Siguiendo ese pasadizo, llegamos a una cripta. Y ahí estaba... Un sarcófago. Dentro, un esqueleto con un vestido de novia antiguo.
—¿Quién es? —pregunté, con un nudo en la garganta.
Ricardo me contó la historia de Elvira, la hija del hacendado, obligada a casarse sin amor y muerta de tristeza. Decían que su espíritu vagaba por la hacienda, buscando algo... o a alguien. La piel se me puso de gallina.
—Pobre Elvira —murmuré—. Debe ser horrible estar atrapada así.
Después de examinar el sarcófago y el esqueleto de Elvira, salimos de la cripta con una sensación de tristeza y misterio.
—¿Crees que la historia de Elvira sea cierta, Ricardo? —pregunté, mientras caminábamos de regreso a la hacienda.
—No lo sé, Sofía. Pero algo me dice que hay algo más detrás de esta leyenda —respondió Ricardo, con una mirada pensativa.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, intrigada.
—Creo que el espíritu de Elvira sigue vagando por la hacienda, buscando algo que le fue arrebatado en vida —comentó Ricardo, con un tono sombrío.
—¿Y crees que podamos ayudarla a encontrar la paz? —pregunté, con esperanza.
—No lo sé, Sofía. Pero si hay una posibilidad, debemos intentarlo —respondió Ricardo, con determinación.
A partir de ese día, nuestra misión se hizo más clara. No solo debíamos restaurar la hacienda, sino también ayudar al espíritu de Elvira a encontrar la paz.