Poco a poco fueron pasando los días, y cada vez Elías se hacía más miembro de la familia. Ese chiquitín había robado nuestros corazones. Era un amor. Siempre intentaba que todos estuviéramos tranquilos, y poco a poco fue entrando en confianza. Aún le costaba dormir, y le seguía cantando para que durmiera tranquilo. Esto se volvió rutina. Me costaba demasiado no encariñarme con él, mucho, ya que veía en él una versión chiquita de mí misma.
Hasta que finalmente llegó el día. Estábamos sentados en círculo, compartiendo una cena escasa de latas vencidas, cuando Elías dejó caer su cuchara con un clang metálico. Todos alzamos la vista.
—Mi mamá dijo que después de que confiara en ustedes, podía mostrarles lo que había en la mochila —masticó y tragó, mientras el aire se espesaba a nuestro alrededor. Sus ojos, demasiado serios para un niño, se clavaron en los míos—. Y finalmente confío lo suficiente en ustedes como para mostrarles lo que hay dentro. Aunque… —apretó los puños sobre sus rodillas— ni yo mismo sé lo que es.
Blaze intercambió una mirada conmigo. Rosalie contuvo el aliento. La mochila, esa vieja mochila de tela desgastada que Elías jamás soltaba, yacía entre nosotros como una bomba a punto de estallar.
Elías la abrió.
La cremallera crujió, demasiado fuerte en el silencio. Dentro, envuelto en un trapo manchado de algo que parecía sangre seca, había un libro. No un libro cualquiera: la cubierta era de cuero negro, gastado en los bordes, y en la tapa se alzaban símbolos grabados con algún instrumento afilado. Espirales que se enredaban como serpientes, trazos que se retorcían en formas imposibles.
—¿Qué mierda…? —Jackson se inclinó hacia adelante, pero Nathaniel lo detuvo con un gesto brusco.
—No lo toques —susurré mientras miraba impactada, con los ojos dilatados—. Eso es Ventris. El idioma de los que crearon esto.
El corazón me golpeó las costillas. Ventris. La palabra me sonaba, como un eco de pesadillas que no creí que nunca fuera más que eso, una simple pesadilla, pero todo esto cada vez era más parecido a mis más temidas pesadillas.
Elías pasó las páginas con dedos temblorosos. El papel era grueso, amarillento, y la tinta… No era negra. Era roja. Como óxido. Como sangre. Mis ojos escanearon las palabras, aunque no comprendiera del todo bien lo que decía, después de todo, nunca creí encontrar este idioma en verdad.
"Korath vey’n ulthar, zis’reth mahn dain."
Mi voz tembló al traducir, sin saber cómo, porque de repente lo entendía demasiado bien:
—"Y los que duermen despertarán, mas no por el hierro, sino por la voz de la sangre."
Un escalofrío me recorrió. Afuera, el viento aulló entre los escombros de la bodega donde nos escondíamos. Pero no era solo el viento.
Era un gruñido.
Bajo nosotros.
Dentro de las paredes.
Rosalie se llevó una mano a la boca. Blaze ya tenía el cuchillo en la mano, los nudillos blancos, y nos escondió a mi y al niño, quien cerró el libro de golpe.
—Mamá dijo que ustedes sabrían qué hacer —musitó, y por primera vez, su voz sonó frágil, como un hilo a punto de romperse—. Porque los chicos buenos… son los que tienen la luz en la sangre.
Y entonces, el suelo vibró. Algo respondía desde las sombras.
-Elias, mírame- le dije con voz temblorosa pero intentando no sonar frágil. -¿Tu mamá trabajaba con personas de batas blancas?
Elias me miró, con sus ojos fríos, tenía miedo, ya conocía esa expresión de memoria, respiró hondo para exclamar un "Sí" entre dientes.q
Todo temblaba, se sacudía y se movía.
Iban a entrar.
todo iba a terminar.
Los gruñidos de esos bichos se escuchaban cerca, habían logrado romper los vidrios de donde estábamos y pronto enterarían.
Agarré un bate y le pedí a Elias que guardara el libro, mientras lo ponía atras mío.
Retrocedimos todos juntos al escuchar como movían la puerta, y de repente todo estalló, la puerta se derrumbó frente a nosotros.
Los ojos vidriosos, las partes del cuerpo rotas, pero no entraban como si fuesen zombies, entraban como si fuesen un ejercito, marchando al zon de un tambor invisible.
Blaze se movió, dispuesto a atacar, a defendermez pero un zombie se acercó hacia donde estábamos.
Era una mujer, o lo que quedaba de una. La sangre seca aún corría por su cuerpo, su pelo habia sido aparentemente rubio. Ella se detuvo frente a mí, y entonces.
Se arrodilló.
Y por si eso no fuese lo suficientemente raro, todos los zombies atrás de ella, iniciaron a hacer lo mismo.
El aire se cortó con un gemido colectivo. Uno tras otro, los infectados caían de rodillas, cabezas inclinadas hacia mí, como si yo fuera...
-Amor...- La voz de Blaze sonó lejana, ausente- ¿Qué diablos está pasando?
No supe que responder, Elias de repente me entregó el libro, como queriendo comprobar algo. Lo recibí y empezó a vibrar en mis manos.