La Era

4. Mortales

Frío. Notaba frío. ¿Qué era el frío? También un dolor intenso en todas las partes de su cuerpo. Que irónico, ella generaba dolor, no lo recibía, pero era tan doloroso, que se le saltó una lágrima. ¡Una lágrima! Que pesadilla tan gratificante… si en realidad lo fuera.

Reng se levantó a duras penas, sin enjuagarse esa agua salada de la cara. No llevaba nada como vestimenta, por lo que su piel, ahora sólida y de color de los salmones más jugosos, estaba sucia por haber estado expuesta en el suelo. Su pelo. ¡Padre maldito! Su cabello antes color cobre destellante y con una longitud abismal, estaba a la altura de los hombros mal cortado y con un color como la tierra en la que acababa de despertar. Despertar… nunca lo había hecho. ¿A eso se le llamaba dormir? ¿Un estado de la nada en la que no sabías si estabas vivo o muerto? No era una paz que le gustara en absoluto.

Aquella sensación del principio volvió de golpe cuando una brisa gélida de invierno le rozó la piel desnuda. Sus manos estaban moradas, casi no las notaba y los pies casi de lo mismo. Alzó la cabeza. Comenzó a llover, pero notaba la lluvia gélida caer por su piel. Que sensación tan soez. Nunca le había hecho falta notarla. Su cuerpo emanaba un campo protector contra todo tipo de elementos, pero al ver que nada de eso funcionaba ahora, comenzó a sentirse angustiada. Otra sensación asquerosa. Se intentó resguardar debajo de un pino, pero a la lluvia le daba igual, por lo que caminó hasta encontrarse con un pueblucho. En general, le daba igual ir sin o con vestimenta, pero ese tal frio le enfurecía tanto que intento destruir el tiempo, sin éxito. Cogió un harapo sucio de una cuerda y se la puso. Era áspera y olía a heces de animal.

“¡Eh! Devuélvemelo. Es…” La señora se calló al percatarse de que era una simple adolescente. Pero se horrorizó a continuación y se volvió sobre sus pasos, dejando la demás ropa a la merced de la lluvia.

Al menos aun soy la más temida, pensó la Diabla. Pero lo que no sabía era que lo que había horrorizado a la mortal era su mirada de asesina que incluso sin esos ojos cegadores, podían causar terror.

Reng caminó y caminó, llegando a lo que parecía una plaza. Un dolor intenso en el pie hizo que se cayera de bruces al suelo. Un líquido rojo emanaba de su pie izquierdo, mezclándose con las frías gotas de lluvia. Un pequeño objeto incrustado hacía que no parase aquel líquido, por lo que se lo quitó de cuajo y grito del dolor. No sabía que le estaba pasando, no fue un grito de guerra ni de placer, como estaba acostumbrada.

“Eh, tú” la voz de un varón hizo que se levantara con un pinchazo desagradable donde emanaba el líquido ámbar “De que pueblo eres” Un hombre mortal de mediana edad le miró con desdén. “Nunca te había visto por aquí”

Detrás de él, unos cuantos más de su edad aguardaban.

¿Cómo no sabían de quien se trataba? Que insulto.

“Soy hija de…” Dudó. Pero ella nunca dudaba de su linaje ancestral “Soy hija del Dios Diablo. Reng”

Todos se rieron. ¡Se rieron! Reng se preparó para lanzar su ataque, pero no sucedió nada. Los hombres se acercaron a ella. Dio un paso atrás, algo nunca visto en las gemelas. Cierto, su hermana. ¿Dónde estaría? Nunca se había preocupado por la seguridad de su mitad, pero si estaba igual o peor que ella…

Entonces recibió golpes. Desagradables sensaciones una detrás de otra. Por todas partes. Y por primera vez en su infinita vida, tuvo miedo. Se hizo un ovillo en el suelo hasta que perdió el conocimiento.

Aunque era la menor de las hermanas, Teiang era lista pero suspicaz.

Se encontraba observando desde las alturas una gran ciudad. Comenzaba a llover y el castañeo de sus dientes le resultaba insoportable mientras se tapaba como podía sus carnes manchadas de barro y espigas de pino.

“Maldigo a los Dioses” Susurró “Maldigo a El Lord”

Se acordaba de todo lo que había sucedido y eso la irritaba más. Ellas, las Diablas del inframundo vencidas por un ente sin cuerpo ni ideales. ¡Que blasfemo! Aunque sabía que ese ser tenía algo que ellas no. Su poder. Ahora eran unas pobres mortales sin sus poderes de diosas. Y si ella estaba así, su hermana también.

Después de estar un tiempo más maldiciendo a todo ser vivo o muerto, se dispuso a bajar la colina. Sin su teletransportación, era todo más tedioso. ¿Así era como se desplazaban los mortales? ¿A pie? Cuando llegó a aquella ciudad, no encontró a nadie más que su reflejo en las cristaleras de las tiendas. Su cabello de ceniza tan corto que en un primer momento creyó que estaba calva. Sus ojos ardientes, ahora marrones, tan simples que se los quería arrancar con esas uñas planas sin gusto. No se molestó en coger nada de vestimenta, aunque no supiera que, si no lo hacía, la enfermedad llamada hipotermia se apoderaría de ella.

Entró en el primer local que vio: un bar lleno de mortales bebiendo y consumiendo. Gritaban y reían tan alto que notó la vibración de sus voces en su interior. Sus tripas sonaron y se sobresaltó, algo indigno de una Diabla. Todos se giraron para ver a la muchacha sin nada más que su propia piel expuesta. Ella se acercó a una mesa y se llevó a la boca una comida de un mortal que al instante se quejó y la aparto de un manotazo hasta que se cayó. Todos observaban la escena tan peculiar.

Teiang no lloró como se suponía que su nuevo pero viejo cuerpo quería hacer, simplemente se abalanzó sobre el agresor como lo había hecho con El Lord, pero esta vez salió mal parada y se dió contra el pico de una mesa. Todos vitorearon y abuchearon a partes iguales. Veía raro, como si el mundo se hubiera duplicado. Lo mismo en uno de esos mundos aún tenía poderes para aniquilar a todos los presentes.




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