El paso del tiempo era ambiguo. Nunca sabías lo que iba a suceder, aunque lo
tuvieras planeado. Por eso, ahora que las gemelas no podían saber nada más que lo
que veían y escuchaban, tendieron a actuar en conjunto para mayor éxito.
El paso del tiempo era cambiante. Modificaba a todo ser humano, animal o natural,
vivo o muerto, físico o psicológico. Por eso, aunque las gemelas siguieran siendo ellas
mismas, ese año de mortalidad en solitario, les hizo sobrevivir por primera vez desde
que nacieron y sin darse cuenta, aprendieron de los comportamientos humanos más
de lo que querían admitir.
Ellas, decididas de encontrar a El Lord donde quiera que fuera su morada, recorrieron
mar, cielo y tierra por ese propósito.
“La única conexión que tenemos con El Lord es La Sombra” Reng comía en el suelo
los alimentos que habían robado en su último saqueo de un pueblo lejano.
“Por crear algunos infortunios ya piensa que creemos que han sido causados por el
destino…” Teiang se levantó, cogió una jarra de cerveza medio llena y se la tomó de
un trago. La reventó contra el suelo, salpicando de cristales todo el suelo de madera
teñido de carmesí “Tiene que haber alguna forma de que nos visite” empujó un cuerpo
sin vida tendido sobre la mesa al suelo y se sentó cruzando las piernas con gentileza.
“Solo acepta órdenes de El Lord. Seguro que no le gusta nada” sonrió con maldad
acabándose la carne con las manos.
“Tiene envidia de nosotras, hermana”
“¿Antes o ahora?”
“Siempre”
La Sombra escuchaba, por supuesto. Se encontraba en cada rincón con sombra u
oscuridad, y dando por hecho que ese mundo era tan decadente, siempre podía estar
presente ya que las condiciones lo permitían.
Las hermanas querían hacerle salir con las verdades que no iba a admitir. No caería
en su red de manipulaciones.
“¿Si tanto detesta a El Lord, porque no se une a nosotras?” Reng ahora se encontraba
subida a la barra del bar en el que estuvieron hablando, pateando todo vaso, plato o
cubierto que se interpusiera entre ella y su pie. La luna observaba desde arriba el caos
que habían formado en aquel pueblo ahora desierto.
Aquel ofrecimiento no era más que un farol. Nunca habían unido fuerzas con otros.
Solo eran Reng y Teiang.
Teiang, sabiendo que era para hacerle salir, se calló.
Solo se escuchaba el sonido del viento meciendo el trigo abandonado y los grillos
gritando, anhelando que el clima fuera más cálido.
Las Gemelas Malditas durmieron juntas en una de las casas, hasta que bien temprana
la mañana, un ruido de carros y cascos de caballo las alertaron.
“¡Salid de vuestro escondrijo, mundanas!” se escuchó por todas las ruinas.
Las dos almas mortales habían aprendido que, ahora la estrategia estaba por encima
de la fuerza, por lo que intentaron planear que podían hacer para huir o matar a todas
aquellas personas que habían llegado.
“Separaos y encontradlas” ordenó la primera voz.
Los cascos de los caballos se escuchaban por todas partes, cada vez más cercanos.
“¿Qué hacemos?” la menor no tenía miedo, pero si angustia por no poder actuar.
“Van a registrar todos los rincones. ¿Nos entregamos?” Sus ojos destelleaban por la
emoción del momento.
Se arrimaron a la ventana para poder apreciar cuantos hombres había. Contaron unos
15 incluyendo el jefe, esperando en la calle central del ya no pueblo.
“Bueno, ya me estaba aburriendo de saquear y matar a gente. Con esto puede que me
divierta por un rato” La mayor lo tenía decidido, así que sin esperar a ver lo que
opinaba su hermana, salió de la casa.
“¡Ahí! Manos arriba” le gritó uno de los guardias que pasaba cerca. Al instante, los
otros aparecieron con las armas preparadas para actuar si hiciera falta “Encontrad a la
otra”
“No hará falta” Teiang salió con las manos sobre los costados, aunque le gritaran que
las mantuviera arriba.
Las llevaron ante el jefe: un señor barbudo de mediana edad y más grande que los
demás. Llevaba unas ropas costosas y una corona en su canosa cabeza.
El rey de Hu.
“Que honor que el mismísimo rey de Hu nos haya visitado en persona” Se rio Reng.
Desde que se convirtieron en mortales, tuvieron tiempo más que suficiente para
observar la estructura que tenía la sociedad de los humanos. Nunca antes habían oído
hablar de un rey o reina, de un principie o princesa, de un alcalde o alcaldesa.
Conceptos que para ellas eran innecesarios e inútiles en su antiguo mundo de diosas.
“No tenéis permiso para hablar. Desde ahora hasta el fin de vuestras miserables vidas
seréis juzgadas y prendidas en la hoguera por vuestros atroces actos a lo largo de
todo el reino”
“Eso me recordará a nuestro hogar. ¿Verdad her…?” Uno de los guardias le golpeó en
la cabeza a Teiang para que se callara como había ordenado el rey, dejándola
inconsciente en el suelo y con la cabeza abierta.
Reng miraba con seriedad todo aquello, pero ni se inmutó. No lloró o se enfureció
como creyeron todos que iba a pasar.
“Que la maldición de Dios os caía a todos” susurró casi como un cántico. El mismo
guardia también la dejó inconsciente.
#1258 en Fantasía
#727 en Personajes sobrenaturales
#1916 en Otros
#406 en Relatos cortos
Editado: 22.09.2025