La esposa del vampiro

La Esposa del Vampiro Capítulo 3: Fuego en la sangre

En el capítulo anterior:
Tras reencarnar en el cuerpo de Lilith, Isolde comienza a descubrir los secretos del mundo de Elaria. En su primer encuentro con Valerius, el vampiro que en la novela original la asesina, ella decide cambiar su destino seduciéndolo y ganándose su confianza. Con la ayuda de Maelis, una bruja de sangre, Isolde bebe la Sangre de Luna y accede a los recuerdos de Lilith, incluyendo su traición al Consejo de Sangre. Valerius revela que existe una profecía: si el alma reencarnada se une al corazón del vampiro, el ciclo de muerte se rompe. Isolde y Valerius consuman su vínculo, despertando una magia ancestral. El Consejo los convoca y, al demostrar sus poderes, Isolde enfrenta al Guardián del Ciclo, una criatura de sombras. Lo derrota con fuego dorado, y el Consejo reconoce que la profecía ha comenzado a cumplirse.

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El fuego que Isolde había invocado en la Cripta de los Eternos no se apagó del todo. Aunque las llamas desaparecieron de su palma, algo dentro de ella seguía ardiendo. Una energía que no era suya, pero que la reconocía. Como si el alma de Lilith y la conciencia de Isolde se hubieran fundido en una sola entidad, poderosa y nueva.

Valerius la observaba en silencio mientras caminaban por los pasillos del castillo. Desde el encuentro con el Consejo de Sangre, no había dicho una palabra. Su mirada era intensa, pero distante, como si luchara contra pensamientos que no podía compartir.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Isolde, rompiendo el silencio.

—Que el fuego que mostraste no era humano. Ni vampírico. Era ancestral.

—¿Y eso qué significa?

Valerius se detuvo frente a una puerta de hierro forjado. La abrió con un gesto de su mano, revelando una sala circular con símbolos grabados en el suelo, estanterías llenas de grimorios, y cristales flotando en el aire.

—Significa que debes aprender a controlarlo —dijo él—. Antes de que te controle a ti.

Isolde entró con cautela. El aire estaba cargado de magia. Cada paso que daba hacía que los cristales vibraran, como si la reconocieran.

—Este era el salón de Lilith —explicó Valerius—. Aquí entrenaba. Aquí conspiraba.

Isolde se acercó a un espejo cubierto por un velo oscuro. Lo retiró, y por un instante, vio a Lilith. No a sí misma. A la verdadera Lilith. Su rostro era idéntico, pero sus ojos eran distintos. Fríos. Calculadores.

—¿Ella te amó alguna vez?

Valerius no respondió de inmediato. Caminó hacia una mesa cubierta de pergaminos y tomó uno. Lo desenrolló y lo colocó frente a ella.

—Lilith me deseó. Me admiró. Me manipuló. Pero nunca me amó.

Isolde sintió un nudo en el pecho. No por celos, sino por el dolor que aún vivía en él.

—Y tú… ¿puedes amar otra vez?

Valerius la miró, y por primera vez, sus ojos no eran rojos. Eran grises. Como cenizas.

—No lo sé —susurró—. Pero si puedo, será contigo.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, como un hechizo no pronunciado. Isolde se acercó a él, tomó su mano, y la colocó sobre su pecho.

—Entonces enséñame. No solo magia. Enséñame a entenderte.

Durante los días siguientes, Isolde entrenó. Aprendió a canalizar fuego, a invocar sombras, a leer antiguos lenguajes mágicos. Maelis la guiaba en secreto, revelándole los rituales que Lilith había ocultado incluso a Valerius.

Pero no todo era aprendizaje.

Una noche, mientras practicaba en el salón, un cristal estalló. De su interior emergió una figura encapuchada, con ojos como pozos sin fondo.

—La reencarnada —dijo con voz hueca—. El Consejo no permitirá que rompas el ciclo.

Isolde retrocedió, pero la figura no avanzó. Solo dejó caer un objeto: un colgante con el símbolo del Consejo de Sangre.

—Uno de ellos te ha traicionado —añadió—. Y no es quien imaginas.

La figura desapareció en humo, dejando a Isolde temblando.

Horas después, enfrentó a Valerius.

—¿Quién dentro del Consejo quiere que muera?

Valerius frunció el ceño.

—Todos tienen motivos. Pero solo uno tiene poder suficiente para invocar al Guardián del Ciclo.

—¿Erasmus?

—No. Él teme el cambio. Pero no lo combate. El traidor es Seraphine.

Isolde recordó a Seraphine: una vampira de belleza etérea, con voz dulce y mirada afilada. Había sido la única que no se inclinó ante ella en la cripta.

—¿Por qué?

—Porque ella fue amante de Lilith. Y aún la llora.

La revelación la sacudió. El pasado de Lilith era más complejo de lo que imaginaba. Y ahora, ese pasado la perseguía.

Esa noche, Isolde no pudo dormir. Caminó por los jardines del castillo, donde las flores brillaban con luz propia y los árboles susurraban nombres olvidados. Allí, encontró a Maelis.

—¿Sabías lo de Seraphine?

Maelis asintió.

—Y sabía que tú lo descubrirías. Porque tu poder no solo es fuego. Es verdad.

—¿Verdad?

—Sí. Puedes ver lo que otros ocultan. Sentir lo que otros niegan. Pero debes aceptarlo. Incluso si duele.

Isolde cerró los ojos. Sintió el fuego en su pecho. Y entonces, lo entendió. No era solo magia. Era memoria. Era amor. Era destino.

Al día siguiente, el Consejo volvió a convocarlos. Esta vez, no en la cripta, sino en el Templo de Sangre, un lugar donde los pactos se sellaban con vida.

Isolde entró con Valerius a su lado. Seraphine los esperaba, con una sonrisa que no tocaba sus ojos.

—La reencarnada ha despertado —dijo—. Pero aún no ha probado su lealtad.

—¿Lealtad a quién? —preguntó Isolde.

—A Elaria. A la sangre. A la historia.

Isolde se adelantó.

—Mi lealtad es al futuro. No al pasado.

Seraphine se tensó. Los demás miembros del Consejo murmuraron.

—Entonces que se pruebe —dijo Seraphine—. Que enfrente al Guardián. Sola.

Valerius se interpuso.

—No lo permitiré.

—No puedes protegerla siempre —respondió Seraphine—. Si es la elegida, sobrevivirá.

Isolde lo miró. Y asintió.




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