La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPITULO 12: RECLAMO Y ENGAÑO

LIAM

Inhalo hondo y estiro los hombros hacia atrás. Tengo que sacudirme esos pensamientos absurdos; no puedo dar la impresión de estar distraído en mi primer día.

Cuando por fin mi mente empieza a aclararse, una voz me arranca de golpe del silencio.

—¡Hey! Llamando a tierra al famoso cirujano —exclama Ben, mi amigo de toda la vida y ahora colega, mientras asoma la cabeza por la puerta. Su tono burlón me arranca de mis pensamientos—. Llevo rato hablándote. Estás en la luna, ¿todo bien?

Sacudo la cabeza, más como un intento de expulsar la imagen de esa pelirroja que me roba la concentración, que como respuesta real.

—Claro, ¿por qué no lo estaría? —digo al fin, y me separo de la pared para retomar el camino hacia el piso del que salí hace unos minutos.

Ben acelera el paso para seguirme.

—Creí que te estabas escondiendo de Zeus —lanza con sorna.

Un suspiro denso se me escapa apenas menciona ese apodo. Así llaman todos en el hospital a mi tío, el director y jefe absoluto de este lugar. “Zeus”. El mote no le queda grande: además de ser uno de los mejores cirujanos del país, es un hombre influyente dentro de la Organización Mundial de la Salud.

—¿O fue por la señora Knight que terminaste en el corredor de emergencias? —añade Ben con esa maldita perspicacia suya.

Me detengo en seco, giro a medias y lo encaro. Él apenas logra frenar antes de chocar conmigo.

—¿Ella está aquí?

Ben arquea las cejas, sorprendido.

—Supuse que lo sabías.

—No. —Mi voz suena más cortante de lo que pretendía—. ¿Sabes a qué vino?

— Pues preguntó por ti apenas me la crucé en el elevador. Me dijo que si te veía antes que ella, te avisara que te espera en la oficina de Zeus.

Exhalo con fastidio, un suspiro áspero que no logro contener.

—Deja de llamarlo así tú también. Llevo apenas dos horas en este hospital y ya estoy cansado de escuchar ese apodo.

—¿Celoso? —me pincha Ben, alzando una ceja—. No te preocupes, pronto tendrás tu propio apodo. Mira a tu alrededor: enfermeras, doctoras, hasta pacientes… incluso las más ancianas. —Me da un codazo cómplice y guiña el ojo. —Todas se quedan viéndote. Y eso que eres bien feo.

Una carcajada seca se me escapa, breve y fuerte, lo suficiente para atraer aún más las miradas indiscretas de esas mujeres.

—Más bien, el celoso es otro —contradigo, empujando suavemente su brazo mientras retomamos la caminata.

Mientras avanzamos hacia la oficina de mi tío, siento esas miradas como agujas en la espalda. Es imposible ignorarlas. En cuanto avanzo por el pasillo, noto cómo dos enfermeras cuchichean bajito, creyendo que no las escucho. Una de ellas incluso se sonroja cuando nuestras miradas se cruzan. Otra, más atrevida, me observa de arriba a abajo sin disimulo.

No es nuevo para mí. Así que estoy acostumbrado a este tipo de atenciones, lo he visto antes en otros hospitales y en otros lugares. Pero aquí… es diferente. Aquí no puedo darme el lujo de distraerme. Y la verdad, no me interesa tener ninguna aventura con ninguna de ellas, por más atractivas que puedan parecer algunas.

Enderezo aún más la postura, fijo la mirada al frente sin darle mi atención a nadie y convierto los murmullos en un ruido lejano que decido ignorar.

Tengo que recordar por qué estoy aquí: mi trabajo, mis responsabilidades. Y sobre todo, demostrar que nada ni nadie —ni esas miradas, ni el recuerdo persistente de la mujer que acaba de huir de mí hace unos minutos— puede sacarme de mi camino.

Aunque mi mente insiste en volver a esa pelirroja, sacudo la cabeza discretamente. No ahora. Y menos aquí.

Ben carraspea a mi lado, divertido.
—¿Ves? Te lo digo. Si Zeus viera a su sobrino favorito arrastrando un séquito de mujeres hermosas suspirando detrás, seguro propondría que te bautizaran con un apodo griego también. Especialmente las enfermeras, veo que las traes loquitas.

Niego con una media sonrisa.

—Sí, solo eso me falta —replico con sarcasmo.

—Relájate —me da unos ligeros golpes en el hombro. —Tu tío ama su seudónimo. Dice que lo hace sentir jovial, aunque su esposa se ponga celosa cuando las mujeres lo llaman de esa manera. Ya te acostumbrarás a escuchar y ver esas cosas aquí.

Llegamos a lo que es la oficina de mi tío. Me detengo frente a la puerta y alzo la mano para llamar. No pasa un segundo cuando una voz grave, masculina y cargada de autoridad retumba desde dentro.

—Adelante.

Abro la puerta. El aroma a cuero pulido y café recién hecho me envuelve. Mi tío sigue sentado tras su escritorio, erguido como un rey en su trono. Frente a él, en una silla, está su esposa, mi tía Beth.

Apenas me ve, se incorpora de un salto; sus ojos, enormes y chispeantes de indignación, me atraviesan como cuchillos.

—¿Dónde estabas? —alza la voz firmemente, casi maternal, pero cargada de reproche—. ¡Llevamos una eternidad esperándote!

Su tono me hace sentir como un niño sorprendido en falta. Paso la mirada de ella a mi tío, buscando un resquicio de apoyo. Él, aún sentado, niega suavemente con la cabeza, como quien confirma que aquello no es más que otra de las exageraciones habituales de Beth.

—Hola, tía Beth, me alegra verte —la saludo, forzando una sonrisa mientras me inclino para besarle la mejilla.

No alcanzo a apartarme cuando me sujeta la cara con ambas manos. Sus dedos finos, adornados con anillos que brillan bajo la luz, acarician mis mejillas como si quisiera memorizar cada rasgo.

—Mi niño… —susurra, acariciándome las mejillas con una ternura que contrasta con el reproche en sus ojos—. Estás cada día más guapo. Igualito a tu tío. Todo un Knight. Pero no creas que eso te va a salvar de mi regaño.

Tras de mí, Ben carraspea con descaro. Había olvidado por completo que venía conmigo.

—Yo… mejor me voy, que hoy hay demasiado trabajo —señala, buscando una salida. Sonríe a mis tíos con cortesía y se inclina apenas—. Que tengan un excelente día, señora Knight, jefe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.