CATALINA
El calor de su boca sobre la mía es como una chispa que enciende algo más que mi cuerpo. He dejado de fingir que tengo el control de mí misma, ya ni siquiera busco excusas para estar aquí, incluso he dejado de sostener la idea absurda de que esto es solo una cita.
Mis manos traidoras se aferran a su camisa. No sé en qué momento me incliné sobre la mesa, solo sé que nuestras copas cayeron con un golpe sordo sobre la alfombra, y a ninguno de los dos nos importó. Él me sostiene por la cintura como si no quisiera dejarme ir, como si le perteneciera. Y no sé por qué… pero no lucho contra esa estúpida idea.
El beso se intensifica, y ya no hay vuelta atrás. Sus manos recorren mi cintura con urgencia, como si temiera que me escapara de su lado. Pero ahora no tengo intención de huir. No cuando cada célula de mi cuerpo clama por más.
Los dedos de una de sus manos se entierran en mi pelo, despeinándolo sin cuidado, mientras su boca se mueve contra la mía con una mezcla de dominio y desesperación. Yo respondo con igual fervor, mis uñas clavándose levemente en su espalda a través de la fina tela de su camisa.
—Liam… —murmuro entre jadeos cuando sus labios se desplazan hacia mi cuello, marcando un camino ardiente hacia mi clavícula.
—Dime que me detenga y lo haré —susurra contra mi piel, aunque sus manos ya están deslizándose por mis muslos, empujando la tela de mi vestido hacia arriba.
No respondo. Aunque mi cabeza me diga que está mal esto, no puedo detenerlo y tampoco quiero a hacerlo. En lugar de eso, arqueo mi cuerpo hacia él; es una invitación clara.
Con un gruñido ronco, me levanta en sus brazos como si no pesara nada. Mis piernas se enroscan alrededor de su cintura instintivamente mientras camina hacia lo que supongo que es su habitación. El mundo se reduce a su calor, a su olor, a la forma en que su respiración se acelera contra mi piel.
Mi espalda se golpea suavemente contra las sábanas frías, pero no tengo tiempo de sentir el contraste antes de que su cuerpo cubra el mío; es sólido e implacable.
Sus manos exploran cada curva, cada secreto que mi vestido oculta, hasta que la prenda termina en el suelo, u olvidada sabe en qué lugar.
Su camisa, que tan descuidadamente desabotoné minutos antes, cuelga abierta de su torso firme, revelando una piel marcada por músculos definidos. Lo toco con avidez, trazando cada línea. No sé en qué momento remango las mangas, pero no importa, porque me está dando una imagen muy sexy y caliente de él, y eso provoca que muerda mi labio de un modo instintivo.
Él se detiene un momento, solo para mirarme —o más bien para devorarme—bajo la luz plateada de la noche que se cuela por una ventana.
—Dios mío… —murmura él, deteniéndose un instante para admirarme—. Eres perfecta.
Él también es perfecto, solo que ese pensamiento me lo guardo para mí. Admito que ese elogio me encendió aún más. No quiero esperar. Ni siquiera quiero pensar más. Solo quiero sentirlo.
Sus ojos recorren cada curva que sus manos acaban de reclamar: los tirantes del sostén roto que aún cuelgan de mis hombros, la marca rosada que sus dientes dejaron justo encima de mi seno izquierdo.
—No te muevas—añade.
Pero no obedezco.
Me incorporo lo suficiente para alcanzar su cinturón. Siento la hebilla fría entre mis dedos. El metal suena cuando lo desabrocho, y él reacciona con un gruñido que nace desde lo más profundo de su pecho.
Sus manos atrapan mis muñecas con firmeza. Me empuja suavemente contra el colchón.
—Dije que no te movieras —repite con un tono más oscuro.
Creo que es un tipo dominante.
Así que yo solo le sonrío—desafiante, borracha de él—y arqueo la cadera lo justo para que su entrepierna roce la mía.
—Maldita sea—jura entre dientes. Al parecer toda paciencia se ha esfumado de él, y eso me pone más feliz.
Por lo que me he dado cuenta, él no es nada paciente cuando se trata de intimidad. Sus labios no pierden el tiempo, vuelven a los míos mientras sus manos me desnudan por completo.
Sus manos—antes exploradoras—ahora son ávidas. Me voltea boca abajo con rapidez, para después colocarme de rodillas sobre la cama. Un segundo después, su pecho se aplasta contra mi espalda. Siento su boca en mi nuca y sus dedos entrelazándose con los míos contra la cabecera de cuero.
—Así deseaba tenerte desde que te mire —confiesa, y no sé porque esa revelación me enciende más que cualquier caricia.
Pueda que el mundo siga moviéndose allá afuera, sin embargo, aquí en este ático, en esta habitación, el exterior desapareció para nosotros. Ni siquiera le he dado vueltas ya a lo que esto podría perjudicarme después, las consecuencias de cuando esto termine y tenga que regresar a casa.
Pero no creo que vaya a pasar nada después de que nos acostemos. Simplemente somos dos desconocidos que se sienten atraído y desean pasar una noche apasionada, eso es todo. Soy consciente de que mañana lo olvidare, y solo me quedara un recuerdo caliente por haber tenido sexo con un hombre como el, y estoy segura que también le va a pasar el.
Así son los hombres, solo toman lo quieren y se van, incluso hasta olvidan los recuerdos de esa noche, así que no creo que Liam sea la excepción.
Pero... ¿yo quiero que él sea ese tipo de hombre?
Siento su aliento caliente y agitado chocar contra la piel de mi oído mientras su boca baja con lentitud por mi espalda, rozándola con una devoción que me estremece. Sus dedos ansiosos, pero precisos se deslizan por mis costados como si quisieran memorizarme a través del tacto, acariciando cada centímetro y reclamándome como si fuera suya.
Estoy ahí, completamente a su merced, de rodillas sobre su cama, con el cuerpo temblando y el alma rendida, abierta para el hombre que sujeta mis caderas con esas manos grandes, lista para que me tome en el momento que lo desee.
Cuando siento su erección rozando mi entrada, un estremecimiento me atraviesa el abdomen y el aire se queda atrapado en mi pecho sin aviso, porque mi cuerpo reacciona solo y se tensa sin poder evitarlo.