—Mi amor, despierta…
—Quiero dormir un poco más… —murmuré con voz somnolienta, sin abrir los ojos.
Su risa fue como un río suave: exquisita, una mezcla de melodías que acariciaban mis sentidos.
—Lo sé, debes estar cansada… pero si no bajamos ahora, no haremos el recorrido que preparé para tu cumpleaños.
Ah, cierto… el tour.
Me incorporé de golpe, sacudida por la emoción, y corrí hacia el baño.
—¡Espérame abajo!
—Prefiero esperarte aquí —replicó Blaze con una sonrisa.
—Y yo prefiero que me esperes abajo.
—Pero quiero verte salir de la ducha…
—Amor, por favor —dije entre risas.
—Está bien… sólo porque es tu viaje de cumpleaños.
Cuando salí de la ducha, Blaze ya no estaba en la habitación. Eso me permitió arreglarme más rápido. Diez minutos después, ya estaba en el comedor, compartiendo el desayuno con los demás.
El tour comenzó poco después. París estaba majestuosa bajo el sol. Los adoquines reflejaban una luz cálida y el aire tenía un aroma a pan recién horneado y libertad.
—El río Sena es hermoso, ¿no? —pregunté mientras caminábamos por el borde del muelle.
—Claro, mi amor. Pero más hermosa estás tú —respondió Blaze con una mirada intensa.
—Ay, coqueto…
—No empiecen, por favor —gruñó Nathaniel, con expresión de fastidio.
—Yo traje a Cora para que estuviera contigo, y tú aparentemente te la pasas mejor con nosotros. ¿De qué te quejas entonces?
—Cierto… pero eso no quita que no soporte sus cursilerías.
Blaze y yo reímos. El día parecía perfecto.
Al llegar al último destino, la Torre Eiffel, decidí inmortalizar el momento. Saqué mi celular y lo enfoqué hacia nosotros.
Justo cuando iba a presionar el botón…
Alerta de temblor: un sismo de magnitud 5.6 se aproxima hacia donde estás.
—Mi teléfono dice que hay una alerta de temblor —anuncié en voz alta.
—Toma la foto y luego buscamos un lugar seguro —dijo Blaze con calma tensa.
Presioné el botón. Click. El momento quedó congelado en el tiempo: sus caras, sus sonrisas, nuestras emociones… todo atrapado para siempre.
Pero justo al terminar, el suelo comenzó a temblar. El mundo vibró con una furia repentina.
—¡Cuidado! —gritó alguien.
Blaze me rodeó con sus brazos, cubriéndome mientras fragmentos de vidrio y trozos de cemento caían cerca. El caos estalló como una bomba invisible.
La gente gritaba, corría en todas direcciones. Y entonces… algo aún más aterrador ocurrió.
Comenzó a llover. Pero no era agua.
Era un líquido espeso, rojizo… como sangre.
—¡¿Qué demonios…?! —dijo Cora alzando la mano. Gotas carmesí se deslizaban por su piel como pintura.
Unos oficiales comenzaron a dirigirnos hacia un supermercado cercano. Nos ordenaron refugiarnos allí hasta que “llegara ayuda”.
—Esto es raro, mi cielo. Lo que llovió… era sangre —le dije a Blaze, aún temblando entre sus brazos.
—¿Cómo estás tan segura, mi amor?
—Porque olía a hierro… fuerte. Y el color… era idéntico.
Nos instalamos en un rincón del supermercado, apartados del resto. Unos veinte más estaban allí, en silencio o murmurando nerviosamente.
Y entonces, una mujer comenzó a comportarse de forma extraña. Se tambaleaba, con los ojos vidriosos, la piel ceniza. Estaba… jadeando.
—¿Qué le pasa? —preguntó Blaze, señalando con la barbilla.
—Parece una zombi —rió Jackson, intentando aliviar la tensión.
—Eso no es de risa, Jackson. ¡Porque sí lo parece! —dijo Rosalie con tono grave.
—Maldita sea… no puede estarnos pasando esto —murmuró Blaze, apretándome con fuerza.
—Estaremos bien, mi amor… —le dije con una sonrisa que intentaba no temblar—. No pienso morir aquí. No después de sobrevivir 18 años.
Me separé de él y me puse de pie.
—Escúchenme. Tenemos que ir hacia la zona de herramientas. Allí encontraremos destornilladores, cuchillos, lo que sea. Y luego buscaremos un lugar más seguro para escondernos. No vamos a quedarnos sentados esperando.
—Claro —dijo Rosalie—. Eres brillante. Ya veo por qué mi hermano te eligió.
—Concuerdo con Rosalie —añadió Jackson, más serio esta vez.
—Sí, todos sabemos lo maravillosa que es mi novia —sonrió Blaze—. Pero tenemos que movernos. Esa señora… creo que ya mordió a alguien.
Y fue justo en ese instante cuando sucedió.
El primer zombie… explotó.
Un chasquido seco, como carne desgarrándose. El cuerpo de la mujer se infló de repente y estalló en una nube carmesí, fragmentos de sus órganos salpicando las paredes y a los que estaban cerca, todo parecía una película de terror.
Gritos. Pánico.
—¡CORRAN! —grité. Pero no todos se movieron a tiempo.
Otro cuerpo, esta vez el hombre al que había mordido… explotó también, y luego otro, y otro.
—¡¿Por qué explotan?! —chilló Cora, aterrada, mientras corríamos hacia la sección de herramientas.
—¡No lo sé! ¡Pero tenemos que salir de aquí!
Los zombis… no solo mordían. Eran bombas biológicas, y ahora estaban explotando uno a uno.
Era solo el principio del infierno, y maldita sea si que iba a ser largo todo esto.