La esposa de Saturno

Capítulo 17

Dione esperaba pacientemente por el regreso de su esposo a la vida. Mientras tanto, pasaba largas horas escondiéndose de los parisinos, quienes se enteraron  de lo que ocurrió en la mansión de Constantin, gracias a quienes presenciaron la pelea, pues dieron la noticia de que la periodista estaba viva. 

La mujer en ese entonces comprendía lo que Silvain vivió mientras ella volvía a la vida; esconderse, pasar desapercibida, hacerse invisible o alterar su imagen para ser vista de otra forma y, próximamente, perseguir a Silvain hasta que llegase la hora cero. 

Para Dione, el tiempo en la Tierra corría lentamente. Esperar por su esposo para volver a casa era algo que no le agradaba mucho, pero debía hacerlo. Si el guardián jamás dejó la Tierra por esperarla, ella no lo haría.

Cansada de caminar, la mujer llegó a casa de Pier quien se encontraba diseñando un elegante traje para Mel en su próximo concierto. La periodista se ubicó en la parte externa de la ventana sin que Pier lo notase y dando unos suaves golpes al vidrio dijo —¡Salut, Pier! 

—¡Mon Dieu! Dione vas a matarme de un susto —el diseñador y presentador se acercó a la ventana permitiendo el paso de la mujer —¿Te ofrezco algo de beber? —preguntó emocionado.

—Solo un poco de agua —demandó Dione mientras observaba el trabajo de Pier —¡Que elegante! 

—¿De verdad? —habló Pier desde la cocina —Me alegra saber que estoy creando algo fabuloso. Aunque, todo lo que hago es fabuloso. 

—¡Presumido! ¿Para quién es?

Pier se acercó a Dione y le entregó el vaso con agua diciendo —Es para Mel. Tengo mucho por hacer, no solo soy su diseñador, sino que ahora me pidió ser su representante.

—Tienes una agenda bastante apretada.

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Pier mirando a Dione fijamente a los ojos. 

—Vine a saludar a un viejo amigo. 

—¡Lo sé, cariño! Y te lo agradezco. A lo que me refiero es en este planeta ¿Por qué sigues en la Tierra? 

Dione bebió el primer sorbo de agua y respondió —Debo esperar a mi esposo para volver a casa. No puedo dejarlo aquí, tiene que volver a nuestro mundo.

—¿Y cuándo pasará? —preguntó Pier lleno de curiosidad.

—Para cuando eso suceda, todos los que conozco ahora, estarán muertos. Será difícil para mí verlos partir uno por uno mientras yo sigo siendo joven. En el futuro estaré sola hasta que Silvain regrese. —comentó Dione algo cabizbaja.

—Miralo por el lado amable, verás crecer a los hijos y nietos de Normand y Marjolaine, escucharás a Mel y conservarás el sombrero que te regalé. 

—No será lo mismo, Pier.

En ese instante alguien llamó a la puerta —¡Rápido! ¡Escóndete! —decía Pier empujando a Dione hasta el interior de un enorme cofre de color café oscuro con acabados dorados que tenía en la sala —¡No salgas! —Rápidamente, Pier corrió hasta la puerta para ver de quién se trataba. 

—¡Coucou! —Mel llegó a casa del diseñador para pasar el día con él.

—Mi querida Mel, bienvenida. 

Dione permanecía al interior del cofre, pero no quería salir a menos que Pier se lo indicase. Allí dentro, la guardiana pensaba que todo aquello que padecía no era vida para ella, pero no tenía opción: debía cumplir con su deber de esperar. 

—Nena, ya puedes salir. —indicó Pier.

Lentamente, el cofre se abría mientras que Mel observaba con recelo. Fruncía el ceño y la curiosidad la dominaba, pues quería saber quién podía estar escondida en aquel cofre.

—¡Sorpresa! —exclamó Dione al salir —¡Hola, Mel!

—¿Dione? ¡Cielo santo! ¡Qué alegría verte! —Mel corrió y abrazó fuertemente a su vieja amiga mientras que la guardiana dejaba salir lágrimas debido a su condena.

Pier se percató de que Dione rompió el llanto silenciosamente y le preguntó — ¿Por qué estás llorando?

Al escuchar aquellas palabras, Mel se alejó un poco de Dione para verla —¿Estás bien?

Dione secaba sus lágrimas mientras salía del cofre —¡Oui! Es solo que estos días he estado muy sentimental. 

—Estuve hablando hace unos días con Marjolaine y sé el motivo por el que estás llorando —comentó la artista —Es duro ver a tus amigos partir a la otra vida con el correr de los años, pero anímate. Pronto volverás a casa con tu pueblo y serás feliz.

Dione sonreía mientras se tranquilizaba por las palabras de Mel —La madre de Constantin es la única responsable de todo esto. 

—Lo sabemos —comentó Mel —Aunque, todavía me cuesta creer que ese desgraciado en realidad venía de otro mundo. 

Dione pasó el resto de la tarde en casa de Pier. Al caer la noche, la mujer partió hasta la azotea de su antiguo edificio en donde se acostó para mirar la luna y las estrellas. Con la vista anclada en el firmamento nocturno, Dione pensaba en todo lo que vivió desde su renacimiento en la Tierra y por más que intentó contener el llanto, le fue imposible.

—¿Por qué? —susurraba —¿Por qué me toca vivir todo esto a mí? Solo intenté proteger mi raza y ser reportera en la Tierra —de pronto, su mirada se ancló en una lejana estrella que en realidad era Saturno —¿Con qué objeto lo hiciste, Assane? ¿Por qué el deseo de destruir a tu propio mundo? ¿Solo por tener el control cuando no estaba en tu destino gobernar? 




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