La Enramada

La mina de la espiral

I

Todos los días eran dificultosos para el doctor Felipe Carmona. Tratar con pacientes psiquiátricos no era sencillo y ver sus deterioros siempre marcaba el corazón de cualquiera. Cuando internaron al detective Edgar Gutiérrez no estaba preparado para verlo en esas condiciones. Nunca antes había visto un caso similar.

El momento que llegó estaba trabajando con algunos internos que mostraban notables mejorías, cuando ese detective llegó gritando y pataleando. Los oficiales que lo traían intentaban sostenerlo, pero parecía tener mucha más fuerza que ellos. No se tranquilizó hasta que le inyectaron un par de poderosos sedantes.

Carmona les había pedido algunos antecedentes a los oficiales, además de explicaciones de lo que le había ocurrido. Ellos se mostraban bastante reticentes a brindar muchos detalles. Se limitaron a decir que él, junto con su compañero, fue a una misión gubernamental y que lo habían encontrado varios días después caminando por la carretera en ese estado, desnudo, sucio y con raspones en todo su cuerpo. Parecía que un animal lo había atacado repetidamente.

Durante semanas no reaccionó a ningún tratamiento, simplemente se quedaba mirando la pared o el techo con los ojos completamente abiertos. Los enfermeros decían que no los cerraba ni para dormir. Esto les obligó a ponerle gotas para los ojos cada cierto tiempo para evitar que se le secaran y a cubrirlos con una venda para protegerlos del daño.

Cuando pasaron alrededor de tres meses, empezó a mostrar algunas mejorías. Ya se empezaba a mover y a comer por si solo, pero no quería hablar con nadie. Tampoco quería que le apagaran las luces.

El psiquiatra lo visitaba todos los días. Necesitaba saber qué era lo que le había pasado. Parecía tenerle cierto temor a él, ya que cada día, cuando lo revisaba, el detective se encogía en posición fetal en un rincón de la habitación.

Por mucho tiempo siguió esa rutina. El psiquiatra entraba, hablaba con él haciéndole preguntas de su vida o contándole como estaba el día, novedades del deporte y cosas que podrían llamarle la atención, sin resultado. Intentó no tocar el tema que lo había llevado allí para no retraerlo.

Fueron días muy duros intentando ganar su confianza y que al fin pudiera contarle todo lo que había vivido.

Un año tuvo que pasar para que al fin pudiera reaccionar y tener más confianza en él. Primero fueron palabras sencillas, como “gracias”, o “tengo hambre”. Poco a poco, empezó a salir al jardín y admirar el entorno que lo rodeaba, los árboles, las plantas, las personas. Él se consideraba loco, pero a la vez no. Ya que, según él, los locos eran personas que habían logrado ver la verdad más allá de nuestra realidad y no pudieron soportarlo.

Cuando el doctor Carmona vio ese grado de lucidez, decidió que ya era momento de empezar con el interrogatorio. Los oficiales habían esperado durante mucho tiempo para saber qué demonios había pasado allí.

Lo llevó hasta una sala confortable, puso un par de cámaras y lo invitó a sentarse en un cómodo sillón. Le ofreció un café y unos cigarrillos, a pesar de las prohibiciones estrictas sobre no fumar. Como si fuera una persona que no sufrió un colapso nervioso un año atrás, lo bebió y le dio una profunda bocanada al cigarrillo.

- ¿Sabe que cada uno de estos está diseñado para destruir la mente y el cuerpo de una persona adrede? – dijo, tras dar una profunda bocanada como un náufrago bebiera agua dulce tras mucho tiempo en el mar – pero usted no me trajo aquí para esto, ¿verdad? – El doctor negó con la cabeza mientras se alistaba en su asiento y preparaba su libreta.

- Llevamos mucho tiempo trabajando en esto, Edgar. No lo tome personal, pero, lastimosamente, todo esto es parte de mi trabajo. En especial con la constante presión de tus superiores.

- ¿Mis superiores? – dijo en tono burlesco y dio otra bocanada – Esa palabra perdió todo su significado. Existen cosas que van más allá de lo que uno pudiera llegar a entender, mi buen amigo.

- Hábleme de ellas, Edgar – el doctor encendió las cámaras y la grabadora para registrar todo lo que su paciente tenía que decir – ¿A qué cosas se refiere?

- Imagínese esta taza de café – dijo poniendo sus manos alrededor de la taza como si la admirara – todo este muro de porcelana conteniendo nuestro mundo, nuestra realidad, la realidad en la que viven todos aquellos que no ven más allá. Una realidad tranquila e incluso monótona. Sin embargo, estas gotas fuera de la taza representan a las pobres almas que lograron ver más allá de esas barreras. ¿Cómo cree que reaccionarían al darse cuenta de la verdadera inmensidad de la realidad?

- Bueno, al no ser una gota de café no podría decirlo con exactitud – dijo Carmona con una sonrisa que rápidamente desapareció al ver el serio rostro de su paciente – Entonces… ¿Eso fue lo que viste, Edgar? ¿El otro lado de la taza?

- No, mi buen amigo. Lo que vi fue algo que, ya sea por azar, destino o accidente, rompió la taza. Me sentí como esta miserable gota de café, tan pequeño, tan frágil, observado por criaturas más allá de mi entendimiento.

- Háblame más de eso, Edgar. Dime lo que te ocurrió en aquella mina.

- Esa maldita mina. Mi consejo para mis “superiores” es que lancen una bomba de Hidrógeno allí y olviden todo lo que guarda en su interior.



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En el texto hay: horror, terror, pesadillas

Editado: 14.02.2022

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