CATALINA
El despertador sonó demasiado pronto hoy. A las 4:30 de la mañana, todo estaba oscuro y en silencio. Mi cuerpo quería seguir durmiendo, pero no podía. Margarita no me mandó a casa ayer por ser buena conmigo, así que eso no significa que me haya levantado el castigo.
Lo hizo porque me vio tan nerviosa que debió pensar que no servía para nada en ese estado. "Ya vete a casa, Rivera. Pero mañana te quiero aquí a las seis en punto, ¿está claro? No quiero más excusas." Su voz aún suena en mi cabeza.
El trabajo que me dio —archivar papeles y llevar cosas al laboratorio— fue aburrido, pero me salvó. Me mantuvo lejos de los pisos de arriba y de las salas de operaciones. Lejos de él. Al menos por lo que restó el día de ayer, pude esconderme. Ahora tengo que volver, y tal vez plantarme frente a él, porque el anuncio que hizo en la sala de conferencias me dejó pensativa toda la noche.
Espero que solo hayan sido ideas absurdas mías.
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A las seis de la mañana, el hospital está casi vacío. Se escucha alguno que otro ruido lejano, pero principalmente hay silencio. Suelo caminar rápido, más ahora que no quiero encontrarme con nadie a esta hora del día.
Mi idea es llegar a mi puesto, tomar mi tablet, revisar las tareas que me asignó Margarita y sumergirme en ellas. Ni siquiera quiero toparme con ella esta mañana. Su sola presencia me recuerda lo cerca que estoy del precipicio.
¿A quién quiero engañar? Si al que realmente quiero evitar es a Liam. Al doctor Knight. Tengo que recordar llamarlo así. No puedo dejar que nadie me escuche pronunciando su nombre de pila, se crearían suposiciones o, peor, alguien correría con el chisme a la jefa: "La Rivera otra vez de atrevida, está llamando al cirujano nuevo de una manera informal".
Por Dios, esta gente... ¿no tienen verdadero trabajo que hacer? Solo traen y llevan chismes.
Doblo por el pasillo hacia el mostrador de enfermería y ahí está. Por supuesto. Johanna. Tan temprano y ya instalada como si hubiera dormido ahí, con la postura perfecta, el uniforme impecable y esa sonrisa venenosa que me revuelve el estómago.
No está sola. Habla con otra compañera, fingiendo desinterés absoluto por mí… hasta que me planto frente al mostrador. Entonces, de pronto, su voz se eleva apenas lo suficiente para que yo la escuche.
—Obvio que seré parte del equipo del doctor Knight —dice con esa seguridad fingida que me crispa los nervios.
Casi esta por salirseme un bufido de burla, pero lo contengo, es muy temprano para entrar en discution con esta tipa, ademas no quiero añadir mas leña a mi hoguera. Por Dios, lo que es llamar la atencion de esta mujer.
Oigo que le dice a la otra enfermera mientras tomo mi tablet del otro lado de mostrador. Ni siquiera les echo una mirada, yo solo trato de concentrarme en lo mio, de revisar mis tareas del dia de hoy.
—¿Y cómo puedes estar tan segura? -Oigo que dice la otra enfermera.
Johanna suelta una risita de esas que me irritan.
—Porque él mismo me lo dijo. Después de la presentación me mandó a llamar a su oficina. Estuvimos platicando por largos minutos. Sabe el talento que tengo, lo buena y empeñada que soy en mi trabajo. Ya me confirmó que seré una de sus enfermeras.
Dejo de deslizar el dedo por la pantalla de la tablet y me quedo quieta, inmóvil en mi lugar. En lugar de continuar revisando mis tareas, fijo toda mi atención en esas voces, como si cada palabra fuese un anzuelo lanzado directo hacia mí. Ahora toda mi concentración se vuelca en esa conversación.
—¿De verdad?
—Claro. —Veo de reojo como Johanna se inclina hacia ella, como si compartiera un secreto jugoso—. Y no solo eso. ¿Lo viste? El es guapísimo. En algún momento, ya veremos… tal vez hasta se me dé acostarme con él. Después de todo, ya empezó a coquetear conmigo.
Siento un puñal clavarse en mi pecho. ¿Será cierto? ¿O es otra de sus mentiras envenenadas?
No sé qué pensar. Parte de mí quiere reírse de su descaro, porque conozco a Johanna y sé lo mentirosa que es. Pero otra parte… otra parte me hace recordar la noche que pase en su ático, cómo Liam me tomó como, como me beso, como me hizo suya.
Un hombre que puede acostarse con una mujer que solo vio una vez… ¿por qué no podría coquetear también con alguien como ella?
La duda me carcome.
Johanna me lanza una mirada de reojo, satisfecha, como si disfrutara verme envenenarme sola con esas palabras. Pero no le voy a dar ese gusto.
Trago saliva, respiro hondo y finjo que no escuché nada. Aunque por dentro… cada palabra suya me arde como ácido.
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Horas más tarde, a la hora del almuerzo, me encuentro en el comedor del hospital. El lugar está abarrotado: doctores, enfermeras, camilleros, todos en busca de un descanso rápido y algo de comida mediocre que al menos engañe al estómago.
Estoy haciendo fila para pedir mi almuerzo cuando escucho la voz de Jess.
—¡Cata!—. Aparece de repente a mi lado, sonriente, aunque con ojeras que le llegan hasta el suelo. Estoy segura que yo me veo igual o peor—. ¿Cómo va tu día?
—Sobreviviendo —respondo, intentando sonar ligera.
Ella suelta una risa baja y luego su expresión cambia a un gesto algo apenado.
—Oye… lo de ayer. Espero que Margarita no se haya puesto más dura contigo por mi culpa.
Sacudo la cabeza de inmediato.
—Jess, ya hablamos de eso. Olvídalo. No tienes que disculparte más. Además ya estoy acostumbrada a sus modos feos.
—Ya, pero… —empieza, aunque luego suspira y se encoge de hombros—. Está bien.
Seguimos avanzando en la fila, cuando un escalofrío me recorre. Lo siento antes de comprobarlo: alguien me está mirando. Puedo sentirlo.
Desvío la vista disimuladamente, fingiendo buscar algo en la sala. Y cuando finalmente encuentro la fuente de esa mirada, me arrepiento de inmediato.