La Era

2. La Sombra

10 años después.

Las diablas ya eran tan mayores como para destruir un universo, poca cosa en comparación con su Dios.

Reng, la mayor. Un espíritu libre y sediento de poder. Porque si, aunque fuera la más poderosa de las hermanas, no era suficiente.

Teiang, la menor. Lujuriosa y soñadora de pesadillas. Sarcástica y horriblemente temida.

Se habían convertido en lo que estaban destinadas a llegar a ser.

Su morada se encontraba en lo más alto de esa montaña más alta del reino de Hu. Un terrible ascenso de 90º. Hasta las cabras, expertas en tal grado, no se atrevían a subir. Por lo demás, solo era un volcán activo que lloraba lava cada tres días.

El pueblo más cercano era Criseida, sin muchos habitantes, y los pocos que quedaban se iban yendo progresivamente. Nadie quería estar cerca de las hermanas. Temidas. Diablas del infierno. Hijas del desconocido pero conocido Dios.

Reng se preparaba para su caminata rutinaria (si se puede llamar así a la teletransportación instantánea). Cada vez que aparecía, su pelo de cobre destelleaba como las mismas estrellas del cielo nocturno y su piel mitad oscura y mitad blanquecina fluía como el agua que contenía aceite. Sus ojos eran de una tonalidad blanca cegadora. No petrificaba, destruía. Solía salir a partir de las 12 de la noche y se tiraba horas y horas hasta el amanecer, total, no le hacía falta el descanso. Y, ¿Porque no por el día? No es que no pudiera, es que no quería. La estrella esa llamada sol le disgustaba y se sentía incomoda. Será porque su piel comenzaba a radiar toxinas que hiciera que tuviera un hormigueo relajante pero pesado.

Reng se sentó en la copa de La Era. Por ahora y por siempre la vista más espectacular y desafiante. Movió de un lado a otro sus piernas, sintiendo el aire gélido del invierno en la planta de sus pies desnudos. Nunca ocasionaba a llevar zapatos, sentía como si le atraparan el alma hueca que no poseía.

La otra hermana Teiang, ella sí que se aventuraba a hacerles pasar un mal trago a los lugareños de Criseida.

También con sus pies descalzos, se reía y jugueteaba con el aire que comprimía en su mano hasta que se formara un agujero casi tan negro como el bosque. Los mortales la miraban con terror. Como la peor de sus pesadillas. Pero no lograban apartar la vista, estaban hechizados sin magia. Ella, tenía su cabello de un gris ceniza, o puede que si fuera ceniza. Esos ojos como la lava de donde residía su hogar ardían (literalmente) hasta llegar a quemar sus cejas dos veces al día. Ella era blanca, como la nieve, pero transparente como el cristal, derritiéndose por dentro, como una cascada.

En cierto momento, se quedó mirando a un mortal. Le cegó.

Otro le congeló eternamente.

“Que buen día hace” se rio con ganas, enseñando sus dientes en sierra y siendo consciente de que era totalmente de noche.

Canturreó mientras andaba con cierto ritmo hasta la salida del pueblucho. Entonces, se encontró con una misteriosa figura. Le gustaban los misterios. Se acercó como si volviera a ver un viejo conocido, aunque nunca le hubiera visto.

“Holaaa” saludó poniendo la voz más aguda de lo normal. Sus ojos se abrieron de par en par para dar más canguelo.

La figura estaba encapuchada con una capa negra que se comía la luz. Su atuendo, igual de negro. Se quitó la capucha para ver cara a cara a la Diabla. Ella no se estremecía, si no que la adrenalina de lo desconocido le entusiasmaba. Sus llamas como ojos se hicieron más intensas hasta quemar algunos pelos de la raíz de su cabello-ceniza.

“¿Quién eres?” preguntó la muchacha con una sonrisa de oreja a oreja, aunque ya lo supiera.

El desconocido no contestó, solo miró con una seriedad que mataba con aquellos remolinos de almas como ojos.

La pesadilla se acercó más a él, cansada de esperar una respuesta de más de 2 segundos.

“¿Quién eres? Repitió, con un aura negra rodeándola.

A un paso de llegar hasta el muchacho, este levantó con brusquedad la mano, dejándola a unos milímetros de la cara de Teiang. Ella sonrío de lado.

El muchacho era tan joven como anciano. Tan negro como el interior del árbol La Era, pero con hilos de sombra que se desprendían y giraban a través de su cuerpo. Si se parase a apreciar los sentidos de la vida, Teiang se hubiera percatado de que el muchacho olía a densa humedad primaveral.

De pronto, la brisa dejo de ser brisa, dejando que la presión de humedad del muchacho campara por sus anchas. Los pájaros no piaban, la luna se quedó esperando a volver a su ritmo orbital junto con las estrellas. Hasta Reng, que estaba a más de mil kilómetros de distancia de su hermana, notaba algo distinto en su medio ser.

La Sombra sonrió para, acto seguido, desde la palma de su mano lanzar tal poder que Teiang salió disparada. Pero ningún daño le había causado, solo júbilo.

“Que interesante” dijo con su voz demasiado aguda por el entusiasmo nada más teletransportarse de nuevo al lado de La Sombra “Nunca me habían hecho sentir de ese modo” giró alrededor de él hasta estar en frente suya de nuevo. El seguía con la mano levantada.

“Otra vez” suplicó la pesadilla, casi chirriando sus dientes.




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