La Espada de las Estrellas (asesinos interestelares)

Capítulo 6 Los asesinos.

El momento trágico por fin dio alcance a los creadores de universos. Después de nunca morir, es atractiva la posibilidad de sentir el tibio abrazo que da la muerte, con su descanso renovador y eterno, pero quien evitará caer en la tentadora trampa que esconde el ángel blanco.

El guerrero invisible, obligará a los inmortales a mirar con la humilde oración del débil, lo que se niegan a ver por propia voluntad. 

 

La vida inicia cuando los seres nacen solos, sintiendo miedo, frio y dolor, en el instante diminuto del alumbramiento, que es el arranque de un camino, en ocasiones largo e incierto, que lleva a cada ser hasta la última hora de su existencia, encontrando al final de su andar, el cobijo amoroso y restaurador de la muerte.

Los Eviternos no mueren y cuando llegan a morir, también se consumen las miles de estrellas que ellos mismos crearon, con tierno cuidado.

 

El pequeño satélite donde se encuentran atrapados, el maestro Jaféluz Declón y El Príncipe Branti, es un lugar muy cálido y seco, sin vegetación ni agua. El piso de este mundo creado por Émoran, es de oro sólido y está cubierto de gemas, como si estas fueran rocas abandonadas en la ladera de un quebradizo risco.

Durante los tres días en los que los únicos habitantes del lugar permanecieron presos, el Dios del Tiempo, ha tratado infinidad de veces, hacer que cualquiera de los tres portales del piso, logre llevarlos a casa, sin buenos resultados.

Al llegar el principio del cuarto día, Liorón Rúyer, reaparece en lo alto de la columna, esta vez, con tan solo un par de anillos en los dedos y pocas pulseras en sus delgadas muñecas, pero con la misma corona.

El Jugador, ríe a carcajadas al mirar a sus invitados incómodos, recostados cada uno, en un portal. Tras la ruptura del silencio, provocada por las risas burlonas de Liorón, Jaféluz y Branti se incorporan, mirando muy molestos al peculiar personaje, que, sin dejar de burlarse camina orgulloso, tomando ocasionalmente con su mano diestra su corona, para que esta, no caiga de sus sienes.

Jaféluz Declón, sin moverse de su sitio, levanta su mano derecha y con los dedos hace señas a Liorón, indicándole que se acerque, a la vez que el Dios del Tiempo exclama indignado.

— ¿Por qué no baja un momento y discutimos el asunto que nos mantiene aquí? Creo que si lo hablamos de frente, podemos llegar a un arreglo que sea favorable para todos.

El Jugador Tramposo, se detiene en el centro de la columna, pone sus dos manos en su cintura y responde sonriente.

—Me temo que eso no es posible señor, después de todo, ¡Aquí se hace lo que yo digo!

Cambiando de actitud, Liorón observa que Branti, no se ha desgastado por la ausencia de alimentos, así que el Rey del lugar, vuelve a expresar sus deseos.

—Parece que es muy resistente el príncipe. Me pregunto si durante este corto tiempo, en verdad se alimentó con mi tesoro. —Rúyer piensa por un momento colocando los dedos de su diestra en su mentón y prosigue—. Bien, voy a andar por aquí. Si desean jugar, solo tienen que levantar ambos sus brazos y gritar veinte veces mi nombre y yo vendré. Si no me llaman, volveré en varias semanas. ¡Adiós!

Nuevamente quedaron solos el Dios del Tiempo y el Príncipe Branti. Desanimado, Jaféluz levanta los brazos y vuelve a bajarlos en un movimiento continuo, golpeando sus piernas y con enfado, dice a su discípulo.

— ¿Que se piensa ese sujeto? No podemos esperar ni tampoco puedo hacer lo que él quiere. Será mejor aprovechar el tiempo y practicar la esgrima. La rama nos servirá. ¿Te parece bien compañero?

El joven príncipe, toma su rama del Gorta y sin decir más, se pone en guardia, listo para seguir entrenando con su querido maestro, que sonriente, desenvaina a Brízaliz y se lanza con entusiasmo contra su discípulo.

Jaféluz no se da cuenta que cuando desaparecía Liorón, en realidad, solo entra en una cápsula de tiempo y que el astuto jugador, puede observar a los dos presos de su satélite, desde dentro de la cápsula, haciendo que el tiempo camine tan rápido como a Liorón le conviniera.

Después de entrar en la cápsula, Rúyer acelera el tiempo, dándose cuenta que el mortal no come ni bebe, sin embargo, no deja de practicar con la fuerte rama del Gorta como si para el muchacho, el comer, no fuera necesario.

Desesperado por esta situación, el perverso jugador, acelera el tiempo en el satélite sin salir de la cápsula, hasta que se da cuenta que el príncipe, deja de practicar y permanece acostado. Para este momento, ha pasado casi un año.

Jaféluz Declón, se encuentra recargado en la columna y el Príncipe Branti, está acostado con su real cabeza, sobre las piernas del Dios del Tiempo, quien trata de animarlo tras la larga espera en el satélite. Jaféluz dice.

—Me parece que el beneficio del fruto del Gorta, se termina y el hambre comienza a cobrar su parte. Tendré que llamar a Liorón para salir de aquí. No me gustaría verte morir en este horrible lugar querido amigo.

El joven príncipe, tratando de incorporarse, responde a su maestro muy molesto por la situación y con una voz muy tenue, deja ver el estado tan precario del noble príncipe.




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