La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPITULO 14: HOMBRE DE HIELO.

CATALINA

No sé cuánto tiempo pasa. Podrían ser segundos, podría ser una eternidad. Los dos seguimos aquí, congelados en este pasillo, viéndonos de la manera más extraña. Yo, seguramente con los ojos fuera de órbita y la sangre helada en las venas. Él… él me mira como si de pronto me hubiera convertido en su enemigo.

¿Qué le pasa? ¿Por qué me observa así, con esa intensidad gélida? ¿Acaso no sabe superar sus a costones de una sola noche? ¡Dios, qué horror! ¿Será de esos hombres que se obsesionan hasta terminar acosando? Un escalofrío me recorre la espalda.

—Grace Holloway… —dice al fin, y su tono suena extraño, completamente distinto a cuando me llamó con ese nombre en el restaurante, o incluso hace una hora en las escaleras. Ya no hay curiosidad, ni esa calma seductora. Ahora su voz es plana y cortante. —Veo que el destino se ensaña en cruzar nuestros caminos.

Creo que estoy pálida. Siento la palidez bajándome hasta la punta de los dedos. Continúo incapaz de articular palabra, paralizada como un cervatillo frente a los faros de un camión. Él da un paso al frente, un movimiento elegante, pero que me obliga a retroceder instintivamente.

—Por lo que veo bien, ahora —me barre con su mirada de pies a cabeza, una inspección rápida y despersonalizarte que me hace sentir como un animal de laboratorio. Sus ojos azules, ahora duros como el acero, vuelven a posarse en los míos—; ya no hay manera de que escapes de mí por mucho que lo intentes.

¿Qué quiere decir con eso? Las palabras resuenan en mi cabeza, amenazantes y confusas. ¿Es una advertencia? ¿Entonces si es un acosador?

Mi mente comienza a enloquecer y busca una explicación. Creo yo, que hoy solo fue mi día de mala suerte. Aún no sé si es un paciente, aunque no lo creo, porque no parece serlo, más bien…

Sacudo la cabeza, esa idea no puede ser. Él no puede ser empleado del hospital, no lleva un uniforme, ni nada que lo señale como tal. Es la primera vez que lo veo por estos pasillos. Debe ser que solo vino de visita, tal vez tenga algún conocido o alguien hospitalizado, yo qué sé.

—Ehm… estoy ocupada con algo —suelto de repente, encontrando por fin la voz, aunque suene débil y quebrada. —Debo irme.

—Sí, imaginé que dirías algo como eso —contesta, con ese tono gélido que no parece pertenecerle, o eso creo yo. —Es lo que más te gusta hacer, huir.

Qué raro se está comportando. Ya no me pide que hablemos y tampoco hace el intento de detenerme físicamente, solo tira palabras de doble filo, como si estuviera a la defensiva.

Ya no hay ni una pizca de la amabilidad burlona de antes, ni del calor que emanaba de él de anoche. Solo hay… esto. Un hombre de hielo con este distanciamiento hostil.

¿Será que su cambio repentino sea porque lo mandé a volar primero antes de que él lo hiciera conmigo? Dos malditas veces hui de él, sí. Y eso tal vez le dio en su orgullo de macho. Puede ser. Da igual. Lo único que importa es salir de aquí.

Finalmente, con un esfuerzo sobrehumano, le saco la vuelta, escurriéndome por un lado y me dirijo hacia la puerta del consultorio del doctor Green. Me sorprende, y me alarma un poco, que él no haga nada. Ni diga nada para que me detenga, aunque pensándolo bien, es lo mejor para ambos, pero más para mí.

No siento su mirada en la nuca. Es como si me hubiera desechado de su campo de visión.

Cruzo el umbral, ya que la puerta se quedó abierta cuando Liam salió. Antes de cerrarla detrás de mí, no puedo evitarlo: miro por encima de mi hombro, buscándolo en el pasillo.

Mis ojos comprueban que él ya se ha ido. Desapareció sin más da, únicamente dejó una neblina de incomodidad y tensión inminente.

—¿Catalina?

Me sobresalto cuando alguien pronuncia mi nombre. Giro el rostro y me encuentro con los ojos castaños y preocupados del doctor Green. Se levanta de su silla y se acerca.

—¿Te sientes bien?

Asiento lentamente, mecánicamente. “Sí, estoy bien”, quiero decir, pero las palabras no salen. Él frunce el ceño.

—Bueno, no parece. Estás blanca como la pared. ¿Quieres que te examine?

Niego de pronto, encontrando un hilo de voz.

—No, no. Estoy bien, doctor Green. De verdad.

Él me sonríe, un gesto amable que contrasta brutalmente con la interacción que acabo de tener.

—Ben, Catalina, llámame Ben. No soy tan mayor.

—Lo siento, no sería profesional de mi parte llamarlo por su nombre —digo, automáticamente, al recordar las reglas que Margarita me mencionó cuando llegué aquí el primer día, están grabadas como fuego.

—De hecho, me llamo Benjamín, pero mis amigos y algunos colegas me llaman doctor Ben. No hay ninguna molestia que me llames de ese modo —insiste, con paciencia.

—Mejor dejémoslo en doctor Green —declaro yo, sintiendo cómo el pánico retrocede lentamente, reemplazado por un agotamiento profundo—. No quiero que después me escuche Margarita llamarlo de un modo informal. Pegaría el grito en el cielo y afirmaría que soy una grosera, aparte de tener mala reputación por llegar tarde.

Suelta una risa más sonora y genuina.

—Sí, esa es Margarita. Tienes razón.

—Oh, por unos segundos olvidé por qué estaba aquí —replico, recordando de pronto el sobre arrugado que aún aprieto en mi mano. Se lo alcance—. Disculpe por la demora. Es que en el laboratorio todavía no los tenían listos y tuve que esperar unos minutos más de lo que Margarita me señaló.

—No hay problema —responde, tomándolo—. Mi paciente todavía no llega, su cita es a las once y media.

Ahora entiendo. Claro. Margarita lo hizo a propósito. Sí, dijo que era un castigo, por eso exageró y me hizo creer que la prueba de análisis la necesitaban antes de las diez de la mañana. Solo quería verme correr como una idiota.

—Bien, entonces regresare a mis tareas —indico, sintiendo la urgencia de poner distancia de este piso, de este pasillo, de cualquier lugar donde Liam pueda aparecer de nuevo.




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