La erupción de la locura

5. Los secretos de Elias.

Habíamos tenido un día bastante cansado, y mientras se estaba encerrado, creo que ninguno notaba que la noche llegaba cada vez más rápido.

Todos estaban dormidos. Todos, menos yo, que nunca lograba descansar del todo bien. El silencio de la bodega era casi absoluto, apenas interrumpido por el sonido de alguna respiración profunda o el leve crujido de la estructura.

Elías dormía profundamente, envuelto en una manta demasiado grande para su pequeño cuerpo. A su lado, su mochila seguía cerrada con un nudo extraño, como si resguardara más que simples pertenencias. Algo que pesaba. Algo que parecía ocultar respuestas que todavía no comprendíamos.

Me quedé observándolo mientras Blaze respiraba pausadamente a mi lado. La frase que Nathaniel había repetido más temprano no dejaba de rondarme la mente:

"Debes buscar a los buenos..."

¿Qué significaba eso realmente? ¿Quiénes eran “los buenos”? ¿Por qué su madre lo había enviado a buscarlos como si el destino del mundo dependiera de ello?

Me levanté en silencio, procurando no despertar a nadie. Algo en mi interior me decía que el niño no había dicho todo… y que esa mochila, tarde o temprano, iba a hablarnos.

Pero por ahora, necesitaba descansar. O al menos intentarlo.

Justo cuando me recosté, Elías comenzó a removerse entre las mantas. Su respiración se volvió entrecortada y un pequeño quejido escapó de sus labios. Me incorporé enseguida. Su rostro, tan tranquilo minutos antes, estaba ahora contraído por el miedo. Empezó a murmurar palabras sueltas entre dientes:

—Mamá… no… no me dejes… no abras la puerta…

Su cuerpecito temblaba. De pronto, se sentó de golpe, con los ojos abiertos como platos. Estaba empapado en sudor, jadeando como si el aire le faltara, y se llevó ambas manos al pecho, luchando por controlarse.

—¡No! ¡No, no quiero irme! ¡Mamá! ¡Mamá! —sollozaba, totalmente perdido.

Me acerqué de inmediato, con el corazón encogido.

—Elías… estás a salvo, estás conmigo —susurré, tomándolo con cuidado de los hombros, tratando de que me viera.

Pero sus ojos no me veían. Estaban anclados en un lugar lejano, donde el miedo aún reinaba.

Entonces lo abracé. Lo abracé con toda la ternura y fuerza que pude, como si mi calor pudiera sacarlo de aquel infierno.

Su cuerpo temblaba contra el mío, y fue entonces que empecé a cantar, sin pensarlo, con una voz bajita que apenas podía oírse. Era una canción que mi mamá solía cantarme cuando yo tenía miedo, cuando sentía que el mundo se derrumbaba.

Chiquitito, dime por qué... tu dolor hoy te encadena...
En tus ojos hay una sombra de gran pena...
No quisiera verte así, aunque quieras disimularlo...
Si es que tan triste estás, ¿para qué quieres callarlo...?

Su llanto empezó a calmarse. Ya no temblaba tanto. Se aferró a mí como si mi voz fuera el único ancla que lo mantenía en este mundo. Su frente descansó contra mi pecho y sus sollozos se convirtieron en respiraciones lentas y húmedas.

Chiquitito, sabes muy bien… que las penas vienen y van…
Y desaparecen…
Otra vez vas a bailar y serás feliz, como flores que florecen…

Un largo silencio llenó la bodega. Solo se escuchaba su respiración acompasada y la mía. Cuando por fin levantó la cabeza, sus ojos estaban rojos, pero más tranquilos.

—Gracias… Thea —susurró.

Le acaricié el cabello con cuidado.

—Estoy aquí, ¿sí? No voy a irme a ningún lado.

Y lo decía en serio. Ningún niño debería pasar por este tipo de dolor. A mí no me cuidaron… y ahora que tengo la oportunidad de proteger a uno, lo haré de la mejor forma posible.

En ese momento, sentí el cuerpo de Blaze rodearme por detrás. Supongo que los gritos de Elías lo habían despertado.

—Sé lo que sientes… —murmuró mientras me abrazaba—. Quieres protegerlo. Quieres proteger a todos, en realidad.

Me miró con esa ternura que me desarmaba, la misma que siempre veía en sus ojos cada vez que creía que yo no estaba mirando.

—Tú también los protegerías si pudieras —susurré.

—Lo intento… pero tú… tú lo haces de una manera hermosa.

Elías tiró de él suavemente, atrayéndolo hacia nosotros. Blaze se acercó más, sin pensarlo, y yo solté un suspiro, agotada y conmovida.

—Cuando tenía crisis de ansiedad por mis pesadillas, mi mamá siempre me cantaba esa canción —le conté, con un nudo en la garganta—. Siento tanta conexión con él, amor… es como si ambos sintiéramos el mismo dolor.

—Lo sé, lo noto en tus ojos —dijo Blaze, y me giró el rostro con la mano para darme un casto beso en los labios—. Y Elías lo agradece, ¿verdad, campeón?

—Sí, lo agradezco demasiado —respondió con voz bajita. Bostezó y cerró los ojos.

Lo llevé con cuidado hasta su lugar, lo arropé con la manta gigante, y luego volví a los brazos de Blaze.

—Todo va a estar bien. Vamos a salir de todo esto —murmuró mientras me acariciaba el cabello, lento, con suavidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.