La erupción de la locura

7. ¿Elias?

Cúbranse! —gritó Blaze, lanzándose sobre mí.

Pero no servía de nada.

Uno tras otro, los cadáveres comenzaron a explotar. Pedazos de carne golpearon las paredes, el techo, nuestros rostros. Cora vomitó. Jackson maldijo mientras se sacaba un trozo de víscera de la mejilla. Yo solo podía quedarme allí, paralizada, viendo cómo mi ejército se convertía en confeti de muerte.

Hasta que solo quedó el silencio.

Y entonces, Elías habló.

Mi mamá dijo que esto pasaría —susurró, con esa vocecita dulce que ya no me parecía tan inocente. Todos giramos hacia él. Tenía sangre en las pestañas, pero sonreía, como si esto fuera un juego—. Dijo que la luz siempre tiene un precio. Y que los que la controlan… —me miró fijamente— también controlan la oscuridad.

Nathaniel fue el primero en reaccionar.

—¿Qué quieres decir, Elias? —preguntó, pero su voz sonaba demasiado afilada, como si ya sospechara la respuesta.

El niño se encogió de hombros, de pronto otra vez el pequeño asustado que conocíamos.

—No sé. Solo repito lo que ella me dijo —murmuró, abrazando su mochila contra el pecho—. Pero también dijo que… que los que explotan no son los malos. Son los que se resisten.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Rosalie me agarró del brazo.

—Thea —su voz era áspera, urgente—. ¿Tú ordenaste que explotaran?

—¡No! —casi grité, pero la duda ya estaba allí, en sus ojos, en los de todos, menos en los de Blaze, quien me arrastró hacia atras de él y miró a su hermana casi como si la desconociera.

Y entonces, Elías, con la mirada perdida en la sangre en el suelo, añadió lo más aterrador de todo:

Mi mamá también dijo que la luz duele… pero la oscuridad siempre gana al final.

El silencio en el refugio pesaba como losa. Blaze apretaba el bate entre sus manos, los nudillos blanqueados por la fuerza. Rosalie tenía la mandíbula tensa, los ojos brillantes de rabia y algo más—¿miedo? ¿Traición?—mientras se interponía entre su hermano que me había alejado con su instinto protector para acercarse a Elias.

—No te acerques más—le advirtió, levantando la llave inglesa como si fuera un arma.

Blaze soltó una risa cortante.

—¿En serio, Rosie? ¿Vas a elegir a un niño que conocimos hace dos semanas antes que a tu propia sangre?

—¡No es solo un niño! —gritó ella, la voz quebrada—. ¡Es Elias, ya es parte de esta familia! ¡Y tú estás tan obsesionado con Thea que no ves la mierda en la que nos estás metiendo!

Elías, escondido detrás de Rosalie, ahogó un sollozo.

—P-por favor… no peleen… —su vocecita temblaba, pero sus ojos, sus ojos ya no eran los de ese niño a quien le canté tantas noches.

Blaze dio otro paso adelante, el bate levantado.

—Mueve. Te.

Rosalie no lo hizo.

Fue entonces cuando Elías se lanzó entre ellos, los brazos abiertos como un pequeño mártir.

—¡BASTA!—gritó, y por un segundo, el aire vibró.

Rosalie retrocedió, como si la voz del niño la hubiera empujado. Blaze se quedó helado, el bate a medio camino.

Elías respiró hondo, las lágrimas brillando—¿pero eran reales? ya no confiaba en nada de este niño.—en sus mejillas.

—Mamá dijo… que los chicos buenos no se lastiman… —susurró, y luego, con una mirada rápida hacia mí, tan fría, tan calculadora, que el estómago se me encogió—. Por favor…

Rosalie se derrumbó.

—Dios, lo siento, Elias, lo siento… —lo abrazó contra su pecho, acariciándole el pelo.

Blaze bajó el bate, pero no la vigilancia. Porque *lo había visto.

Lo mismo que yo.

Esa sonrisa fugaz, esa expresión de triunfo en el rostro de Elías, justo antes de enterrar la cara en el hombro de Rosalie.

Como si todo esto fuera un juego.

Él, el único que sabía las reglas.

Pero yo y Blaze, sus principales enemigos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.