Reng despertó de nuevo con nuevos dolores más intensos que la última vez. ¿Le estaba doliendo la cabeza? También comenzaba a sentir retortijones en el estómago, como si este rechazara lo que tuviera en su interior, cosa que era imposible, no había ingerido ni bebido nada en la vida.
“No te levantes aún, cielo” Dijo una voz asquerosamente dulce “Tienen que sanar tus heridas”
Ya no es que le molestara aquel apodo meloso, si no que el hecho de que tuviera “heridas” le entraron ganas de estrangular a la persona que había hablado.
“Yo nunca tengo heridas” Se quejó Reng casi sin voz, como si se la hubieran arrebatado.
“Una chiquilla fuerte, eh”
Se acabó.
Se levantó de golpe haciendo caso omiso al dolor de cabeza, el dolor del cuerpo y el pinchazo del pie y cogió por el cuello del vestido a la muchacha. Era joven, con el pelo castaño como ahora el suyo y un ropaje largo y muy usado.
“Escúchame mortal, no soy ninguna chiquilla. Llevo en este mundo desde que La…” Tosió. Tosió líquido rojo como lo había hecho en el pie.
“¡Te dije que no te movieras!” La dejó de nuevo tumbada con suma delicadeza y esta vez la ya no Diabla se quedó quieta, dándole vueltas la cabeza.
“Tomate esto” dijo la chica tendiéndole una taza con un líquido verdoso.
“No” le salió un hilo de voz y quiso aclarársela, pero no pudo.
La joven suspiró y le dejó la taza en una mesa baja al lado de la cama.
“Dime entonces, ¿Cuántos años tienes? Yo no te pongo más de 20”
¿Qué diablos estaba diciendo?
“Bueno” Siguió hablando ya que Reng no se dignaba a contestar “¿Qué hiciste para cabrear al Jeef?”
¿Jeef?
“Quiero decir, no estoy de acuerdo con la violencia, y menos a una jovencita, pero le tendrías que haber cabreado mucho para que él y sus seguidores te dieran una paliza”
No contestó, simplemente se levantó para irse. Ya estaba harta de estar tanto tiempo en la misma habitación que la mortal.
“¿Eres seguidora de las Gemelas Malditas?”
Aquella pregunta hizo que se quedara al lado de la puerta con la mano en el pomo.
¿Seguidora?
“Algunos siguen creyendo que están vivas… pero de eso ya hace 10 años. Un día desaparecieron y, aunque no se han encontrado sus cuerpos, todo el mundo estaba más que satisfecho en decir que habían muerto” explicó con sumo cuidado “¿Curioso no? Eran inmortales”
“¿Y si no lo estuvieran?” A Reng le daba igual si la temía, mejor para ella.
La joven miró a los ojos jóvenes de la misteriosa muchacha.
“Entonces rezaría a Dios para que las hiciera desaparecer de nuevo”
Reng sonrió. Quería demostrarle que era una de las Malditas. Que ese tal Dios a la que ella rezaría era la que había creado su vida desde el comienzo del mundo. Pero se sentía débil, aunque le diera asco admitirlo. Si pudiera elegir, elegiría dormir permanentemente antes de vivir así para siempre. Pero entonces lo pensó mejor: buscaría a su hermana y hallarían la forma de recuperar sus poderes de Diosas del Infierno y le daría razones a esta mortal para rezar por su vida. Así que salió de aquella casa sin decir palabra.
Teiang, sin rumbo ni destino, deambulaba por un camino de tierra. Se había puesto una vestimenta horrible que había robado por ahí y que le quedaba suelta y dos tallas grandes. También sació su nueva sensación de vacío con comida y agua que le dieron unos mortales después de amenazarles. No iba a admitirlo, pero se sentía sola sin poder saber a todo momento donde se encontraba su querida gemela. No estaba preocupada por ella, nunca lo estuvo y nunca tuvo necesidad de tal cosa, pero sí que sentía la curiosidad de averiguar a donde fue a parar.
Ahora que sabía que estuvo en un estado inconsciente durante 10 años, podía sembrar de nuevo el caos cuando supieran que habían vuelto las diablas.
Sin saber cuántas horas había estado deambulando, Teiang se sentía devastada, agotada. El reino de Hu, donde se habían criado ella y su gemela desde los principios de los tiempos, era demasiado extenso para verlo todo en incluso durante un año. Se componía de bosques densos con criaturas extrañas en su interior. Las poblaciones más grandes en donde habitaban los mortales eran las ciudades, que no se extendían más de veinte kilómetros a la redonda. Luego estaba La Era, aquel dorado árbol enorme con su interior tan oscuro que se alimentaba solo de la luz. Es tan anciano que incluso nació 1 minuto antes de que nacieran las Gemelas Malditas, que ya es mucho decir. Era un árbol que solía moverse cuando era más pequeño, buscando un sitio adecuado para madurar, hasta que lo encontró al lado del volcán Grava, donde residían las hermanas. Puede que la eterna oscuridad de ellas le atrajera a su lado, donde echó raíces permanentemente y hasta ahora mide la friolera de mil kilómetros de altura y 500 metros de anchura. Nunca se le caían las hojas doradas ni tampoco le crecían nuevas.
En Hu y en los demás reinos de esa tierra, apenas salía el despreciado sol y siempre estaba cubierto de una nieve densa y blanca. En otros lugares, esa nieve era negra. Los lugareños de esos lares creían que era debido al supuesto fallecimiento de las Temidas, para honrarlas, pero era La Era el responsable de tales acontecimientos.
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Editado: 22.09.2025