CATALINA
En cuanto entro al vestidor, voy corriendo directo a mi casillero. Mis manos tiemblan un poco mientras lo abro deprisa y saco mis instrumentos de enfermería, junto con la tablet que forma parte de mi equipo. El sonido metálico del casillero al cerrarse resuena demasiado fuerte en mis oídos, como si también me recordara que estoy llegando tarde.
Todavía siento un nudo en el estómago al pensar en el incómodo encuentro en el elevador. Johanna logró colarse en mi día como una espina molesta, una presencia que, aunque breve, terminó dejándome irritada y con un sabor amargo en la boca. Me muerdo el labio, obligándome a sacudirme esa frustración. No voy a permitir que esa mujer arruine más de lo que ya consiguió.
Guardo mi bolsa con mis pertenencias personales y el suéter que me quité de inmediato, y empiezo a llenar los bolsillos de mi filipina con lo esencial. Me coloco el estetoscopio en mi cuello, y siento el frío del metal contra mi piel, deslizo el dedo sobre la pantalla de mi tablet, la cual se enciende con un destello azul que ilumina mi cara cansada.
Tengo claro que, si quiero demostrarle a Margarita y al comité del hospital que estoy lista para asumir el puesto de enfermera quirúrgica, debo concentrarme en lo que importa. Y Johanna, definitivamente, no lo es.
Camino a toda prisa por el pasillo mientras repaso en la pantalla las tareas que me han sido asignadas para el día de hoy. No sé si es el cansancio acumulado o la tensión de todo el trabajo que me espera, pero siento que mis pies cansados y mis papados pesados.
Llego al elevador y presiono el botón con fuerza, como si eso pudiera hacerlo llegar más rápido. La luz parpadea, pero el ascensor desciende en lugar de subir. Vuelvo a mirar la lista: controlar los signos vitales de los pacientes recién ingresados, organizar el suministro de medicamentos en la sala, verificar que las curaciones programadas estén al día y apoyar en la toma de muestras de laboratorio. Todo eso antes del mediodía.
Suspiro y medio arreglo mi cabello, el cual de seguro de e verse en completo desorden. Me obligo a concentrarme, porque no puedo darme el lujo de fallar en nada, así que ya no dejo que nada me moleste, ni siquiera el hecho de cómo se vea mi actual apariencia.
Sin embargo, lo que realmente me tiene con un nudo en la garganta es la prueba que Margarita me avisó con anticipación que me pondrían hoy, por eso aquella serpiente lo mencionó en cuanto me vio.
Margarita no me quiso dar detalles, así que no sé que me espera. Lo único que me repitió, fue que debo estar preparada para cualquier cosa. La incertidumbre me oprime el pecho, pero al mismo tiempo siento esa mezcla extraña de nervios y entusiasmo, pues apesar, he estado esperando este momento con tantas ganas.
Bajo la vista y miro mi reloj. Maldición. Ya llevo diez minutos de retraso. Diez minutos que aquí son señalados cómo si uno hubiera cometido un crimen.
Resoplo y giro sobre mis talones. No tengo opción. Me apresuro hacia las escaleras de emergencia y abro la pesada puerta metálica. El eco del golpe resuena en el hueco del enorme laberinto de escalones. Son cinco pisos los que tengo que bajar. No es mucho, peor sería si tuviera que subirlos, me digo a mí misma, pero igual siento la presión en el pecho, la urgencia que me obliga a moverme con rapidez.
No sé porque, pero el aire es más pesado en esta parte del edificio. Bajo los escalones a toda prisa, casi corriendo, con cuidado de no tropezar, y terminar rodando, no vaya a hacer, porque es lo único que le falta a mi dia. Siento cómo la adrenalina se mezcla con la frustración, que todavía no desaparece del todo.
Cuando llego al piso correcto, me detengo frente a la puerta. Extiendo mi brazo para abrirla, pero no llego a hacerlo.
Apenas consigo tocarla cuando esta se abre de golpe desde el otro lado. Y entonces yo me tambaleó hacía atrás.
El golpe me empuja, mis pies tropiezan, uno alcanza apenas el filo del escalón y el otro queda en el aire. En un segundo de terror, siento que voy a caer. El corazón me da un vuelco brutal, un vacío en el estómago como si ya estuviera cayendo.
Pero entonces… unas manos fuertes me atrapan de la cintura, evitando que lo peor suceda.
Me jalan con firmeza hacia un cuerpo sólido, imponente, y me quedo atrapada contra él. Respiro agitada, jadeando, entre el susto y el esfuerzo de la carrera. Mi corazón late descontrolado, como si quisiera salirse de mi pecho.
En eso alzo la mirada. Y me encuentro con esos ojos, que ahora ya son algo conocidos para mí.
Ese azul profundo. Son los mismos que me dejaron muda la primera vez que los vi. Los mismos que anoche me hicieron olvidar mi vida privada aburrida, mis responsabilidades y hasta mi sentido común.
Me quedo sin palabras, nuevamente.
Él.
El hombre de mi cita a ciegas. El hombre con quien me acosté. El hombre del que huí esta mañana, como si el haber escapado haya servido de algo, ni siquiera he logrado sacarlo de mi cabeza. No es simple borrar lo que pasó entre nosotros, pero tal vez sea porque solo han pasado pocas horas.
Mis labios tiemblan, pero no logro articular una sola palabra. La sorpresa me asfixia más que la carrera, más que el susto de casi terminar tirada escaleras abajo con una pierna o un brazo lesionado.
¿Pero qué demonios?
¿Qué hace él aquí?
Mi pecho se aprieta con una sensación de pánico, como si el destino se estuviera burlando de mí. ¿Acaso me estaba buscando? ¿Me siguió?
No… no, por favor que no sea así.
Ojalá esto solo sea una simple casualidad. Una cruel maldita casualidad.
Aunque sé que las casualidades así rara vez ocurren… son de una en un millón. Y no logro creer que precisamente yo sea esa excepción.