

— No importa —me encogí de hombros—. Solo llévame a casa. Por favor.

El buen humor se me esfumó, como nunca había pasado. Gracias, Nick —gruñí mentalmente—, por arruinar todo un fin de semana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.