En el capítulo anterior:
Isolde comienza a entrenar sus poderes mágicos bajo la guía de Valerius y Maelis. Descubre que su fuego no es común, sino ancestral, capaz de revelar verdades ocultas. En medio de su entrenamiento, una figura encapuchada le advierte que alguien del Consejo de Sangre la ha traicionado. Valerius revela que Seraphine, antigua amante de Lilith, busca impedir que la profecía se cumpla. En el Templo de Sangre, Seraphine exige que Isolde enfrente sola al Guardián del Ciclo. Isolde lo derrota con fuego dorado, demostrando que el ciclo puede romperse. El Consejo se inclina ante ella, pero el peligro apenas comienza.
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La victoria en el Templo de Sangre no trajo paz. Trajo silencio. Y el silencio, en Elaria, era preludio de guerra.
Isolde despertó en su habitación con el pecho ardiendo. No por dolor, sino por poder. Desde que enfrentó al Guardián, su magia había cambiado. Ya no era solo fuego. Era visión. Era conexión. Podía sentir los pensamientos de quienes la rodeaban, como ecos lejanos que rozaban su mente.
Valerius la observaba desde el umbral, con los brazos cruzados y el rostro sombrío.
-Los clanes se están moviendo -dijo-. El Consejo ha perdido autoridad. Y tú... tú eres el catalizador.
-¿Catalizador de qué?
-De una guerra que lleva siglos esperando estallar.
Isolde se levantó. Se acercó a él. Tocó su rostro.
-Entonces luchemos. Juntos.
Valerius cerró los ojos. Su piel, normalmente fría, estaba tibia. Algo dentro de él también había despertado.
-Hay algo que no sabes -susurró-. Algo que Lilith nunca descubrió.
Isolde lo miró, expectante.
-Yo no nací vampiro. Fui transformado por el último Guardián. Y su sangre... aún vive en mí.
La revelación la sacudió. Valerius no era solo un vampiro. Era un vínculo viviente con la magia más antigua de Elaria.
-¿Qué significa eso?
-Que si tú eres la reencarnada... yo soy el ancla. Y si nos separan, el ciclo se reinicia.
Isolde sintió el peso del destino sobre sus hombros. No solo debía sobrevivir. Debía protegerlo.
Esa tarde, Maelis convocó a una reunión secreta en los jardines encantados. Allí, bajo la luz de lunas gemelas, se reunieron representantes de clanes mágicos: licántropos del norte, hechiceros del bosque de cristal, y las enigmáticas Sylphides, criaturas de aire que rara vez se mostraban.
-La guerra es inevitable -dijo Maelis-. Pero no tiene por qué ser sangrienta.
-¿Qué propones? -preguntó un licántropo de pelaje plateado.
-Una alianza. Bajo el fuego de Isolde. Y la sombra de Valerius.
Los murmullos se elevaron. Algunos dudaban. Otros temían.
Isolde dio un paso al frente.
-No soy Lilith. No busco poder. Busco equilibrio. Si me ayudan, les prometo que Elaria no volverá a arder.
Una Sylphide se acercó. Su cuerpo era translúcido, sus ojos como cristales flotantes.
-Te creemos. Pero debes demostrarlo.
-¿Cómo?
-Debes entrar al Bosque de los Perdidos. Allí yace el corazón de Elaria. Si lo despiertas, los clanes se unirán.
Valerius palideció.
-Ese bosque consume almas. Nadie ha salido de él.
Isolde lo miró con firmeza.
-Entonces entremos juntos.
La travesía comenzó al amanecer. El Bosque de los Perdidos era un lugar donde el tiempo se doblaba, donde los árboles susurraban nombres olvidados y las raíces atrapaban recuerdos. Isolde sentía que cada paso la acercaba a algo antiguo. Algo que la llamaba.
En el centro del bosque, encontraron un altar de piedra cubierto de runas. Sobre él, flotaba una esfera de luz roja, pulsante como un corazón.
-Es el núcleo de Elaria -dijo Valerius-. Si lo tocas, verás todo. El pasado. El futuro. El verdadero propósito de la profecía.
Isolde extendió la mano. La esfera la envolvió. Y entonces, lo vio.
Lilith, en su forma original, sellando un pacto con el Guardián. Valerius, siendo transformado por sangre oscura. El Consejo, manipulando el ciclo para mantener el poder. Y ella... Isolde... siendo elegida por la magia misma para romperlo.
Cuando despertó, estaba de rodillas. Valerius la sostenía.
-¿Lo viste?
-Todo.
-¿Y ahora qué?
Isolde se levantó. Su fuego brillaba en sus ojos.
-Ahora, los clanes deben elegir. Guerra o renacimiento.
Al regresar al castillo, los líderes esperaban. Isolde habló con voz firme.
-El ciclo fue creado por miedo. Pero el miedo ya no nos gobierna. Si me siguen, Elaria renacerá.
Uno a uno, los clanes se inclinaron. Incluso Seraphine, con lágrimas en los ojos, bajó la cabeza.
-Lilith me rompió -dijo-. Pero tú... tú me sanas.
Valerius tomó la mano de Isolde.
-Entonces que comience el nuevo pacto.
Y bajo la luna, con fuego en el aire y magia en la tierra, Isolde y Valerius sellaron la alianza que cambiaría Elaria para siempre.
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