Zara había nacido en una ciudad sin estrellas. A pesar de que nunca las había visto, su padre le hablaba a menudo de ellas.
__ Son velas que iluminan el cielo nocturno -solía decir-
Zara no lo comprendía. El cielo de su cuidad siempre era gris, cubierto por una nube oscura de contaminación que nunca se disipaba, ni en el más caluroso de los días. A veces al mediodía, en pleno verano, el sol se asomaba tímidamente, entre el estrato de polvo que parecía siempre adherido al aire y la niña se sorprendía admirándolo.
__ Es como una naranja grande y redonda en el cielo -comentaba en voz alta-
Y su padre reía.
__ Si te gusta el sol, te hubieran encantado las estrellas -decía- son como millones de soles en la noche, solo que muy lejanas y pequeñas.
Pero zara, seguía sin comprenderlo. ¿Quién iba a querer iluminar el cielo con velas teniendo farolas, lámparas y bombillos?, la pequeña sonreía. Sonreía porque le gustaba imaginarlo, fantasear con un cielo adornado por millones de diminutos soles, pero sobre todo, sonreía, porque aquellos eran los únicos momentos cuando su padre también lo hacía.
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Editado: 15.11.2019