Capítulo 1: Valkiria Decita muere
Mi voz no paraba de gritar, rogando por la vida de mi hija, que lloraba desconsoladamente, no oía más que sus gritos, le rogaba que la salvaran, a mi hija, no podía parar de decirlo, de suplicarlo, yo, la emperatriz de éste imperio, yo, la mujer que dio a luz al príncipe y princesa imperial, estaba rogando por la vida de mis hijos al emperador, su padre. No podía soportar ver morir a mi hija, la muerte de mi hijo seguía doliendo como el olor de la sangre que corría por todo el lugar. Pero el emperador, mi esposo, me miraba burlón, mientras que, a su lado, la concubina de cabello castaño me sonreía de forma superior. La cabeza de mi hija rodó, parando por su oscuro cabello como el de su padre.
—Valkiria Decita, se le condena a muerte por tratar de matar al emperador en compañía de cómplices. ¿Últimas palabras?
—Te arrepentirás, Cesar —murmuro, mientras me ponen en la guillotina. Lo último que escuché fueron sus risas complacidas.
Vaya, que interesante.
No veía nada, todo lucía oscuro, no sentía nada tampoco, no sé si tengo cuerpo o no, más solo sé que estoy existiendo y hay una voz.
No estás muerta aún, Valkiria.
¿Dónde estoy?
Estás existiendo.
¿Eso qué significa?
No te dejaré morir aún. Me intrigas mucho.
¿Quién eres?
Tengo muchos nombres, claro, pero me gusta uno que muchos usan, Dios supremo de la muerte.
¿Eso significa que siempre le recé a los Dioses equivocados?
Para nada, Valkiria Decita, siempre nos has rezado, sólo que con un nombre diferente. Es lo magnifico de ser un Dios, ¿sabías? Tenemos tantos nombres, tantas formas y tantas historias que podemos ser lo que queramos.
¿Por qué no me dejas morir junto con mis hijos, mi señor?
Porque me intrigas, has tenido una muerte tan absurda y decepcionante…
Es algo que ya sabía, mi señor.
Estoy seguro que sí, pero no sabes lo aburrido que será si no te doy otra oportunidad.
No sabía que responder a ello, tenía miedo, no entendía muy bien lo que estaba pasando, más que una maraña de pensamiento y dolor, me dolía todo, me sentía mal, no podía parar de recordar la muerte de mis dos hijos. No quería más que parar esto y no sentir nada.
Ah, Valkiria, te complaceré.
¿Disculpe, mi señor?
Te dejaré vengarte de Cesar, por supuesto. Pero tendrás que idearte cómo hacerlo, sólo tienes una oportunidad más, Valkiria.
Después de oírlo decir aquello, sentía como si me movieran abruptamente, empujada por una brisa superior hacia algún lado de éste oscuro lugar. No sé cuándo paró ni cómo llegué a donde estaba, pero cuando abrí los ojos, no estaba en esa oscuridad, podía sentirme de nuevo en un cuerpo, sentía mis extremidades, y sobre todo, oía voces de personas a mi alrededor.
—Su majestad, ¿ya ha despertado? —la voz de una mucama me hizo sobresaltarme, ¿no había muerto? —, ¿su majestad? ¿Se encuentra bien?
Mi cuerpo comenzó a doler, todo en mí dolía y los gritos empezaron a brotar, era horrible, no sabía de qué provenía ni por qué lo tenía, pero era un dolor incesante, no podía ni pararme. La mucama se asustó y empezó a correr mientras gritaba por ayuda. No podía sentir nada más que el dolor, tan centelleante como quemarme viva y tan desesperante como ahogarme.
Estás entrando en tu cuerpo de nuevo, el dolor es un signo de aceptación.
¿Podrías pararlo, por favor, mi señor?
No, Valkiria, es necesario para que te adaptes de nuevo a tu cuerpo. Renacer vale, y nosotros los dioses nos alimentamos del dolor, no te lo tomes tan personal.
Comencé a ver borroso durante dos días bajo el intenso dolor, hasta que en un momento el dolor paró, dejándome respirar tranquilamente después de tanto sufrimiento. No quería abrir mis ojos, pero me permití respirar pausadamente, con calma y sin dolor. No quería aceptar la realidad aún, no quería aceptar que tal vez todo se repita si no lo hago bien. Las memorias de mis hijos siendo decapitados seguían repitiéndose, haciéndome doler el corazón como madre. Hasta que sentí que algo se escabullía a mi lado en la cama.
—Mami —la voz infantil de un niño sonó—, mami, no mueras por favor, mami —suplicaba mientas me abrazaba.
—No moriré, Laisa —respondí, con un suspiro, haciéndome abrir los ojos. Una cabellera rubia y unos ojos verdes aparecían en mi campo de visión, su rostro estaba empapado de lágrimas.
—Mami —sorbió sus mocos y me volvió a abrazar—, las mucamas habían empezado a decir que ibas a morir y que Gytha y yo íbamos a quedarnos sólo con el emperador.
—No los dejaré jamás, Laisa, no hasta que muera —respondí, sintiendo el nudo en mi garganta. Jamás había entendido lo que era ser madre, ni el sufrimiento que éste significa, hasta que tuve a Laisa y Gytha—, ¿dónde está tu hermana, Laisa?
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Editado: 10.10.2020