La esposa de mi prometido

Vamos a casarnos

Todo era felicidad en el apartamento de María Inés, apenas faltaban 2 meses para su matrimonio con Adrián. Se conocían hacía ya 3 años en la pastelería que él tenía en el centro de la ciudad. Al principio, a María Inés no le gustaba que Adrián tuviese una hija de 14 años, pues inmediatamente pensó en la madre de esa niña, un amor que existió antes que ella, y no quería ser la sombra de alguien más, o peor aún, ser víctima de un ave Fénix.

La primera vez que Adrián la vio, quedó prendado de ella, su largo pelo negro azulado muy bien cuidado, junto a sus hermosos ojos verdes y bella sonrisa lo habían cautivado, y no podía dejar de verla. María Inés no pudo resistir esa mirada tierna y cariñosa que veía en sus ojos al observarla, y se dejó llevar por sus sentimientos, aunque había jurado no hacerlo desde su desengaño con su última pareja. Ese hombre de pelo negro ensortijado, con ojos color café y cuerpo firme la había cautivado.

Para su tercera cita, Adrián la llevó a un restaurante de comida española muy conocido en Puerto Mérida, y mientras comían, se divertían con la música en vivo del lugar. Al degustar el postre, ella le preguntó a Adrián por su hija, para conocer mejor el pasado del hombre de quién se estaba enamorando.

—Dime Adrián, ¿Dónde está la madre de Natalia?

—Ella murió hace poco más de un año en un trágico accidente, fue horrible.

—Lo siento mucho de verdad, ¿ella murió aquí mismo en Puerto Mérida?

—No, ella murió en España, nosotros vivíamos con su familia en ese entonces.

—¿Y cómo fue que decidieron venir a vivir aquí?

—No lo sé, quisimos alejarnos de todo aquello, las cosas ya no eran las mismas desde que murió la madre de Natalia.

—Y veo que elegiste bien, Natalia se ve muy feliz aquí, y la has educado muy bien, es una chica muy agradable.

—Gracias, fue muy difícil al principio esto de ser madre y padre a la vez.

—Me imagino que sí, ahora te toca lo más difícil, con lo bella que es tendrás que cuidarla de los chicos, sobre todos con los hermosos ojos que heredó de ti.

—Debo confesarte algo, en realidad Natalia no es mi hija, ella tenía 7 años cuando conocí a su madre.

—Te agradezco mucho la confianza. Natalia se ve muy feliz a tu lado, ¿ella sabe que no eres su padre?

—Por supuesto, al principio me decía Adrián, y con los años comenzó a decirme papá.

—Eso significa que has sido un buen hombre con ella, te felicito.

A María Inés le había gustado mucho ese lado de Adrián que no conocía, un hombre que había criado con amor a una niña que no era suya, y que decidió seguir siendo su padre después de que su madre muriese en ese accidente.

Poco a poco, ella se fue enamorando de él, y él de ella, y para suerte de ambos, Natalia se llevaba muy bien con María Inés. La niña alta y delgada, de cabello castaño y ojos marrones, estaba contenta de ver en los ojos de su padre aquél brillo, ese brillo de felicidad que él tenía cuando vivían en España con su madre. A Natalia le encantaba ver a María Inés las mañanas del sábado y del domingo, cuando ella se quedaba a dormir en el anexo de la pastelería donde vivían. Una mañana de domingo, mientras desayunaban, Adrián se veía muy nervioso en la mesa, y Natalia al verlo de esa manera le preguntó:

—Papá, te ves muy extraño, ¿te pasa algo?

—Bueno, es que, María Inés y yo queremos decirte algo.

—¿Pasó algo malo? –preguntó Natalia preocupada.

—No, no, no ha pasado nada malo. Es que, como lo digo, nosotros hemos decidido alquilar un apartamento para vivir juntos, ¿Qué te parece?

Los ojos de preocupación que tenía Natalia, se llenaron de felicidad, y saltando de su silla fue a abrazar a María Inés. Adrián soltó un suspiro y luego casi se cae de la silla cuando Natalia se fue arriba de él para abrazarlo llena de felicidad.

Una semana después, ya estaban viviendo en un apartamento cerca de la pastelería, y todos se llevaban muy bien. Así pasó cerca de un año, cuando antes de regresar a la pastelería, Adrián habló con su hija de hermosos ojos y pelo castaño.

—Natalia, María Inés quiere que nos casemos, y no supe cómo decirle que no.

—Pero papá, no puedes casarte con ella –dijo Natalia con una expresión de miedo en su cara.

—Entiéndeme Natalia, yo la amo y quiero hacerlo, yo voy a hablar con ella a ver de qué manera podemos arreglar las cosas.

—¿Qué pasara conmigo?

—No va a pasar nada, todo va a continuar igual que hasta ahora, tú sabes que eres mi hija y siempre te cuidaré.

Adrián se acercó a ella para abrazarla, y mientras lo hacía le dijo:

—Ahora necesito que seas fuerte, y muestres que estás alegre por nuestro compromiso, ¿podrás hacerlo?



#1952 en Otros
#473 en Relatos cortos

En el texto hay: engano, boda, compromiso

Editado: 01.03.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.