En el capítulo anterior:
Isolde muere en un accidente automovilístico mientras lee el final de La Esposa del Vampiro, una novela de romance oscuro que la obsesionaba. Al despertar, descubre que ha reencarnado en el mundo del libro, encarnando a Lilith, la esposa del temido vampiro Valerius. En la historia original, Lilith muere traicionada por su esposo, pero Isolde, con conocimiento del futuro, decide cambiar su destino. Enfrentada a un mundo de magia, criaturas sobrenaturales y un esposo que podría matarla, Isolde toma una decisión: enamorar a Valerius para sobrevivir. En su primer encuentro, la tensión entre ellos es palpable, y el deseo de cambiar el curso de la historia comienza a encenderse.
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La noche en Elaria era un susurro constante. Desde su balcón, Isolde observaba cómo las criaturas del bosque se movían entre los árboles encantados, mientras el cielo se teñía de azul profundo y la luna llena colgaba como un ojo vigilante. El aire olía a magia antigua, a secretos que susurraban desde las piedras del castillo.
Valerius no había vuelto desde su amenaza. Pero ella sabía que lo haría. Él siempre volvía.
-Lilith -susurró una voz detrás de ella.
Isolde se giró. No era Valerius. Era Maelis, la doncella de la corte nocturna, una bruja de sangre con ojos violeta y cabello plateado. En la novela, Maelis era una figura ambigua, leal solo a quien le ofreciera poder.
-No soy Lilith -dijo Isolde, sin pensar.
Maelis la observó con una sonrisa torcida, como si pudiera ver más allá de su piel.
-No aún -respondió la bruja-. Pero lo serás. O morirás intentando.
Isolde tragó saliva. El castillo estaba lleno de secretos, y ella apenas comenzaba a entenderlos. Maelis le entregó una copa de cristal con un líquido rojo oscuro.
-¿Qué es esto?
-Sangre de luna. Te ayudará a recordar lo que Lilith sabía. Magia, historia, nombres prohibidos. Pero también te mostrará lo que ella sentía por él.
Isolde dudó. ¿Quería saberlo? ¿Quería sentir lo que Lilith había sentido antes de traicionar a Valerius?
Tomó la copa. Bebió.
El mundo se volvió fuego.
Imágenes la invadieron: Lilith bailando en el Salón de las Sombras, riendo con Valerius bajo una lluvia de pétalos negros. Sus cuerpos entrelazados en la cama real, sus promesas susurradas entre besos. Y luego... la traición. Lilith entregando un pergamino al Consejo de Sangre. Valerius arrodillado, con los ojos llenos de furia y dolor.
Isolde cayó al suelo, jadeando.
-Ahora sabes -dijo Maelis-. Y ahora puedes elegir.
Horas después, Valerius entró en la habitación. Su presencia llenó el espacio como una tormenta. Isolde se levantó, aún temblando.
-¿Por qué me traicionaste? -preguntó él, sin rodeos.
-No fui yo -respondió ella-. No soy la Lilith que conociste.
Valerius se acercó, lento, como un depredador. Sus ojos rojos brillaban con intensidad.
-Entonces dime quién eres.
Isolde lo miró fijamente.
-Alguien que quiere salvarte. Y salvarse a sí misma.
Él la tomó por la muñeca, con fuerza, pero sin crueldad.
-Hay una profecía -dijo-. El Consejo de Sangre la oculta. Dice que si el corazón del vampiro se une al alma reencarnada, el ciclo se rompe. La muerte se detiene. El poder cambia.
Isolde sintió un escalofrío.
-¿Y tú crees que soy esa alma?
Valerius no respondió. En cambio, la acercó a él, sus labios rozando los de ella. El deseo era palpable, pero también el miedo. Isolde sabía que si se entregaba a él, no habría marcha atrás.
-Hazme tuya -susurró ella-. Pero no por venganza. Por amor.
Valerius la besó. Fue un beso ardiente, desesperado, lleno de siglos de dolor y pasión contenida. Sus manos recorrieron su espalda, y ella se aferró a su cuello como si su vida dependiera de ello.
La magia en la habitación se activó. Los candelabros flotaron más alto, las cortinas se agitaron sin viento, y el espejo comenzó a reflejarlos por primera vez. Juntos. Unidos.
Esa noche, Isolde no solo compartió su cuerpo con Valerius. Compartió su alma.
Pero el amanecer trajo más que luz.
Un cuervo negro entró por la ventana abierta y dejó caer un pergamino sellado con sangre. Valerius lo tomó con expresión sombría.
-El Consejo de Sangre nos convoca -dijo, sin mirar a Isolde.
-¿Por qué?
-Porque sienten el cambio. Porque saben que algo ha despertado.
Isolde se vistió con una túnica de terciopelo negro. Maelis la ayudó a trenzar su cabello, y antes de salir, le entregó un amuleto con una piedra carmesí.
-Esto protegerá tu mente. Pero no tu corazón.
El Consejo de Sangre se reunía en la Cripta de los Eternos, un lugar donde el tiempo no fluía. Allí, los vampiros más antiguos decidían el destino de Elaria. Isolde caminó junto a Valerius, sintiendo cómo la energía mágica se intensificaba a cada paso.
Al entrar, los ojos de los ancianos se clavaron en ella.
-Lilith -dijo uno de ellos, con voz como hielo quebrado.
-No soy Lilith -respondió Isolde, con firmeza.
Un murmullo recorrió la sala.
-Entonces eres la reencarnada -dijo otro-. La que puede romper el ciclo.
Valerius se adelantó.
-Ella es mía. Y yo soy suyo. El pacto está hecho.
Los ancianos se miraron entre sí. Luego, uno de ellos se levantó. Era Erasmus, el más antiguo, con ojos blancos y piel como pergamino.
-Si el pacto es verdadero, ella debe despertar. Debe mostrar su poder.
Isolde sintió cómo algo dentro de ella se agitaba. Un calor en el pecho. Una luz en la oscuridad. Extendió la mano, y sin saber cómo, invocó fuego. Llamas doradas danzaron sobre su palma, sin quemarla.
Los ancianos se inclinaron.
-La profecía se cumple -dijo Erasmus-. Pero el peligro apenas comienza.
En ese momento, el suelo tembló. Una grieta se abrió en la cripta, y de ella emergió una criatura de sombras, con ojos como carbones encendidos.