La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPÍTULO 21: UN DÍA LARGO

LIAM

El hospital tiene un ritmo que no se detiene por nadie. No importa si los pasillos están llenos de rumores, si las enfermeras cuchichean en cada esquina, o si el apellido Knight pesa como un yunque en este edificio. Aquí, cuando entro al quirófano, lo único que importa es el pulso firme, la precisión del corte y la vida que depende de mis manos.

A las ocho de la mañana ya tengo el primer procedimiento del día: una colecistectomía complicada, paciente con antecedentes cardíacos y una hemoglobina que no me gusta. Me pongo la bata, los guantes, ajusto la mascarilla. Todo el ritual de siempre.

Pero mientras el anestesiólogo prepara al paciente, la maldita imagen de Catalina no me suelta.

Aunque han pasado tres días, no he dejado de pensar en ella, en esos ojos confusos y furiosos que me taladraban cuando la arrinconé en la sala de curaciones.

Esa forma en la que su respiración se aceleraba, aunque me dijera que no quería nada conmigo. Su boca temblando, no sé si de rabia o de deseo. Y luego, esa otra enfermera espiando, como si estuviera tratando de averiguar algo, tal vez para expandir más rumores, interrumpió en el peor momento.

Si no hubiera entrado, Catalina habría terminado gimiendo en mi boca.

Me obligo a sacudir la cabeza. No es momento. Aquí no hay espacio para distracciones.

—Incisión de tres centímetros. —Doy la orden con voz firme. El bisturí se posa en mi mano y, en el mismo segundo, el mundo exterior deja de existir.

Es en el quirófano donde todo tiene sentido. Donde sé exactamente quién soy y qué debo hacer. Aquí no soy el sobrino de Elton Knight. Aquí soy yo mismo, Liam Knight, cirujano por mi preparación, no por mi apellido. Y aquí no debe haber margen de error.

El procedimiento dura poco más de dos horas. Piel, tejido, cauterización, pinzas, extracción limpia. Los residentes me siguen con los ojos abiertos. Sé que esperan perfección, y se la doy. Termino con una sutura fina y exacta. El paciente estará bien.

Cuando salgo, me quito la bata quirúrgica, me lavo las manos y dejo que el agua fría me devuelva a la realidad. Pero mi mente regresa a aquellos ojos verdes que solo me observan con molestia.

Soy yo el que debería estar molesto con ella. Fue ella quien me mintió y no me ha dado la cara para explicarme.

Pero no sé por qué demonios no puedo seguir enojado. Esa mujer me tiene confundido.

Apenas cruzo las puertas, una enfermera se cruza en mi camino. No recuerdo su nombre, pero su rostro está grabado en mi memoria, y no porque me agrade.

—Doctor Knight, quería decirle que si le urge personal, yo estoy muy dispuesta… —dice con una voz melosa que me irrita. No sé por qué ese tono suyo suena tan extraño. —A ayudarle.

Tal vez sean suposiciones mías, pero esta enfermera no me simpatiza ni un poco. Menos después de que nació en mi cabeza la duda de que ella sea quien hizo circular los rumores de que Catalina se burló de mí.

No la escucho. Ni la miro. Solo sigo caminando.

No sé qué juego cree que está jugando, pero si piensa que voy a caer en sus insinuaciones, está perdida. El hospital está lleno de personal competente; yo no elijo basándome en sonrisas, en quien me coquetea, en quien me habla más lindo o en quien espera terminar follada por mi.

Si cree que conseguirá algo así de mí, pierde su tiempo. No tendré sexo con ninguna mujer del personal de este hospital. Aunque…

Hago a un lado aquel pensamiento. Ya tomé la decisión: con nadie. Tampoco con mi pelirroja mentirosilla.

¿En qué momento empecé a pensar en ella como mi pelirroja?

—¿Doctor Knight?

Por unos segundos olvidé que esa mujer sigue caminando detrás de mí, intentando alcanzarme.

Me detengo en seco y giro rápido para darle una respuesta, solo para que deje de hostigarme.

—Yo mismo la mandaré a llamar si necesito de su ayuda, señorita… —muevo la lengua entre mis dientes mientras trato de recordar su nombre.

—Johanna Smith. Ese es mi nombre, doctor. Puede llamarme Johanna o Joenia, mis amigos…

La corto de inmediato.

—Sí, bueno. Yo la busco si hace falta.

Luego giro sobre mis talones y retomo el andar, esta vez con más prisa. Lejos de esa mujer pesada.

¿Qué sí me enoja lo que hizo? El regar rumores sobre que Catalina me insultó y habló mal de mí, por supuesto que me molesta, además yo sé lo que ella dijo, nadie me va a venir con cuentos.

Es demasiado conveniente que esa mujer se aparezca en todos lados donde voy. Por eso creo que ella es la responsable.

No conozco al personal de este hospital, pero lo que sí conozco es al tipo de persona como ella. En mi vida que he levado como médico, me he topado con gente así: pueden ponerse una máscara delante de mí y fingir bondad, pero puedo percibir el veneno que les corre por las venas.

Lo que me preocupa no es lo que digan de mí. Pueden llamarme arrogante, distante, lo que quieran. He vivido con eso por años. Lo que me irrita es que usen a Catalina como blanco.

Catalina…

Maldición. Esa mujer no sabe lo que está provocando en mí. Tampoco tiene idea de lo que significa llevar mi apellido, aunque ella aún no lo haya conectado. Si supiera quién soy realmente, si supiera que soy el sobrino —o como el hijo— de Elton Knight, ¿me aceptaría o saldría corriendo?

No puedo sacármela de la cabeza.

No es como las demás. Catalina no busca mi nombre, ni mi dinero. Al contrario: me rehúye y me enfrenta cuando yo mismo la acorralo. Tal vez por eso me siento atraído por ella, y solo sea obsesión lo que siento por la pelirroja.

Me obligo a concentrarme en el resto del día. Tres cirugías más, todas programadas con antelación. Un par de consultas a familiares de pacientes críticos. El director —mi tío Elton— me pide que lo acompañe a una reunión de la junta médica, pero me excuso con el pretexto de que el quirófano me necesita más.

No es mentira. Lo mío es esto. El quirófano es como mi segunda casa; en esas salas llenas de hombres trajeados y conversaciones políticas no me siento cómodo.




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