La Enfermera y su Enemigo Cirujano

CAPÍTULO 22: ALGO O ALGUIEN ME PERSIGUE

CATALINA

El hospital parece un monstruo insaciable. Siempre exige más, siempre pide algo de ti aunque no te quede nada para dar. Hoy no es la excepción.

Las quejas de los familiares en el mostrador me dejan agotada. Las voces elevadas, los reclamos, esas miradas desesperadas. ¿Qué más puedo hacer yo? Soy una enfermera a la que lanzaron ahí para calmar tormentas ajenas.

Respiro profundo y trato de no pensar en lo injusto que fue que Margarita me mandara aquí como castigo. Lo único que me mantiene firme es cómo esas personas, al final de cuentas, se pudieron controlar.

Consigo que me escuchen, que confíen en mi palabra. Una parte de mí se siente orgullosa… pero otra está en llamas porque todo esto no debe ser carga para mí.

Incluso estoy a nada de ir a poner una queja con un jefe más arriba de Margarita. Solo que si hago algo como eso, puedo agarrarla más duro conmigo.

Mientras termino con un grupo de personas y me vuelvo hacia el mostrador, siento un cosquilleo en la nuca. Esa sensación de estar siendo observada.

Cuando me giro para ver si es verdad o solo son ideas mías, no encuentro a nadie extraño cerca observándome. Solo personas en sus cosas, nadie me mira.

"Qué tonterías las mías".

Me detengo frente al archivo. Dejo unos papeles, acomodo las carpetas y exhalo.

"Concéntrate, Catalina. No hay nada allí, no seas paranoica, nadie te observa".

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

El teléfono del mostrador suena de golpe. Lo contesto, pensando que será algún médico, pero no: es Margarita.

—Rivera, su turno ha terminado por hoy. En cuanto llegue su colega de reemplazo, puede marcharse.

Por un momento me quedo atónita, sin comprender. ¿Margarita dándome salida temprano? ¿Dónde está la trampa?

—Sí, jefa —me limito a responder, tragando saliva.

No me atrevo a preguntar más. Cuanto menos hable con ella, mejor.

Pasados unos diez minutos llega mi reemplazo. Ni siquiera me molesto en cambiarme. Solo tomo mi bolso y mi abrigo del casillero y salgo lo más rápido que puedo, con el corazón palpitando de pura confusión.

Miro la hora en mi reloj. Aún no son las nueve de la noche, puedo alcanzar el último transporte público. Camino de prisa hacia la salida, rogando que no haya pasado.

Cuando mis zapatos pisan la acera, me detengo un momento. ¿Por qué Margarita me dejó ir? La duda me carcome, pero enseguida una sonrisa se dibuja en mis labios mientras respiro el aire fresco de afuera.

Cierro los ojos. No tanto por el clima, sino por esa sensación de libertad, aunque sea momentánea.

Pero antes de volver a abrirlos, una voz gruesa y profunda hace que mi cuerpo entero se tense al reconocerla.

—Daría un millón de dólares por ver esa sonrisa siempre.

Abro los ojos de golpe.

Al caer en cuenta de sus palabras, algo me sacude por dentro como una descarga eléctrica. El aire se me atasca en los pulmones, mi estómago se encoge y mi piel se estremece de una forma que no quiero admitir.

Sabía que era él.

Está ahí, parado a unos cuantos pasos de mí, apoyado en un coche negro, con los brazos cruzados y esa calma peligrosa que me desarma.

Reconozco el vehículo: su auto. Es el mismo en el que me subí aquella noche, cuando me fui del restaurante con él… la misma noche en la que terminé en su cama.

El recuerdo me golpea con fuerza en el pecho, haciéndome arder las mejillas y erizarme la piel.

Mi respiración se acelera sin permiso. Él se separa del coche y empieza a caminar hacia mí con pasos seguros.

Yo, en cambio, me quedo plantada en mi lugar.

Rayos, ¿qué hago ahora?

¿Corro o me quedo aquí?

¿Me miraría estúpida huyendo otra vez de él?

El dilema apenas me cruza por la mente porque ya es demasiado tarde. Está frente a mí. Tan cerca que puedo percibir su loción tan intensa que hasta me mareo.

—Sube. —Señala detrás de él con el dedo, su voz grave me enciende la piel. Luego una sonrisa ladeada se dibuja en sus labios, esa sonrisa que parece una promesa sucia y peligrosa.

Me quedo mirando su boca como una idiota, recordando exactamente cómo la usó aquella noche, cómo me arrancó gemidos que aún resuenan en mi cabeza.

—Te llevo a donde quieras —añade, inclinándose apenas hacia mí, la mirada fija en mi boca—. Si es al infinito… con mucho gusto seré tu conductor.

¿Por qué esas palabras suenan en doble sentido?

No sé, pero puedo verlo en su mirada.

Algo me dice que no habla de un destino, sino de nosotros otra vez juntos. De volver a hacerme gritar su nombre.

Mi corazón da un salto brutal, un sacudón que me recorre hasta lo más íntimo. Las piernas me tiemblan, la garganta se me cierra, y me arde la piel como si él ya me estuviera tocando.

Sigo pensando en sandeces.

O tal vez no. Tal vez lo que me estremece es que sé perfectamente qué me está proponiendo… y sé que una parte insensata de mí lo desea, más intenso que al comienzo.

*****

SE QUE EL CAPITULO DE HOY ES MUY CORTO, PERO NO HE TENIDO MUCHO TIEMPO PARA ESCRIBIR, POR ESO AYER NO SUBI NADA.

LOS DIAS DE ACTUALIZACION SON: LUNES, MIERCOLES Y VIERNES.

GRACIAS POR SUS COMENTARIOS Y POR SEGUIR AQUI LEYENDO ESTA HISTORIA.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.