La Enramada

Sueño efímero

Luché por mucho tiempo, me despertaba temprano y me acostaba muy tarde para ahorrar para una vida mejor. Hasta que por fin pude darles una vida digna a mi esposa y a mis hijos. Logré conseguir una casa en la calle Candelaria, una calle cerrada con una rotonda en el medio. Tuve la suerte de contar con buenos vecinos, personas muy alegres y carismáticas.

Estimaba mucho al señor Anderson, uno de mis vecinos. Compartí muchas parrilladas con él durante los fines de semana. Dijeron que se irían de vacaciones a Nueva Jersey el siguiente verano donde se encontrarían con sus hijos. Jamás fui allí por lo que en algún momento también pensé en realizar un viaje al norte. Aunque más me llamaba el oriente. Me gustaría conocer Japón.

Mi hijo menor muy pronto entraría al equipo de futbol local, estaba muy emocionado. En cambio, mi hija mayor se iría a la Universidad el siguiente año. Había logrado conseguir una beca completa, estábamos muy orgullosos de ella así que le realizamos una fiesta para celebrar tal logro. Al día siguiente mi esposa me dijo que no paré de llorar por la fiesta de la pequeña Paola, yo lo negué todo el tiempo.

La extrañaríamos obviamente, pero lo más importante es que lograría las metas que se había propuesto y era una satisfacción personal ver que las estaba consiguiendo tan pronto.

Me dijo que saque fuerzas de flaqueza ya que en la noche era la fiesta de la calle, la cerrarían y pondrían toda clase de juegos, puestos de comida, etc. Muy ochentero. Sería una fiesta muy grande coincidiendo con la celebración de Halloween o día de muertos.

Los más jóvenes pedirían dulces mientras que el resto se divertiría con juegos de bar y la comida. Anderson dijo que sacaría su mesa de billar al exterior esperando que no lloviera, yo simplemente esperaba no tener que cargar esa pesada mesa.

Llegó la noche completamente despejada, para mi pesar Anderson me pidió ayuda para sacar la dichosa mesa de billar. De no ser por los masajes de mi esposa estaría confinado en cama perdiéndome del festejo. Todos estaban arreglados y muchos disfrazados, incluyendo a una familia vecina que se habían disfrazados de Los Increíbles, unos superhéroes de Disney, creo.  Mi esposa y yo nos disfrazamos también, ella estaba despampanante con su disfraz de princesa Leia y, modestia aparte, yo lucía muy bien con el disfraz de Han Solo, un poco barrigón debo admitir. Al parecer la etapa de disfrazarse había pasado para mis hijos, pero eso no significaba que evitarían la fiesta. Después de todo, les encantaba las fiestas del barrio.

El ambiente en el barrio era muy alborozado, la alegría invadía a todos con tan solo pisar el exterior de la calle. La música era muy fuerte, creí que desvelaríamos a las calles aledañas, pero si a ellos no les preocupaba a mí tampoco. La mayoría estaba disfrazada, irónicamente había más adultos disfrazados que niños.

Los pequeños iban de casa en casa pidiendo dulces acompañados de sus padres y una vez que terminaron fueron a las calles cercanas a repetir el trabajo, aunque rápidamente eran reemplazados por otro grupo de niños que se sorprendían por la fiesta y luego se dirigían a continuar con la dulce cacería.

El señor Anderson se disfrazó de Neo de la película Matrix, supongo que aprovechando la cercanía de su apellido con el del personaje que interpretaba Keanu Reeves. De repente, al ver a nuestros hijos disfrutando de la fiesta, nos entró una nostalgia muy grande por la partida de Paola y que nuestro hijo ya no tendría mucho tiempo para compartir con nosotros. Sólo atinamos a abrazarnos y alguien nos tomó una foto, sonreímos con más alegría para la siguiente foto que nos tomaron.

Las cajas de cervezas y la carne se distribuían a raudales. Mientras muchos de los niños regresaban a casa tan cansados que ni la tercera guerra mundial los despertaría. Mi hija se encontró con sus amigos y su, al parecer, novio en medio de la fiesta por lo que nos dejó y se fue a divertir con ellos. Lo propio pasó con nuestro hijo y sus amigos.

Al parecer la fiesta de la calle Candelaria era más popular de lo que pensábamos. Más y más personas se unían, sobre todo después de la media noche, yo no supe de donde salía tanta comida o tanto alcohol, pero siempre y cuando no causara problemas todo estaría bien.

A las cinco de la mañana todos los puestos empezaron a recoger sus cosas ya que todo se había terminado. Ayudé con algunas cosas y finalmente nos fuimos a descansar, al menos al día siguiente era fin de semana.

Estaba agotado, pero a la vez feliz de vivir en aquel lugar. Francamente no podía esperar hasta la fiesta del siguiente año. Si era la mitad de divertida que esta sería un éxito rotundo. Aunque el señor Anderson sería más cuidadoso, ya que, en medio de la fiesta, se manchó el tapiz de su mesa de billar con cerveza, alguien la derramó por accidente. “Son cosas que se pueden reemplazar, con un poco de trabajo esta belleza estará nuevamente lista para un juego de pool, lo que no se recuperará es el tiempo que pasemos aquí discutiendo mientras la comida se está acabando, quiero comer otra vez los perros calientes de la señora Stewart”, me dijo tras ver la mancha y guardar su mesa. Mi espalda sufrió cuando la tuvimos que meter, pero no me importó, aún estaba eufórico como para preocuparme por esas cosas.

Dormí profundamente hasta que el frío del amanecer me despertó, alguien debió dejar la ventana abierta. El sol apenas iluminaba el día y me di cuenta que mi esposa no estaba a mi lado. La casa estaba sumida en un silencio absoluto, tuve una sensación extraña y sobrecogedora.



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En el texto hay: horror, terror, pesadillas

Editado: 14.02.2022

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