La Espada de la Justicia

La espada de la Justicia Por Nelson Perez

Niraka tenía veinte primaveras, y el castaño de su cabello se mezclaba con el verde de sus ojos. Su armadura de cuero y su capa roja le daban un aire aventurero, y su espada de acero y su escudo de madera eran sus fieles compañeros. Soñaba con ser un héroe, como su viejo, que ya dormía en el cielo. Le admiraba y quería seguir sus pasos, pero también le dolía el alma y le ardía su sangre por vengar su muerte.

Vivía en Maenle, una pequeña aldea de Bennlia, una región azotada por la guerra y la opresión. El monarca estrujaba el corazón del pueblo con su puño de acero, sometiéndolos a su caprichosa voluntad. Se ahogaban bajo el peso de los impuestos, las cadenas de las leyes y las heridas de los soldados. Él le odiaba y esperaba que algún día alguien lo derribara de su trono.

Compartía sus días de juventud con su madre y su hermano. Maera era una mujer bondadosa y trabajadora que cuidaba de la casa y del huerto con esmero; por otro lado, Neami era un niño de diez años, curioso e inteligente, que devoraba los libros con pasión. Les quería mucho y los protegía de cualquier amenaza. Pasaba el mayor tiempo practicando con la espada en el patio. Era muy hábil y rápido, podía vencer a cualquier adversario. A veces, se enfrentaba a otros jóvenes del pueblo, quienes lo retaban a duelo. Siempre ganaba, pero sin humillar a sus rivales, lo que lo hacía respetado y admirado por todos en el pueblo. Le veían como un líder y un amigo.

Un día, mientras practicaba con la espada, recibió una invitación. Se sorprendió al leer la carta, pero también se sintió intrigado y emocionado. ¿Qué misión sería? ¿Quién sería el contratista? ¿Tendría que ver con su padre? Niraka decidió ir al encuentro, pero antes se despidió de su madre y de su hermano, sin decirles nada sobre el trabajo. Salió al bosque, con su espada, su escudo y su capa, dispuesto a vivir una gran aventura. Caminó siguiendo las indicaciones a través del bosque: un laberinto verde, lleno de árboles, arbustos y flores. La luz de los soles se colaba entre las ramas, dibujando sombras y destellos. Escuchaba el canto de los pájaros, el susurro del viento y el murmullo del agua. Por un momento, se sintió en paz y en armonía con la naturaleza, pero no bajó la guardia ni la curiosidad por lo que iba a encontrar.

Después de una hora, llegó a un claro donde un tronco caído le servía de banco al hombre, que resultó ser un anciano envuelto en una capa gris. Él lo examinó con atención: Tenía el pelo blanco como la nieve y la barba larga como un río, y se apoyaba en un bastón de madera. Sus ojos eran azules como el cielo y profundos como el mar, y su rostro era sereno y reflejaba sabiduría. Ambos se saludaron.

—Me alegro de que hayas venido. Soy Aethian, y tengo una misión para ti.

— ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Qué misión es esa? —Se acercó al tronco para sentarse.

—Soy amigo de tu padre, y sé muchas cosas. La misión que te propongo, es la de recuperar la espada de la justicia —Metió la mano en el bolsillo, sacó un mapa y le señaló un punto.

—¿El arma que dicen tiene el poder de proteger al pueblo? ¿usted sabe dónde está y quiere que la consiga? —Lo miró con incredulidad.

—Así es, chico. Según mi investigación, está en un castillo en las montañas, custodiado por un dragón. Es una misión muy peligrosa; Puedo guiarte, pero deberás enfrentarlo solo ¿Aceptas el desafío? —Puso su huesuda mano en el hombro del joven, mientras el mayor de los soles empezaba a esconderse.

—Sí. Quiero honrar la memoria de mi padre. Quiero ser un héroe, como él.

—Muy bien. El destino nos espera. —Se levantó del tronco con dificultad, sintiéndose orgulloso de la decisión tomada por el chaval, que hizo lo mismo, y se preparó para partir hacia la cumbre.

Siguieron el sendero que le indicó Aethian. El ascenso era tortuoso y escarpado, y ambos habían decidido dejar los caballos al pie de la montaña. Durante su travesía, se toparon con una joven llamada Mhira, que huía de unos seres monstruosos con partes de lobo, oso y humano. Eran los temidos lhoboirus, que habían nacido de la corrupción del rey. El lampiño sacó el metal, dispuesto a enfrentarlos, pero el anciano le detuvo argumentando que la muchacha era sólo un señuelo, pues las criaturas habían aprendido a adoptar formas humanas. La chica se lanzó sobre él y trató de herirlo. Niraka reaccionó rápido y esquivó el ataque de Mhira que le mostró sus colmillos y sus garras, y gruñó con furia. Él levantó su espada, dispuesto a defenderse.

—No, muchacho, no la mates. Es solo una niña. Está bajo el control de la maldad —intervino el anciano, poniendo frente a él su bastón.

—¿Qué? ¿Cómo es posible? ¿Qué son los lhoboirus? -Preguntó Niraka, sacudiendo la cabeza, sus hebras bailaron al son del movimiento.

—Son seres malignos que se alimentan de la sangre y la carne de los humanos, y los convierten en sus esclavos —Explicó Aethian que había usado una especie de conjuro para paralizar a la piba.

— ¿Y qué hacemos con ella? ¿La dejamos ir? ¿La llevamos con nosotros? -Insistió aun apuntando al cuello de la poseída.

—No podemos hacer ninguna de esas cosas. Si la dejamos ir, nos seguirá y nos atacará de nuevo. Si la llevamos con nosotros, nos pondremos en peligro. Lo único que podemos hacer es liberarla. —Dijo Aethian.

— ¿Liberarla? ¿Cómo? —Preguntó Niraka.

—Con tu espada —Respondió Aethian.

Niraka miró su espada, y luego a Mhira. La chica seguía gruñendo y arañando el aire, pero también se veía asustada y confundida. Haciendo que él sintiera una mezcla de compasión y curiosidad. ¿Qué pasaría si usaba su espada sobre ella? ¿Acaso su arma tenía algún poder?

—¡Está bien! ¡Lo haré!

Colocó la punta en el pecho de la niña que se quedó quieta, y le miró con unos ojos que parecían pedir ayuda. Niraka sintió una conexión con ella y una fuerza que salía de su cuerpo hacia la espada. Entonces, sin dudarlo le dijo:



#2880 en Fantasía

En el texto hay: reflexiones, venganza

Editado: 11.01.2024

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