La espera

Capítulo IV

No le recordaba, es cierto, pero en cierta manera sí lo hacía.

El amor era tan complicado como eso, querer sin saber, y sentir sin tocar. 

No sabía quién era Haim como tampoco sabía por qué su nombre resonaba por las paredes de mi mente todo el tiempo.

—Haim. —Susurraba tumbada en la cama, creyendo que cuanta más veces pronunciara su nombre más cerca de él estaría.

No sabía quién era, era cierto, pero si sabía que tenía una especie de conexión con él, con un desconocido que ni su cara recordaba. 

Sensaciones. El amor se movía por sensaciones; calor, casa, frío, incluso miedo, un miedo terrible a que a esa persona que tanto amabas se fuera, para no volver. 

Calor; días de invierno congelados de frío en pleno diciembre en un callejón perdido por alguna ciudad conocida cuyo nombre no recuerdo, o que prefiero no recordar. No puedo ver su cara, pero me veía a mi misma sonriendo, observándole mientras hablaba, creo que decía que quería ser artista. 

—¿Artista? —Yo ilusa le preguntaba. —Artista. —Repetía, o eso creo. 

Casa; le podía llamar casa el estar entre sus brazos, y por muy típico que sonara, el mundo se podía terminar que no me importaba lo más mínimo si él seguía allí conmigo. Justo en esa posición. Justo en su pecho, sus brazos envolviéndome mientras una canción antigua sonaba de fondo, una canción que no recuerdo, o que prefiero no recordar.

Frío; ahora mismo tenía mucho frío, estaba congelada, pero por muchas mantas que intentara ponerme no podía quitarme ese frío, que no era frío, era esa sensación. Esa sensación. Abracé la almohada, imaginando como hubieran sido nuestros hijos.

Miedo; tenía miedo. Mucho miedo. Más que miedo, pánico de solo pensar que no le volvería a ver nunca más, como si le hubiera visto alguna vez en mi vida. Tenía miedo de que le sucediera algo, de que pensara que fue mi culpa, pero no lo fue, ¿Verdad?

Abrí los ojos. Solté rápidamente la almohada y me incorporé en el colchón. No había nadie en la habitación. Por un momento había olvidado donde estaba, que hacía allí o quién era esa persona que rondaba mi mente. 

Solo son sueños. Me repetía una y otra vez. No es nadie. No tienes pareja y nunca la has tenido. Y aunque era cierto, algo dentro de mi se revolvía cada vez que escuchaba ese nombre.

—Buenos días princesita. —Sonó una voz dulce por el salón. —Date una ducha antes de que venga Caín que nos tenemos que ir. —Pasó con una toalla blanca envuelta en su pequeño cuerpo y me miró con una ceja levantada. —¿No me has oído? 

Asentí con una sonrisa y Sara se aproximó a ayudarme a levantarme de la cama.

—Puedo sola. —Caminé lentamente arrastrando la pierna y me adentré en el baño lleno de vapor, Sara se acababa de duchar. Odiaba ducharme por las mañanas, lo mejor era antes de dormir, para ir relajada a la cama, pero tampoco podía quejarme, y la verdad era que lo único que quería en aquellos momentos era agua caliente cayendo por mi piel.

Estuve como diez minutos debajo del agua, no más porque Sara golpeó a la puerta quejándose de que tardaba demasiado, así que me sequé rápidamente el cabello húmedo con la toalla y me fui a vestir. Y entonces me di cuenta.

—Esta no es mi ropa. —Dije a la chica que tenia enfrente, que no parecía yo, el espejo estaba lo suficiente empañado como para no reconocerme, o quise pensar eso. Observé los pantalones cortos tejanos que habían en la pica y la blusa azul. Yo nunca compraría algo así, ¿Verdad?

Salí con la toalla al salón buscando a Sara.

—Te has dejado la ropa en el baño. —Le informé. 

—Mi ropa está aquí. —Dijo señalando su cuerpo con una ceja arqueada, como si le confundiera el hecho de que pensara que esa no era mi ropa.

—No, esa no es mi ropa. 

—Es la que trajiste. 

—¿Qué yo traje ropa? ¿De dónde? —Estaba segura de que esa ropa no era mía, odiaba llevar pantalones cortos que no fueran de chándal, eran de lo más incómodos en verano. —Estoy segura que esa ropa no la he traído yo.

—Pues es la que estaba en el armario. —Dijo señalando al enorme mueble que había justo enfrente de la cama, del cual no sabía de su existencia. —Si no te gusta esa puede que hayas traído más. 

Abrí la puerta del armario y observé que era cierto, estaba lleno de ropa de mujer, pero ninguna parecía mía.

—¿Mejor? —Preguntó Sara cogiendo un top rosa del cajón. Asentí no muy convencida mientras me llevaba una falda tejana y ese mismo top al lavabo.

Unos minutos más tarde ya estaba desayunando el zumo que la misma Sara me había preparado y un bocadillo de queso. Sara era una chica muy amable y risueña, siempre estaba haciendo bromas y diciéndome cosas bonitas.



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En el texto hay: amnesia, amor, suspense

Editado: 17.07.2018

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