El día siguiente se sintió diferente en la mansión. Alexander se marchó a trabajar, pero no sin antes echar un último vistazo a la biblioteca. La puerta, que casi siempre estaba cerrada, ahora estaba entreabierta, como si él quisiera saber si su peculiar esposa estaba de nuevo en el taller. Kiara captó el mensaje. Él no quería que fuera a la oficina, pero la invitaba a seguir con lo que la hacía única.
Kiara pasó el día sumergida en el taller. Siguió trabajando en el robot, al que cariñosamente había bautizado como "Volkovito". Mientras soldaba y programaba, se imaginaba el asombro en el rostro de Alexander cuando lo viera terminado. La idea la motivaba más que cualquier plan de supervivencia.
Cuando Alexander regresó esa noche, la encontró dormida sobre el escritorio, con la cabeza apoyada en su brazo y un cautín en la mano. El robot, casi terminado, se erguía a su lado, con un pequeño LED parpadeando en su "pecho".
Alexander se acercó en silencio. La luz de la luna iluminaba el rostro de Kiara, revelando la expresión de paz que tenía mientras dormía. Las pecas, que él nunca había notado en la "antigua Kiara", ahora le parecían extrañamente tiernas. El ceño fruncido que la caracterizaba se había suavizado. El cabello castaño, alborotado por la siesta, le daba un aire de niña pequeña.
Se quedó observándola por un largo momento, con una mirada que ya no era de curiosidad, sino de una silenciosa fascinación. Con delicadeza, le quitó el cautín de la mano y lo dejó a un lado. Luego, tomó su chaqueta del respaldo de la silla y la puso sobre los hombros de Kiara para que no pasara frío.
Kiara se movió en su sueño y, al sentir algo suave sobre ella, se despertó. Sus ojos, aún adormilados, se abrieron de golpe al ver a Alexander de pie junto a ella.
—¿Alexander? ¿Qué... qué hora es? —preguntó, confundida.
Él la miró. Sus ojos grises, en lugar de intimidarla, ahora la hacían sentir extrañamente segura. Tomó su teléfono y escribió. La pantalla decía: "Es tardé. Deberías ir a la cama"
Kiara se levantó, sintiendo el peso de la chaqueta. El suave olor a sándalo que desprendía la hizo suspirar.
—Gracias... —murmuró, con las mejillas sonrojadas. Miró el robot y sonrió—Mañana lo termino. No le falta mucho.
Alexander asintió. Se dio la vuelta para irse, pero se detuvo en la puerta. Dejó el teléfono a un lado y, con una mano, hizo un gesto hacia su rostro, como si le estuviera señalando algo.
Kiara, sin entender, llevó su mano a su cara. Se dio cuenta de que tenía una mancha de soldadura en la mejilla. Soltó una risita avergonzada.
—Oh. Lo siento.
Alexander no se movió. Su mirada se fijó en la suya. Lentamente, alzó la mano y, con el pulgar, limpió la mancha de su mejilla. Su tacto fue tan suave que Kiara sintió una descarga eléctrica por todo el cuerpo. El silencio en la habitación era espeso, cargado de una emoción que ella no se atrevía a nombrar. Los ojos de Alexander, por un segundo, parecieron brillar con algo parecido a la ternura.
Cuando se alejó, el silencio regresó, pero ya no era frío. Era un silencio que lo decía todo. Un silencio que hablaba de un interés creciente, de un toque que rompía barreras, y de un CEO que, por primera vez, estaba viendo a su esposa como una persona, no como un nombre en un contrato. La sonrisa de Kiara, ahora, era real, no solo un acto. Había logrado que el hielo se agrietara.
🥀¿La esposa del CEO mudo? 🥀
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matrimonio por contrato, villanos como personajes principales, nueva etapa de vida
Editado: 17.09.2025