La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPÍTULO 20: ¿CUANTO MAS TENGO QUE SOPORTAR?

CATALINA

Un segundo más y hubiera pedido el control. Un segundo más y me hubiera olvidado de dónde estamos.

Parpadeo con fuerza, como si así pudiera cortar el hechizo que amenaza con arrastrarme directo al precipicio. Y entonces, retrocedo. Pongo una distancia mínima, apenas unos pasos, pero suficiente para recuperar el aire.

Me aclaro la garganta, aliso mi uniforme con las manos temblorosas y me obligo a hablar con el tono más neutral que puedo reunir.

—Entendido, doctor Knight. Seguiré sus indicaciones.

Lo digo sin titubeos, como si aquí dentro solo hubiéramos tratado un asunto de trabajo. Sé que esas palabras llegarán nítidas hasta Johanna, que sigue apostada en la puerta como buitre al acecho. Pues que piense lo que quiera. Que crea que aquí dentro no hubo nada más que temas del hospital.

No puedo quedarme más tiempo, así que no espero a ver su reacción. Enderezo los hombros y salgo de la sala con pasos firmes, sin mirar atrás.

Lo dejo ahí. Mientras siento su mirada clavada en mi nuca, con ese magnetismo maldito que estuvo a punto de hacerme flaquear.

No puedo evitar pensar: si Johanna no hubiera aparecido, si no hubiera interrumpido… ¿Qué habría pasado entre nosotros? ¿Nos hubiéramos besado?

No debo pensar en eso. No debo pensar en Liam como un hombre que me atrae, sino verlo como mi colega, y nada más.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

Regreso a mis tareas, tratando de perderme en los documentos y en los resultados que entrego a varios médicos. Trato de distraerme, pero no lo consigo. Más bien es un intento desesperado por borrar de mi mente esos ojos que me inquietan, esos labios que, cada vez que los veo, hacen que me tiemblen las piernas.

No pasan muchos minutos antes de que todo vuelva a torcerse.

—Rivera. —La voz de Margarita retumba detrás de mí como un martillo.

Cierro los ojos un instante. Genial. Justo lo que me faltaba.

Me giro lentamente y la encuentro con los brazos cruzados, el ceño fruncido y esa expresión de quien ya tiene una condena preparada para mí. A unos metros noto la figura de Johanna, apoyada en el mostrador. Sonríe como si hubiera ganado un premio Nobel, más bien como si se hubiera salido con la suya otra vez.

—A mi oficina. Ahora. —Margarita no necesita alzar la voz; su tono seco basta para helarme la sangre.

Camino tras ella con el corazón encogido. En cuanto entramos, cierra la puerta y me señala una silla. Me siento, aunque preferiría estar en cualquier otro sitio.

—Ya estoy al tanto de los rumores. —Su mirada se clava en mí con dureza—. ¿Quiere explicarme por qué dijo esas cosas del doctor Knight, como si lo conociera o supiera algo de él?

Trago saliva. Mis labios tiemblan, pero me esfuerzo por mantener el tono firme.

—Solo fue una conversación normal que tuve con Jess, jefa. La gente lo hizo más grande. Yo nunca le falté al respeto al doctor Knight.

Ella arquea una ceja.

—¿Le llama conversación normal insultar a un jefe de este hospital? Qué casualidad que todos los empleados mienten y usted no, Rivera. ¿Entonces está diciendo que el hospital entero escuchó mal?

Con su rostro de piedra es difícil adivinar si está molesta, siempre tiene esa expresión, pero en sus ojos se nota lo furiosa que está ahora, incluso se percibe en el ambiente de esta pequeña oficina.

—Discúlpeme, pero yo no insulté al doctor. Solo dije que no era mi tipo —me muerdo el labio, no sé por qué le digo eso.

Aunque ella no crea en mi palabra —como nunca lo hace— yo nunca le miento, y esta no será la primera vez. Porque lo que está en juego es mi carrera, y no quiero ni puedo perder mi trabajo, menos ahora que puedo estar a un paso de descubrir quién fue el culpable de que mi padre enfermara.

Siento un cosquilleo helado recorrerme la columna; me aferro al borde de la silla para no demostrar que me tiembla la mano.

—Deje de mentir —sisea entre dientes.

El golpe me atraviesa el estómago. ¿Por qué está tan molesta? ¿Acaso estamos en el colegio? Solo fueron rumores estúpidos. Me muerdo la lengua para no soltar lo que pienso; noto el sabor metálico de la rabia subiéndome a la garganta.

—Mire, yo...

Mis palabras quedan suspendidas, porque ella me mira como si deseara colgar a alguien de un puente. La nuca se me tensa, el aire me pesa en el pecho. Luego habla.

—Usted siempre ganándose castigos en vez de hacer un buen trabajo. —Baja la mirada y clava sus ojos en unos documentos que tiene sobre el escritorio.

Toma el boligrafo, comienza a firmar y a llenar. Mientras observo cómo su mano se mueve y ya no me presta toda su atención, mis ojos alcanzan a leer en una hoja: “Prueba de quirófano. Nombre: Johanna Smith”. Pone el sello de “aprobado” y después firma.

El suelo se me hunde bajo los pies.

¿Qué? ¿En qué momento le hizo la prueba a ella? ¿Y a mí por qué no me la hizo?

Un calor vergonzoso me sube a las mejillas; trago saliva para deshacer el nudo que me cierra la voz.

Me arriesgo a preguntar, aun con el corazón tamborileando.

—Pensé que mi solicitud había sido enviada...

Me detengo cuando sus ojos se clavan otra vez en mí, filosos, como si quisieran desarmarme pieza por pieza. Siento que mi respiración se vuelve corta, irregular. Ahí está: la confirmación silenciosa de que sí hizo lo que dijo.

Eso quiere decir que sí cumplió su amenaza. Por un momento, ingenua de mí, pensé que cambiaría de opinión, que —muy en el fondo— quedaba algún resquicio de humanidad dentro de ella. Me equivoqué. Me arde la impotencia detrás de los ojos; parpadeo rápido para no dejarla salir.

—En lo único que debe pensar es en hacer las tareas que le asigno, no en hacerse tontas ilusiones —suelta—. Deje de suponer que podrá pisar el quirófano de este hospital, o de cualquier otro. Usted no está hecha para eso, y menos si solo se la pasa llevando y trayendo chismes. Y si lo que está intentando es robar la atención del nuevo cirujano para conseguir lo que quiere, se ha equivocado de hombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.