Unas hermosas vacaciones y un gran grupo de amigos, ¿qué más podía pedir? Necesitaba descansar de todo el trabajo que me atormentaba día tras día. Al enterarnos que, por primera vez en muchísimos años, se desarrollaría un eclipse total de sol en nuestra ciudad decidimos aprovechar ese fin de semana para ir al gran lago a varios kilómetros de la ciudad. Desde allí podríamos observar el fenómeno sin problemas.
El lago era tan grande que no se alcanzaba a mirar una de sus orillas, tenía entendido que atravesaba la frontera del país. Algunos aseguraban que era un lugar sagrado y no me sorprendería ver a personas haciendo rituales allá, alegando que el eclipse es alguna señal.
El viaje lo planificamos mi prometida Cecilia y yo, sin embargo, nos acompañaron nuestros amigos, Rolando, Mario, Susana y Erika. Todos estábamos emocionados por ver el eclipse. Ninguno de nosotros había visto algo así antes y deseábamos que la hora llegara pronto.
La mayor parte de los restaurantes en la carretera estaban llenos, logramos dar con uno que estaba a orillas del lago para comer algo y estirar las piernas. El aire fresco y limpio que manaba del lago lo hacía un lugar fantástico. Recuerdo haber venido con mis padres cuando era un niño, pero en ese entonces no podía apreciarlo como era realmente. Me vi correr por las orillas del lago y jugar en el pasto de un hotel que dudo que exista actualmente.
Cuando la comida ya estaba lista mis amigos me llamaron, nos encontramos con muchas personas que también se dirigían al pueblo al otro lado del lago para ver el eclipse. Erika se enteró que aquel restaurante funcionaba también como un hotel, pero todos nos negamos en quedarnos allá ya que nuestro objetivo era pasar unas vacaciones en el pueblo y, hasta donde sabía, poseía todas las comodidades que requeríamos.
Debo admitir que navegar no fue, ni es, una de mis actividades favoritas. De hecho, pensé en la sugerencia de Erika de regresar al restaurante cuando vi que debíamos atravesar al menos un kilómetro o dos en bote. El vehículo cruzaría en otro adaptado para ello. El agua se movía mucho y temía que nos volcáramos o que mi vehículo se cayera al fondo del lago atrapándonos en el puerto. Tras varios minutos de angustia nada de eso pasó afortunadamente.
El pueblo nos fascinó desde el instante en que llegamos. Tenía una mezcla armoniosa de modernidad amalgamado con paisajes de la colonia. Era como vivir en una grieta de tiempo en donde las dos edades se mezclaron. Caminar por sus empedradas calles de alguna manera me traía paz.
Vimos una enorme colina, donde había algunas casas y un mirador. El pueblo se extendía a sus pies y lo hacía parecer su guardián. En un principio creímos que sería el lugar ideal para ver el eclipse, pero nos dimos cuenta que mucha gente pensó lo mismo. Por lo que decidimos buscar algún lugar apartado y cerca de la orilla del lago.
Encontrar un hotel no fue sencillo, a raíz del evento que se daría en unas horas muchos de los hoteles estaban abarrotados. De no ser por Mario habríamos dormido en la plaza, encontró un hostal que tenía los cuartos de la terraza libres. Allí podríamos hospedarnos, aunque no salió barato. Al pensar en habitaciones en la terraza creí que sería un lugar muy sucio y desordenado, casi como un ático; fue agradable encontrar que estaba equivocado. Las habitaciones eran pequeñas pero acogedoras y teníamos el piso entero para nosotros.
El plan inicial era descansar al llegar al poblado ya que el viaje fue muy largo, pero tras pasear por sus calles nos sentimos rejuvenecidos y preferimos ir a buscar un buen lugar para ver el fenómeno, además de explorar el pueblo.
Los puestos de comida y de recuerdos se extendían en cada rincón del poblado llamando la atención de todos los turistas, incluyéndonos. Los lugares donde podríamos comer se habían extendido hasta las orillas mismas del lago, había otros lugares en donde se podía alquilar botes para pasear, además de algunos en donde podías montar a caballo o en bicicletas, incluso nos dijeron que había restaurantes flotantes. Todo era fascinante.
Lastimosamente toda la orilla cercana al pueblo estaba abarrotada de gente. Tuvimos que alejarnos mucho para hallar un lugar tranquilo desde donde podríamos observar el eclipse. Creí que la mayor parte de las personas estarían en la colina y no en la orilla. Rolando me mostró que no estaba equivocado del todo, había mucha gente allí, pero aun así la orilla estaba repleta, no creí que tanta gente podría caber en aquel pequeño pueblo.
Encontramos un lugar agradable y vacío cerca de algunos árboles. A pesar de la distancia aún podíamos escuchar el bullicio que el resto producía. Nos sentamos a charlar, reír y comer mientras esperábamos a que el evento se suscitara.
De repente el bullicio de la gente cesó y la luz había disminuido como si una nube de lluvia estuviera tapando el sol. Entonces, presurosos, nos pusimos las gafas especiales para poder ver el eclipse.
Lentamente la luna estaba ocupando el lugar del sol, lo tapaba con timidez, pero sin detenerse hasta que lo cubrió en su totalidad. Era un espectáculo maravilloso, la luna se ennegreció completamente mientras el brillo del sol la rodeaba. Parecía un sol negro, un poco intimidante pero increíble a la vez.
El aullido de los perros y el temor de los animales me sacaron de mi ensimismamiento. Escuché que se ponían muy nerviosos durante estos acontecimientos, pero vivirlo en carne propia era muy inquietante. Me quité los lentes y me giré hacia la colina que se levantaba detrás de Erika, se habían encendido al menos cuatro hogueras, recordé las creencias de que los eclipses eran señales de plagas o males que se cernirían en la tierra, al ver ese solo negro sobre nuestras cabezas entendí por qué.