El eco mental de esas palabras aún vibraba dentro de mí. Luz y sombra al mismo tiempo.
No entendía cómo alguien podía ser ambas cosas. ¿No eran opuestos? ¿No se suponía que la sombra debía huir de la luz? ¿Por qué algunos me llamaban oscuridad y otros luz? ¿Y por qué esa voz lo decía como si fuera lo más natural del mundo?
Blaze me miró. Sus ojos, aunque firmes, reflejaban la misma confusión que yo sentía.
—¿Lo sentiste? —le susurré, con la garganta cerrada.
—Sí —respondió él con un hilo de voz—. Como si esa voz… viviera dentro de mí desde siempre.
Estábamos solos, pero no lo estábamos. Nathaniel, Rosalie, Jackson, Cora… todos estaban allí, y sin embargo no parecía importar. Por un instante, fue como si el tiempo se hubiese detenido solo para nosotros. Solo para ellos. La figura y Elías.
La figura seguía en pie, sosteniendo al niño con una ternura que rompía el corazón. Sus ojos, antes llenos de una calma indescriptible, comenzaron a derramar lágrimas negras. Era un contraste inquietante: una figura que irradiaba paz y poder, llorando como si llevara mil años de tristeza encima.
Y entonces, sin previo aviso, volvió a gritar.
—¡Lo salvaste! ¡Lo salvaste! —Su voz temblaba—. ¡Eso quiere decir que puedes salvarnos a todos!
Sus gritos no sonaban como los de alguien desesperado. Sonaban como los de alguien que, por primera vez en siglos, tenía esperanza. Y eso me aterraba más.
El eco de sus palabras se metió en cada rincón de mi cuerpo. Quise preguntar qué significaba, pero no pude. La garganta me ardía. Las piernas temblaban. Algo dentro de mí sabía que esas palabras no eran una metáfora. Que esa esperanza… tenía un precio.
Y ahí lo sentí, nuevamente esa voz dentro de mi cabeza. Clara, poderosa, inevitable.
"Ustedes son luz y sombra al mismo tiempo."
Blaze apretó mi mano sin mirarme. También la había escuchado otra vez.
Las raíces del suelo comenzaron a crujir. Los muros se estremecieron. Una de las paredes, la del fondo de la bodega, comenzó a resquebrajarse como un espejo roto. Una luz dorada se coló entre las grietas, y poco a poco, la piedra se desmoronó, revelando lo que había detrás.
Un arco. Alto, antiguo, cubierto de símbolos que brillaban como fuego líquido. Los símbolos parecían moverse, reptar por la superficie como si estuvieran vivos. La figura se volvió hacia él y murmuró algo, pero no pudimos oírlo. Solo ver cómo el aire alrededor del arco comenzaba a cambiar. Como si el espacio se retorciera, como si la realidad dudara de sí misma.
Y entonces, silencio.
Un silencio tan absoluto que me hizo dudar de si estaba respirando. El aire dejó de moverse. Hasta nuestros corazones, por un instante, parecieron dudar si debían seguir latiendo.
La figura colocó a Elías en el suelo con una suavidad casi ritual. Lo cubrió con una capa oscura que parecía hecha de sombras líquidas. Luego, nos miró una última vez.
Y en nuestras mentes, otra frase:
"La puerta ya está despierta… pero no todos pueden cruzarla."
Rosalie retrocedió, tocándose el pecho. Nathaniel miró a la figura como si ya supiera lo que significaba esa advertencia.
La figura extendió una mano hacia la puerta, pero antes de que pudiera tocarla…
Un sonido desgarrador rompió el aire. No era humano. No era animal. Era algo más. Algo que no debía existir.
El grito vino desde el túnel. Y con él, una ráfaga de viento helado, podrido, antiguo.
Mi cuerpo se tensó. Sentí cómo el libro, aún en mis manos, vibraba como si respirara. Como si también tuviera miedo.
—¿Qué fue eso? —susurró Blaze, apenas audible.
La figura se giró hacia el túnel. Su rostro, por primera vez, se quebró. No en terror… sino en urgencia.
"Ya los encontraron."
Esa frase, dicha sin boca, resonó en nuestras mentes con una claridad aterradora.
Y sin más, la figura desapareció. No se desvaneció. No explotó en luz. Simplemente… dejó de estar allí.
Blaze me tomó del brazo.
—Tenemos que correr. ¡Ahora!
Nathaniel gritó algo que no escuché. Rosalie y Jackson se acercaron a nosotros, pero no sabíamos hacia dónde ir. El túnel estaba tomado por la oscuridad… y la puerta parecía no haberse decidido aún si quería abrirse.
Y entonces, las sombras emergieron.
No eran cuerpos. No eran zombis. Eran más antiguas. Sombras que se arrastraban por el suelo y las paredes como tinta derramada, buscando algo. Buscándonos a nosotros.
Las raíces del suelo comenzaron a brillar. Las marcas del libro ardieron en mis manos.
Y, de pronto, todo se quebró.
Una grieta se abrió bajo nuestros pies. Sentí el tirón, el vacío, la caída.
—¡Thea! —gritó Blaze, pero ya no lo veía.
Todo se volvió oscuridad.
Caímos, sentía la presencia de Blaze cerca, aunque no lo veía.
Caímos profundo.