La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPÍTULO 1: CITA A CIEGAS

CATALINA

—No pienso ir, Amelia. Esto es completamente ridículo.

—Cállate y entra al vestido antes de que me arrepienta de ayudarte —respondió con ese tono de superioridad que siempre usaba cuando sabía que tenía la razón.

Por supuesto, eso solo lo creía ella.

El vestido rojo era de tela suave y escote profundo, colgaba de mi mano como una amenaza mortal. Para nada era mi estilo. Era demasiado revelador, demasiado ajustado, demasiado todo diría yo… Pero ella me lo entregó como si fuera una prenda normal.

¿Qué de normal tenía ese trozo rojo?

—Amelia, en serio, esto es una locura. No sé ni quién es ese tipo. Podría ser un asesino. O peor, un contador aburrido.

—Oh, por favor. Si alguien está arriesgando algo aquí, soy yo. Te presté mi vestido, te hice el peinado, y hasta te dejé usar los pendientes de mi madre. Lo mínimo que puedes hacer es no arruinar esta noche que preparé con mucho esfuerzo para ti.

¿Qué cosa estaba perdiendo ella? ¿La victoria de no haber logrado que su mejor amiga consiguiera salir con un hombre?

Suspire.

No cabía la duda en que en algo tenía razón, tenía que admitirlo. No del todo, pero sí en lo esencial. Hacía más de dos años que no tenía una cita o salía con alguien. Desde Alfonso, mi exnovio de la universidad. Él prefiero cambiarme por sus compañeros de equipo, por un estúpido balón. Desde que terminé con ese chico, no ha habido ningún otro en mi vida y menos en mi cama.

Y cuando digo nada, era absolutamente nada. Ni siquiera recordaba cómo se sentía tener un hombre desnudo encima de mi cuerpo. Literalmente.

Me miré al espejo. El vestido me quedaba demasiado bien, maldita sea. Mis curvas se marcaban justo donde debían, y el maquillaje que Amelia me hizo resaltaba mis ojos verdes y mi piel clara, no era exagerado, pero cubría las pecas de mi nariz. Mi cabello rojizo cayó en ondas suaves sobre mis hombros. No sabía porque mi nueva apariencia volátil me gusto un poco, y a la vez me asusto.

—No puedo usar los pendientes de tu madre —murmuré mientras ella me los colocaba en las orejas.

—Puedes. Y debes. Te pido que lo hagas por mí, Cata. Así que no te los vayas a quitar.

Amelia era mi mejor amiga y la persona con quien compartía el espacio donde vivía, nuestro santuario, como ella lo llamaba. Y a veces, solía ser la voz que me empujaba a vivir un poco, era la que más me recordaba que había una vida fuera del hospital.

No sabía de donde se le ocurrió toda esa locura. Fue ella quien creó el perfil en la aplicación de citas sin decírmelo, quien me consiguió la cita con un completo desconocido, y quien planeo todo. Incluyendo el nombre falso que tenía que usar esta noche.

—Debes recordar que no te llamas Catalina esta noche. Eres Grace. Me gusto, siento que suena elegante, misterioso. Como una mujer que sabe lo que quiere.

—¿Y qué se supone que quiero?

—Sexo, cariño. Una noche loca y apasionada ―dio un manotazo en el aire. ―Da igual. Solo ve, y coquetea con ese hombre, y sonríele, por Dios.

Pidió aquello cuando miró mi expresión seria, más bien amargada.

Mis pies protestaron cuando me coloque los tacones. No estaba hecha para estos zapatos, de hecho para nada de esto servía yo. Trabajaba doce horas de pie, a veces hasta más. Estaba acostumbrada a correr por los pasillos del hospital, usando unos simples crocs o a veces un calzado cómodo. Estos que tenía puesto ahora me hacían sentir una dolorosa tortura.

El timbre del celular de Amelia sonó.

—¡El carruaje ha llegado por la princesa! Está esperando en la entrada. Vete ya —anunció mientras me empuja hasta afuera del departamento.

Cuando salí del edificio sentí de golpe una ráfaga de viento en la cara. Amalia no me había dado el tiempo para tomar un abrigo o algo para cubrirme. Afuera, el clima de San Francisco era frío de lo habitual, parecía que estuviera burlándose de mí. El aire golpeaba mis piernas desnudas mientras caminaba con torpeza hacia el auto que esperaba parqueado en la acera.

Ni esto era un carruaje, ni yo una princesa, como Amelia lo comentó. Era un simple taxi que ella había pedido para que me trasladara aquel lugar.

El conductor me saludó cuando entre y me acomode en el asiento trasero. El hombre ya sabía la dirección del restaurante al que me llevaría, solo yo no sabía dónde era, Amelia prefirió dejarlo como sorpresa.

¿Más sorpresas? No me gustaban, y menos las que mi amiga acostumbraba a darme.

Quince minutos después, el auto se detuvo frente a un restaurante, el cual era de los mejores de la ciudad, lo sabía por el nombre, no porque haya venido ya aquí, de hecho solo lo había visto en revistas sociales, pero aquellas imágenes no le hacían justicia a lo que mis ojos captaban ahora mismo. Parecía sacado de una película de James Bond. En letras doradas sobre la fachada decía: Le Château de Verre.

Perfecto. Ya estaba jodida.

Baje del auto con cuidado de no torcerme un tobillo y estire la tela de la parte de la falda para hacer que el vestido no se viera tan corto, pero eso era imposible. La entrada estaba iluminada por faroles de hierro y plantas perfectamente recortadas. Un chico bien vestido que creía yo, era empleado del lugar, abrió la puerta del restaurante por mí. Cruce luego de haberle agradecido.

Dentro, el lugar era aún más impresionante. Mis oídos percibieron el sonido de la música de piano, el cual sonaba con una melodía suave, había candelabros brillando colgados del techo alto. Una mujer con un traje que seguramente costaba más que mi renta, me recibió en la entrada.

—Buenas noches, señorita. ¿Puedo ayudarla en algo? —indagó con una sonrisa artificial, pero se comportó amable.

—Sí. Tengo una reservación a nombre de Grace Holloway.

¿De dónde demonios había sacado Amelia ese nombre?

Ni me sonaba natural, parecía algo más artístico como de una celebridad, esperaba que fuera inventado y que no lo haya tomado de internet. No me había dado muchos detalles de las mentiras que le dijo al extraño, solo que estaba cercas de los 30 años, que trabajaba para una agencia, y que era norteamericana. Todo eso era la versión falsa que Amelia se creó.




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