Año 158. 20 luna de Fjōrõa.
Comunidad de North West, Primitiva.
1000 hrs.
Blake Blair.
Primitiva, la segunda sección humana en formarse dentro del Primer Continente, se compone de un vasto territorio en las cercanías del Océano Profundo y es la única región de las secciones humanas que tiene un paso de tierra al Segundo Continente, Quimérica, la sección mágica.
A pesar de lo fascinante que suena tener el único acceso del mundo al continente de los dragones, las hadas y los elfos, lo cierto es que Primitiva es el único territorio en todo el mundo que comparte el Mar Muerto con el Tercer Continente, las tierras desconocidas. Al principio fue difícil ignorar la peste y el vacío que emana desde las aguas que rodean el Tercer Continente, pero con el tiempo se ha convertido en tarea sencilla.
Las ciudades no existen en Primitiva, y los poblados o conglomerados de gente son llamados comunidades. Estas comunidades pertenecen a diferentes tribus de acuerdo a su labor. Por ejemplo, la comunidad de North West pertenece a la tribu Agricultura, pues se dedican a la cosecha de trigo y de cebada.
Los comercios en Primitiva están basados en el trueque y los mercados, por lo que existen los mercaderes, los comerciantes y las tribus nómadas que viajan en carromatos y se dedican a intercambiar mercancías a lo largo y ancho de la segunda sección.
Aunque son precisamente las tribus nómadas quienes acudieron a mi pabellón en el centro de Primitiva con una queja terrible sobre la Comunidad de North West. Esto tampoco es algo sorpresivo, el territorio de North West es el más problemático de todos, no sólo porque sus pobladores tienen grandes diferencias entre sí, sino porque es la zona en la que se encuentra la conexión al Tercer Continente.
Las quejas continuas sobre las grandes disputas en North West, los reportes de la destrucción de mercados en la comunidad y las diferencias radicales de la calidad en los productos del lugar son los descontentos más frecuentes de la complicada comunidad del noroeste.
Aunque esta vez fue diferente. Por primera vez en más de 80 años, recibí una queja enviada en conjunto por toda la comunidad de North West: algo está pudriendo sus cosechas.
Así que me dirijo al centro del meollo para esclarecer la situación y calmar los ánimos de la tribu agricultora antes de que se libere el pánico en las comunidades vecinas.
El carromato en el que me transporto es tirado por dos caballos mestizos de color café oscuro. El resoplido de los animales, el sonido de sus pezuñas contra el extenso camino de piedras y el movimiento de las desgastadas ruedas de madera son lo único que se escucha en cientos de millas a la redonda, además de los sonidos silvestres del viento y las aves.
Lo que más me preocupa de la comunidad de North West es precisamente su nula capacidad de comprensión. Los problemas que los envuelven se deben principalmente a que nunca pueden ponerse de acuerdo entre ellos. Son de mente cerrada, apegados a las viejas tradiciones, y por lo general mantienen sus granjas alejadas por leguas una de la otra.
Es posible que durante mi viaje hasta el poblado ya se hayan culpado entre sí, desatando una guerra sin bandos que termine por destruir lo poco que queda de North West. Suspiro. Los residentes de esa comunidad son tan problemáticos que, en caso de una desgracia en su territorio, las comunidades vecinas han expresado su rotunda negación para darles asilo.
Mientras el carromato se adentra en las sombrías tierras de la comunidad del noroeste, más ansío de corazón encontrar la forma de brindar la paz a sus egoístas corazones.
Finalmente, cuando el sol se encuentra en su punto máximo en el cielo, el único camino de tierra que atraviesa toda la comunidad de North West deja ver la primera granja de todas. El cochero anuncia la llegada con un par de latigazos en el aire, por lo que salgo de mis cavilaciones y me preparo para la posible contienda. Percibo un olor extraño en el aire, pero no le doy mucha importancia. A estas distancias del centro de Primitiva es difícil encontrar agua limpia y basureros decentes.
Sin embargo, cuando el vehículo se detienen y desciendo de este, me encuentro con varios vecinos de la comunidad frente a las puertas de la primera casa, acompañando al dueño y resguardando ansiosos por mi llegada.
Cuando doy un paso en el camino, los miembros de la comunidad corren a recibirme. El olor se hace más fuerte.
-Honorable Anciana.- Sus palabras de respeto me recuerdan, de nuevo, que los habitantes de North West son muy apegados a las viejas tradiciones.
-Veo que han olvidado sus diferencias- digo aliviada de que no deba interferir en una guerrilla.- El problema debe ser muy grande, entonces.
Uno de ellos, un hombre robusto de piel tostada y ojos oscuros, da un paso al frente y se quita el sombrero de paja que le cubre los cabellos castaños.
-Así es- afirma con miedo.- Es una maldición.
-¿Cómo te llamas?- le pregunto cordialmente.
-Fernando, mi señora- responde humildemente.
-Bien, Fernando. ¿Tú eres el propietario de esta granja?
Él asiente con la cabeza.
-Entonces muéstrame el problema.
El grupo de hombres y mujeres tras él emiten sonidos de negación, así que Fernando se rasca la cabeza y mira al suelo, posiblemente pensando en una forma de desviar la atención al conflicto de la situación.
-Tal vez deba explicarle primero lo que sucedió.
-De acuerdo- concedo. No me gustaría desafiar los deseos de media comunidad.
Fernando me invita a pasar a su casa, un hogar bastante acogedor de dos plantas construida a base de piedra gris y madera. Dentro se respira un olor a hierba, tierra mojada y café de olla, el aroma característico de todas las casa de Primitiva.
El dueño me guía hasta su cocina, con el resto de la comunidad siguiéndonos y haciendo que el ambiente de la estancia se torne cada vez más ansioso e inquietante. Fernando me ofrece asiento en una silla de madera tallada a mano, con terminados bruscos y cubierta con una manta de algodón doblada. Acepto la invitación y, sentada, observo al resto del grupo permanecer de pie tras el marco de la puerta. Fernando me extiende una taza de café frío y yo la recibo por cortesía.