Todo colapsaba.
El techo crujía sobre nuestras cabezas como si estuviera a punto de desmoronarse por completo. Una grieta atravesó la pared izquierda con un gemido seco, mientras la luz del libro seguía pulsando en mis manos, cada vez más fuerte, más desesperada.
Elias seguía gritando.
—¡LOS OSCUROS VIENEN! ¡LOS OSCUROS VIENEN!
¡LOS OSCUROS VIENEN!
Pero ya no parecía él. Su cuerpo permanecía inmóvil, casi débil, como si estuviera dormido, pero de su espalda emergió una sombra monstruosa. Una criatura oscura, con formas retorcidas y ojos rojos que brillaban en la penumbra, se alzó amenazante, reptando por el suelo y las paredes, como si respondiera a un llamado invisible.
—¡Thea, vámonos! —me gritó Blaze, pero su voz parecía atrapada bajo el agua.
No podía moverme. El libro no solo temblaba, latía, como si tuviera un corazón sincronizado con el mío.
Rosalie gritaba. Nathaniel se sujetaba el brazo marcado, que ahora resplandecía con un brillo azul enfermizo. Cora y Jackson corrieron hacia la puerta, pero esta se cerró de golpe, sellada por raíces negras que brotaron del suelo.
—¡Nos está encerrando! —gritó Jackson.
Abrí el libro, sin poder evitarlo. Las páginas pasaron solas, como hojas al viento, hasta detenerse en una imagen: un círculo de fuego rodeado de figuras encapuchadas, y en el centro... una silueta que se parecía demasiado a mí.
Un viento helado me levantó del suelo, y entonces la voz llegó, clara, nítida, una voz que no esperaba oír.
"Thea..."
Era la voz de mi madre. O tal vez de mi padre. Una mezcla de ambas, dulce y urgente al mismo tiempo.
"Tú eres la luz en esta oscuridad. Solo tú puedes salvarlo."
El pecho se me oprimió y la sangre se congeló en mis venas. ¿Cómo podía ser? ¿Por qué me llaman luz… si otros me llaman oscuridad?
No entendía cómo podía ser ambas cosas a la vez, ni qué papel realmente debía jugar.
Blaze gritó mi nombre, tirando de mí, pero el aire parecía pesar toneladas.
La criatura oscura avanzaba desde Elias, con un rugido bajo y gutural.
Recordé las palabras susurradas por esas voces antiguas: "Solo la luz puede contener la sombra."
Con voz temblorosa, pronuncié esas palabras, con todo el poder que pude reunir:
—Solo la luz puede contener la sombra.
La criatura pareció detenerse, como si mi voz la atara a su lugar, y un brillo tenue salió del libro, iluminando la bodega.
El símbolo en la mano de Nathaniel brilló con fuerza, igual que la marca en el pecho de Elias.
El monstruo chilló, retrocedió y desapareció, dejando a Elias dormido pero a salvo.
Silencio.
—¿Está bien? —preguntó Rosalie, sorprendida.
—No sé —respondí, aún temblando—, pero solo yo puedo salvarlo... y lo haré.
De pronto, Rosalie gritó:
—¡La pared! ¡Miren!
Una parte del muro, antes intacta, ahora mostraba un pasadizo oscuro que no debería existir.
—Eso no estaba antes —murmuró Jackson.
Nathaniel encendió su linterna y alumbró el túnel. Al fondo, símbolos extraños brillaban con luz propia, y un murmullo oscuro flotaba en el aire.
—Ese lugar… nos llama —dije, sintiendo el peso de una verdad que no quería aceptar.
—¿Nos llama o te llama a ti? —preguntó Cora, con dureza.
No respondí. Porque sabía que era ambas cosas.
Blaze me apretó la mano.
—Entonces vamos contigo.
—¿Estás loca? —dijo Jackson—. No sabemos qué es eso.
—Pero sabemos que quedarnos aquí es peor —dijo Nathaniel.
Miré a todos, divididos entre miedo y determinación.
—No obligaré a nadie —dije con voz firme—. Pero yo cruzaré.
Di un paso hacia la oscuridad.
Entonces, una ráfaga de viento apagó las linternas y velas, dejando solo el tenue brillo del libro y las marcas en Nathaniel y Elias.
Unos golpes profundos resonaron desde el túnel. Golpes huecos, lentos, como huesos contra piedra.
Una figura apareció en el fondo: humanoide, pero desfigurado, sin rostro, con una boca cosida.
Blaze avanzó un paso.
—Thea… no entres sola.
—No estoy sola —respondí, apretando su mano.
De la oscuridad emergió una segunda figura.
Era yo, o al menos parecía serlo: mismos ojos, misma cicatriz, mismo pelo castaño
Pero sin alma, oscura, y terriblemente poderosa.
Sonrió, y con voz que no movía labios dijo:
—Tú eres la llave. Yo soy la cerradura.
Y entonces todo se apagó.