La enfermera

Capítulo Uno

1

Empujo la puerta para salir del establecimiento y oigo un golpe seco antes de que me salpique la sangre. Ahogo un grito y suelto la puerta provocando que esta en un intento por regresar a su sitio me aviente hacia el suelo. Levanto la vista hacia afuera y lo único que veo es un cuerpo en la acera sobre un creciente charco de sangre. Las personas del establecimiento lo miran boquiabiertos, nadie grita o intenta acercarse, lo único que hacen es llamar a emergencias. Aturdida por lo que está pasando me levanto del suelo y me retiro del lugar a toda prisa. No necesito corroborar que la persona que ha saltado desde la sima del edificio ha muerto, con ver mi ropa llena de sangre me basta. Escucho como alguien dentro del café abre la puerta y grita tratando de llamar mi atención, pero no volteo, sigo de largo y doblo en la esquina para dejar el accidente atrás. La gente a mi alrededor camina como si nada y me es inevitable no sentir nauseas. Si todavía viviera en Acámbaro esto sería de otra manera. El movimiento en las calles se detendría, las personas gritarían por el pánico y en poco tiempo habría varias patrullas y una ambulancia en la escena. Pero aquí en la Ciudad de México, alguien que ha saltado de un edificio al parecer no es algo nuevo, por lo que la gente sigue caminando de manera normal.

Sé que no debería importarme al igual que a ellos, de hecho, por eso me he mudado a esta ciudad tan sobre poblada, porque sé que en un lugar como este alguien como yo es invisible, esta ciudad está atestada de personas tan enfocadas en sí mismas para que alguien como yo les importe, lo cual agradezco infinitamente.

— ¿Estás bien?

Doy un pequeño brinco en mi lugar y levanto la vista para mirar al hombre que está de pie junto a mí. Se le nota la preocupación mientras me mira de arriba abajo, se detiene sobre mi filipina por varios segundos, como si estuviera tratando de descubrir si estoy herida en algún sitio.

— ¿Estás bien? —repite el hombre, mirándome en esta ocasión a los ojos.

—Sí.

El desconocido me mira como si lo que le he dicho fuese una mentira.

—No es mi sangre, iba saliendo del café cuando cayó frente a mí…

Me detengo en seco. <Alguien murió frente a mí>. He estado tan cerca que incluso su sangre me ha salpicado.

Me he mudado a esta ciudad para pasar desapercibida y ahora es posible que sea testigo en una investigación. Me llevo la mano a la frente, pero la retiro de inmediato al sentir algo pegajoso. <Más sangre>. Me miro de arriba abajo, tengo una gran mancha de café mezclada con sangre en mi pierna derecha y la filipina que he estrenado hoy está llena de sangre, toda ajena y ha comenzado a secarse. Intento separar la filipina de mi piel en donde la sangre está más seca y me es inevitable no volver a sentir nauseas, necesito agua.

— ¿Está muy manchada mi cara? —le pregunto al hombre que me mira como si en cualquier momento fuera a enloquecer.

Hace una mueca y con la vista busca algo alrededor. Señala una pequeña cafetería más adelante.

—Allí deben tener un baño —dice y me sujeta por la muñeca para llevarme a ese lugar.

Doy una mirada rápida al gran edificio que está en la acera de enfrente, a donde me dirigía antes de presenciar el accidente. Estaba tan cerca de una consulta a la cual necesitaba asistir con urgencia.

El señor empuja la puerta para que entre y me doy cuenta que es la cafetería en la cual siempre compro antes de entrar a trabajar. Si no se me hubiese hecho tarde no habría tenido que comprar en la cafetería anterior y ahora estaría en el consultorio y no con un desconocido rumbo al baño de mi cafetería preferida. Camino lo más rápido que puedo hacia el lavabo de mujeres evadiendo las miradas curiosas de algunos clientes, mi acompañante empuja la puerta y una vez que estoy adentro va hacia el lavabo y abre el grifo para mí. La imagen que me devuelve el espejo una vez que estoy frente a él hace que se me revuelva el estómago otra vez, tengo el lado izquierdo del rostro cubierto de sangre la cual ha comenzado a secarse y a formar costra y mi filipina parece haberse llevado la peor parte. Ahora entiendo por qué el hombre no despegaba su mirada de ella.

El hombre coloca mis manos debajo del grifo y en cuanto el agua hace contacto con mi piel siento un escalofrío recorrerme la espalda e intento contener la respiración cuando las náuseas reaparecen. No quiero vomitar.  

—Usa esto ­—el hombre me pasa unas toallitas de papel mojado que ha hecho de improvisto.

Le miro agradecida y con cuidado me limpio el rostro mientras él humedece algunas más. Una vez que he terminado me miro al espejo y me quito la filipina, la coloco debajo del grifo y comienzo a tallar con la esperanza de que la mancha desaparezca, es la primera vez que la uso y no quiero tirarla.

El hombre camina hasta la puerta y coloca el pestillo, ahora estoy semidesnuda con el sujetador más viejo de mi armario frente a él, pero eso no es lo que más me inquieta. Me mira por un segundo y entonces comienza a desabrochar su impecable camisa azul, mi sentido de supervivencia me dice que salga de ahí, pero me es imposible mover mis piernas. De igual manera si intentara algo él está frente a la puerta bloqueándola. El hombre termina de desabotonar su camisa y la extiende hacia mí.

—No creo que la mancha salga, póntela.




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