CATALINA
Me congelo mientras Liam me sostiene entre sus brazos. Su expresión de sorpresa apenas dura un segundo, porque enseguida su rostro se endurece, frunciendo el ceño.
Creo que él también me ha reconocido.
—Grace… —pronuncia mi falso nombre con un tono que me estremece. —¿Cómo es que…?
No termina la pregunta.
No, no puede ser. Justo ahora encontrarme con él. Y justo aquí.
—Creí que no te iba a volver a ver. —Su voz es grave, molesta, incluso parece acusarme de algo. Tal vez esté enojado por nuestro reencuentro veloz—. Era el último sitio donde esperaba verte. ¿Por qué te fuiste en la mañana sin esperar a que saliera de la ducha?
Sus palabras me golpean de lleno, arrancándome de mi estado de shock. Mi respiración se acelera y, de inmediato, como puedo me suelto de su agarre.
¿Acaso me está reclamando por haberme ido de su apartamento lujoso? En vez de estar feliz porque no me quedé, lo noto como si algo le irritara.
—Porque tenía que irme —respondo sin dar ni una mínima de explicación, pero mi voz tiembla un poco.
Su frente se arruga un poco cuando sus cejas muestran un gesto como de enojo.
—Por lo menos te hubieras quedado a desayunar, si no querías hablar.
—Exacto, no había nada de que habláramos —afirmo como si él lo haya dejado claro primero. —Me refiero a sobre lo que pasó anoche —añado rápido, trato de sonar firme—. Solo fue eso… una noche y ya.
Lo esquivo, dándole la vuelta para abrir la puerta del piso y escapar de ese maldito laberinto de escaleras que parece encerrarme con él. Giro la manija con torpeza y, justo cuando estoy a punto de cruzar el umbral, siento su mano aferrarse a la mía.
—No te vayas así, Grace. —Su voz baja me retiene más que su fuerza—. Quiero saber si estás segura de lo que dijiste. ¿No prefieres que lo hablemos?
Su contacto me quema la piel. Maldición. Ese hombre me provoca demasiadas emociones: inquietud, adrenalina, deseo… calor. Pero no puedo dejar que lo noté.
Y luego ese maldito nombre que pronuncia para dirigirse a mí. Debería decirle que mi nombre verdadero es Catalina Rivera.
No, no tiene caso. Nomás salga por esa puerta no volveré a verlo, eso espero.
—Nunca he estado tan segura —confirmo, intentando que mi voz no tiemble otra vez.
Lo miro apenas de reojo y, antes de soltarme para marcharme, añado con firmeza:
—Estoy llegando tarde, así que me tengo que ir.
Y esta vez, no me detengo.
Al cerrar la puerta tras de mí, mis pasos se apresuran por el pasillo, como si quisiera dejar atrás la sensación de su mano aún ardiendo en la mía.
Respiro hondo, intentando calmar el temblor que me recorre. No puedo creer lo que acaba de pasar. Justo aquí, en el hospital, en el único lugar donde debería estar concentrada y demostrar que soy capaz, me topo con él.
Con Liam.
Mi mente es un caos. Cada palabra suya todavía retumba en mi cabeza, y aunque me repetí que lo nuestro solo fue una noche, mi cuerpo insiste en contradecirme. La maldita adrenalina me sigue corriendo por las venas.
Aprieto los labios con fuerza. No. No voy a permitir que me saque de mi centro. Ya bastante tengo con la prueba que me espera y con Johanna merodeando como un fantasma para dejar que un hombre —un extraño con el que cometí un error— me distraiga.
Enderezo los hombros y acelero el paso. No hay espacio para debilidades. Y Liam… definitivamente no se convertirá en una para mí.
[***]
LIAM
El sonido de la puerta cerrándose aún resuena en mis oídos. Me quedo de pie, inmóvil, con la mirada fija en el espacio vacío que ella dejó después de haberse marchado.
No pensé que volvería a verla. Y mucho menos aquí, justo en mi primer día de trabajo aquí. Esta mañana, cuando salí de la ducha, me encontré con la cama vacía. Por un momento pensé que estaba en la cocina, o en alguna otra parte de mi apartamento. Pero no. Se había ido.
No lo voy a negar, anoche me sorprendió. No había ni una pizca de timidez en ella, se mostró atrevida… Y la verdad eso me gustó más de ella.
Cuando la tuve de nuevo entre mis brazos, quise besarla. Aprovechar el momento de sentirla pegada a mí otra vez. Y aunque fue apenas un segundo maldito, bastó para que mi cuerpo reaccionara como la primera vez que la vi en esa mesa del restaurante.
Maldita sea… es imposible olvidar esa noche. Nunca me había pasado algo parecido. Y lo peor es que ella no quiere saber nada más de lo que ocurrió.
Me apoyo en la pared y respiro hondo mientras recuerdo aquellos pecaminosos labios; mi mente comienza a darle vueltas a ese momento de unos minutos.
¿Miré bien? ¿Ella llevaba puesto un uniforme de enfermería de este hospital?
¿O solo estoy imaginando cosas?
Esa pelirroja ha conseguido meterse en mi piel de una forma absurda. No sale de mi cabeza, y eso me preocupa más que cualquier reto que me espere a partir de hoy.
Cierro los ojos un instante. No debería estar pensando en ella. No puedo. Tengo demasiado en juego, responsabilidades que no me permiten distracciones. Mucho menos con una mujer de la que apenas sé un nombre… y ni siquiera estoy seguro de quién es ella.
Y aun así, aquí estoy. Alterado. Con el pulso acelerado. Con la certeza de que, por mucho que intente ignorarlo, el destino tiene un sentido cruel del humor. Algo me dice que no será la última vez que la vea.
Sacudo la cabeza. Necesito tener la mente fría. Yo no quiero compromisos, y que ella lo dejara en claro también fue lo mejor que pudo pasar.
No tengo tiempo para aventuras, y menos para una relación. Tengo una gran responsabilidad que asumir, y las mujeres solo complican la vida de un hombre.
Tengo que sacármela de la cabeza. Debe ser fácil. Al fin y al cabo… apenas nos conocemos.