La erupción de la locura

3. París, la ciudad del horror

El caos se desató por todo el lugar. A pesar de haber logrado llegar al sitio que había mencionado antes, pronto comprendimos que no tenía mucho sentido buscar herramientas para defendernos de los zombis si estos simplemente explotaban. Sería ridículo enfrentarse a ellos solo para acabar cubiertos de restos humanos.

—¿Entonces para qué vinimos acá? —preguntó Rosalie, frunciendo el ceño, su mirada incrédula clavada en mí. Ya no parecía tan convencida de que mi idea hubiera sido tan brillante como sonaba en su momento.

—Porque, aun así, debemos evitar que nos muerdan —respondí, mientras mis ojos escaneaban el lugar en busca de Blaze. Cuando finalmente lo vi, no dudé en correr hacia él y refugiarme entre sus brazos, tan cálidos como siempre. Por un momento, el mundo se detuvo.

—Thea, literalmente ya no hay zombis —dijo Nathaniel, aunque no dejó de seguir con el plan, recogiendo lo que encontraba útil a su alrededor.

—Como dije antes, no pienso quedarme aquí sentada esperando una ayuda que claramente no va a llegar —gruñí, ahora siendo yo la que fruncía el ceño con furia. —Podríamos esperar días… semanas… meses, incluso años. ¡Siglos! ¡Nuestros descendientes podrían nacer y morir en este lugar y seguiríamos esperando!— Estaba a punto de continuar con mi monólogo cuando Blaze me sujetó con firmeza por los brazos y me obligó a mirarlo a los ojos.

—Mi amor —dijo con su voz tranquila pero firme—, sugiero que por ahora busquemos el sitio más seguro en este supermercado. Yo apostaría por las bodegas. Podemos escondernos allí con comida y todo lo necesario para defendernos, en caso de que los zombis regresen.

Lo miré y sonreí. Este, pensé, este es el chico del que me enamoré.

—Tienes razón —suspiré, abrazándolo con fuerza—. Eso tiene mucha más lógica. Ahora este es el lugar más seguro, pero debemos hacerlo aún más seguro. Cerremos las puertas. Consigan candados. Las aseguraremos desde dentro.

Y así lo hicimos. Juntos recogimos provisiones, linternas, mantas, botiquines, incluso algunos bates de béisbol. Cerramos las puertas del supermercado con candados y escondimos las llaves en un sitio que, sinceramente, sería imposible de encontrar para cualquier criatura… o humano.

Nos instalamos en la bodega y comenzamos a adecuarla como nuestro nuevo hogar, por tiempo indefinido. Extendimos mantas en los rincones que seleccionamos como habitaciones improvisadas, organizamos un pequeño espacio para comer, y almacenamos los objetos que podrían servirnos de defensa. Finalmente, cerramos la puerta de la bodega con otro candado más.

—Deberíamos ver las noticias —sugirió Nathaniel, acomodándose en uno de los rincones. —Tal vez haya más información sobre lo que está pasando allá afuera.

—Por más tonterías que diga este idiota, tiene razón —intervino Jackson, asintiendo con un gesto seco.

—El único problema es que, probablemente, las noticias estén en francés. Y dudo que alguien aquí hable francés —comentó Rosalie, cruzándose de brazos.

—Thea sí —afirmó Blaze, mirándome con una mezcla de orgullo y cariño.

—Bueno… tomé algunos cursos. No lo domino, pero vale la pena intentarlo —respondí, algo nerviosa, pero dispuesta.

Buscamos el celular que aún tenía la batería más cargada y lo encendimos. Sintonizamos las noticias de París. En la pantalla, una reportera hablaba con el rostro pálido, el miedo evidente en su expresión.

Paris est un désastre. Apparemment, un volcan est entré en éruption et produit un gaz qui fait que les gens agissent comme une sorte de zombie, puis explosent. Les autorités sont chargées de les contenir, mais le virus se propage rapidement. Nous demandons à tout le monde de rester à la maison. Et si vous sortez, utilisez des masques à gaz. Dieu nous protège.

Tragué saliva antes de traducir en voz alta, intentando no omitir ninguna palabra importante, ahora todo estaría peor que antes.

—Dijo: “París es un desastre. Aparentemente, un volcán entró en erupción y produjo un gas que hace que las personas actúen como una especie de zombi, y luego explotan. Las autoridades están tratando de contenerlos, pero el virus se propaga rápidamente. Piden a todos quedarse en casa. Y si salen, usar máscaras de gas. Que Dios nos proteja”.

Por un momento, nadie dijo nada. El silencio se volvió casi tan denso como la oscuridad que empezaba a llenar la bodega. Entonces, Jackson habló:

—Bueno, Thea… feliz cumpleaños.

Lo miré, parpadeando sorprendida y algo alegre de que intentara sacarnos una sonrisa en medio del caos. Aunque, la verdad, lo había olvidado por completo.

—Supongo que este será el cumpleaños más auténtico de todos —dije, intentando seguirle la corriente con una sonrisa.

Y contra todo pronóstico, todos reímos.

Ojalá y esto no sea muy largo, pensé mientras volvía a refugiarme entre los brazos de mi novio, en otro de los rincones cercano a donde se encontraba nuestra improvisada habitación.

Cuando de repente, se escuchó un grito. Fuerte, intimidante, en las afueras de nuestro escondite.

¿Habían logrado entrar?




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