CATALINA
Corro por el pasillo del hospital como si mi vida depende de eso, con la misma urgencia con la que había llegado a mi apartamento unos minutos atrás, esquivo camillas, pacientes y colegas que apenas alcanzo a saludar. El corazón me golpea contra el pecho y el sudor se me pega en la nuca a pesar del aire acondicionado que hay en el edificio.
No puedo detenerme, no cuando cada segundo significa un paso más cerca de tener una amonestación por parte de Margarita. Lo último que necesito es ese maldito reporte en mi expediente.
Alcanzo el elevador justo antes de que las puertas se cierren. Meto la mano y logro detenerlas, me deslizo dentro con un suspiro entrecortado, medio agotada, medio aliviada. Cierro los ojos apenas un instante, intentando recuperar el aire, convenciéndome de que tal vez aún puedo salvar mi día, el cual ya empezo mal.
Y en eso, una voz hostil resuena detrás de mí.
—Así que llegando tarde de nuevo, Rivera… esto no le va a gustar nada a Margarita.
Abro los ojos de golpe y giro la cabeza. Tenía que ser Johanna con la que me encuentro antes de lo debido. Está apoyada contra la pared metálica del elevador, con sus ojos oscuros brillando de satisfacción mientras me observa fijamente. Claro, ella ya esta vestida de pies a cabeza con su uniforme impecable, completamente lista con todo su equipo de enfermería. Hasta parece que me estuvo esperando, esto no puede ser casualidad el encontrarla aquí ahora mismo, ya que ella debería estar ahora en nuestro piso realizando sus tareas que le fueron asignadas el día de hoy.
—Métete en tus propios asuntos, Johanna —respondo, con la mandíbula apretada, mientras trato de calmar el enojo que me provocó.
Ella sonríe. Conozco esa sonrisa, para nada se acerca a algo a la amabilidad, es una clase de mueca que usan las personas que disfrutan demasiado de tu miseria o más bien de tu fracaso. Una sonrisa que grita: “Te gané, Rivera”.
Pero para nada está cerca de ganarme, si eso es lo que está creyendo.
Johanna se convirtió en mi rival desde el momento en que solicitó la misma vacante que yo pedí como enfermera quirúrgica, y en la cual solo están solicitando para una enfermera. El único puesto que he esperado durante meses, por el que he trabajado hasta caer rendida, por el que he sacrificado horas de sueño y hasta mi propia vida social.
Al comienzo, no le di importancia, de hecho, ni siquiera la vi como una amenaza hasta que Daisy, una de las encargadas de la farmacia, la cual es amable y buena colega, pero le encanta el chisme y meterse mucho en asuntos personales, me dijo que había escuchado a Johanna jactarse con otra compañera de que va a quitarme el puesto, que hará lo que sea necesario para conseguirlo.
Desde entonces, la bruja esa no ha dejado pasar un solo día sin recordarme que está detrás pisando mis talones.
Me giro hacia el tablero del elevador para presionar el botón que me llevará directo al piso donde están los vestidores y el área de descanso de enfermería. Finjo que no me importa su presencia, que su veneno no me alcanza. Pero claro, Johanna no puede quedarse callada, como siempre.
—Por supuesto que esto va a poner muy de malhumor a Maggie —suelta con un tono cantarín que me revuelve el estómago.
Sabe que me voy a tomar más del tiempo, que iré a ponerme mi uniforme y no llegaré los quince minutos antes de la hora que Margarita nos tiene programado. Seguro, irá con el chisme.
Es inevitable, se me escapa un sonido frustrado, un gruñido bajo que apenas puedo contener. Esta mujer me está colmando la paciencia, sé que lo que ella quiere es justo eso: provocarme. Que pierda los estribos en mi lugar de trabajo, darle un gran motivo para acusarme y terminen echándome del hospital.
Inspiro hondo, aprieto los puños y decido ignorarla por completo. Mentalmente, cuento hasta tres mientras respiro. Tengo que calmarme.
El elevador se detiene con un ligero tirón, en el piso que ella señaló al subir. Avanza hacia las puertas dobles que se abren para ella con ese andar arrogante suyo, para supuestamente dejarme claro lo superior que es ante mí. Justo antes de salir, se detiene y se vuelve con la última estocada del día, o tal vez la de la mañana, si es que ojalá no me la encuentro en los pasillos en el transcurso del día.
—Suerte en la prueba, querida, ya que te hará mucha falta. —Me lanza un beso al aire. Si pudiera hacerlo, me lanzaría gas tóxico para envenenarme en lugar de un gesto fingidamente dulce.
Las puertas se cierran lentamente y yo me quedo mirándola con el ceño fruncido, viendo cómo su silueta esbelta desaparece. Un silencio denso llena el elevador, pero en mi cabeza no hay calma, solo la furia bullendo como un volcán a punto de estallar.
No se va a salir con la suya.
Lo repito en mi mente una y otra vez, como un mantra. Porque esto para mí no es una competencia de quién es la más astuta para ganar ese ascenso. Para ella tal vez sí, pero para mí… es mucho más. Está puesto en juego mi carrera y mi propósito.
No vine a esta ciudad a fracasar. No dejé mi vida de antes atrás, incluso a mi madre, por nada. He pasado noches enteras preparándome para convertirme en enfermera quirúrgica de este hospital, y no va a venir alguien como Johanna a quitarme por lo que tanto he trabajado.
No entré a trabajar aquí únicamente por mi sueño de ser ascendida.
Llegué hasta aquí para cumplir con mi promesa que le hice a mi padre. Encontrar al cirujano, el culpable de que mi padre recayera enfermo, esa enfermedad que después lo llevó a la muerte.
Ese hombre me arrebató a una de las personas más importantes de mi vida y a quien amé tanto.
Jamás volveré a dejar que alguien me arrebate algo y menos a un ser querido. Por ello, le daré batalla a Johanna hasta el final. A ver de qué cuero salen más correas.