La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPITULO 4: LA CITA APENAS COMIENZA

CATALINA

Me encierro en el baño y exhalo el aire que no me había dado cuenta de que estaba reteniendo. Miro mi reflejo en el espejo. La mujer que veo parece otra, no me reconozco con este vestido rojo, los labios pintados y las pestañas perfectamente rizadas… ¿esa soy yo?

—¿Qué diablos estoy haciendo...? —murmuro, mientras apoyo ambas manos en el borde del lavabo.

Mis mejillas están ruborizadas. Mi corazón no deja de latir como si acabara de correr un maratón. Todo por culpa de ese maldito hombre de mirada imposible y voz pecaminosa. ¿Por qué tuvo que ser tan jodidamente guapo? ¿Por qué me mira así, como si supiera cada cosa que intento esconder? Cada vez que me lanza una de esas preguntas aparentemente inofensivas, siento que me está desnudando sin siquiera tocarme.

Me echo agua en las muñecas, tratando de enfriar algo más que mi cuerpo. Esto ya no es una tonta cita orquestada por Amelia para revivir mi patético historial amoroso. Esto se ha salido de mis manos desde que dije la primera mentira.

No sé cuánto tiempo llevo en el baño, pero cuando escucho que otra mujer entra, haciendo ruido con sus tacones, me obligo a recomponerme. No puedo esconderme aquí toda la noche, aunque quisiera. Ya tomé el vino, comí la comida más cara que he probado en mi vida, y ahora hay un postre esperándome… junto a él.

Seco mis manos con una toalla suave que huele a lavanda y salgo del baño con la cabeza en alto, o al menos eso intento.

Cuando regreso a la mesa, lo veo con la espalda recta apoyada en el respaldo de su asiento, con los ojos fijos en la entrada del pasillo por donde acabo de salir. Lo imaginé revisando su teléfono, distraído en quien sabe qué otra cosa, incluso hablando con alguien más. Pero no, él estaba esperándome.

Sus ojos se clavan en los míos, apenas me acerco, y su boca se curva en una sonrisa lenta, como si se alegrara verme de nuevo.

¿Acaso pensó que me había ido sin decirle al menos un simple adiós?

—¿Todo bien? —pregunta, con ese tono bajo y educado que parece tener una doble intención oculta detrás.

Asiento y me acomodo de nuevo en mi asiento.

—Sí, solo necesitaba un momento para… —¿respirar? ¿huir? ¿pensar si confieso toda la verdad?— refrescarme —termino diciendo, aunque sé que su ceja se alzará de nuevo, como lo ha estado haciendo casi toda la cena desde que le dije la primera mentira.

Y efectivamente, lo hace. Pero no dice nada más. En lugar de eso, levanta la copa de vino y da un trago lento, sin apartar sus ojos de mí. Ese maldito acento británico ni siquiera necesita hablar para hacer que mis piernas se debiliten.

¿Que tiene este hombre que me hace reaccionar de esta manera?

Creo que lo tiene todo.

—¿Pensaste en dejarme plantado aquí sentado? —dice de pronto, como si me leyera la mente.

Mi garganta se seca de inmediato.

—¿Qué? —sueno más nerviosa de lo que me gustaría admitir.

Él se encoge de hombros.

—Solo fue una corazonada. Estabas tardando mucho… y parecías bastante incómoda antes de levantarte. Es comprensible. A veces, las citas arregladas no son lo que uno espera.

¿Citas arregladas? ¿Eso fue sarcasmo? ¿Está bromeando? Esto fue una cita a ciegas. ¿Acaso lo olvidó?

Fuerzo una risa, la más falsa que tengo en mi arsenal.

—¿Y tú sí esperabas algo? —Solo suelto la pregunta sin corregirlo, no quiero meter más la pata.

—La verdad, no —responde de inmediato, sin siquiera dudarlo—. Le dije a mi tía que esta sería la última vez que aceptaría este tipo de encuentros.

¿Su tía? Amelia había dicho que fue con él con quien habló por mensaje antes de quedar para salir. ¿Hay más mentiras? Por Dios. ¿Por qué Ame no me dijo todo? Esto quiere decir que no sabe nada de la aplicación.

No sé si sea bueno o malo, pero veo que con eso él no podrá darse cuenta de si lo que le dije es mentira o no.

—¿Y qué tal te ha parecido la cita? —me atrevo a preguntar, queriendo saber qué tan mal me estoy viendo desde su perspectiva.

Él me observa por unos segundos, con esa mirada intensa, como si evaluara cada palabra antes de soltarla.

—Muy interesante ―sus palabras se arrastraron, incluso sus ojos claros se oscurecieron.

No sabía si se había referido a la cena o a mí, aunque sonó más como la segunda y con una declaración peligrosa.

—¿Interesante? —levanto una ceja, y por primera vez, me escucho a mí misma con un poco de actitud.

No sé porque, algo dentro de mí quiere provocarlo, ver si puedo sacarle algo más.

—Sí —dice con un tono bajo y medido—. Porque no todos los días una mujer hermosa e inteligente se sienta a cenar conmigo.

¿En serio le parezco hermosa?

Me remuevo inquieta en mi asiento. De nuevo regresan los nervios.

Aparto mis ojos de su cara, ya que está sonriendo como antes lo hizo.

Saco el teléfono de mi bolso para ver la hora, disimuladamente. Ya han pasado más de dos horas desde que comenzó esta locura. Mis ojos se abren un poco más, no pensé que el tiempo hubiese pasado tan rápido.

—Ha sido una noche… interesante, como tú dijiste —le sonrío y coloco la servilleta sobre la mesa—. Pero ya es tarde, y debo volver a casa.

Me pongo de pie, aliso el vestido como si eso fuera a devolverme el control que siento que perdí hace rato. Estoy a punto de girarme cuando él también se pone de pie, y antes de que dé otro paso, su mano toma suavemente mi muñeca.

En eso siento un cosquilleo en esa zona que el toco y luego esa sensación me recorre hasta el brazo hasta llegar a mi espalda. Reprimo un escalofrió.

—Es curioso… —dice con esa voz baja— yo pensaba que la cita apenas comenzaba.

Lo miro, confundida. ¿Cómo que apenas comenzaba? ¿Qué está diciendo?

—¿Perdón?

—Tenía pensado llevarte a otro lugar. Si me lo permites.

Estoy a punto de negarme. Tengo las palabras formándose en mi boca, listas para salir como una ráfaga. Pero él me interrumpe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.