En el capítulo anterior:
Isolde y Valerius descubren que su vínculo mágico es más profundo de lo que imaginaban: ella es la reencarnada elegida por la magia ancestral, y él, el ancla que sostiene el ciclo. Para unir a los clanes mágicos y evitar una guerra, Isolde se somete a una prueba en el Bosque de los Perdidos, donde despierta el corazón de Elaria, una esfera de fuego que revela la verdad sobre la profecía, el pasado de Lilith y los secretos del Consejo. Al regresar, los clanes se inclinan ante ella y sellan una alianza bajo su liderazgo. Pero la paz es frágil… y el peligro acecha.
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El cielo sobre Elaria se tiñó de rojo.
No era el amanecer. Era el presagio.
Desde las torres del castillo, Isolde observaba cómo columnas de humo se alzaban en el horizonte. Los clanes del sur, liderados por los Drakari, habían roto el pacto. Su líder, Lord Kael, un hechicero de sangre con ambiciones antiguas, había declarado que la profecía era una mentira y que Isolde debía ser destruida.
—La guerra ha comenzado —dijo Valerius, entrando en la sala de estrategia.
Su rostro estaba más sombrío que nunca. Desde el despertar del corazón de Elaria, algo dentro de él había cambiado. Su poder, antes contenido, comenzaba a manifestarse. Las sombras lo seguían como si fueran parte de su piel.
—¿Cuántos clanes siguen con nosotros? —preguntó Isolde.
—Cinco. Los licántropos del norte, los hechiceros del bosque de cristal, las Sylphides, los centinelas del hielo… y los vampiros de la casa de Nox.
—¿Y cuántos se han unido a Kael?
—Tres. Pero son los más violentos. Y tienen magia oscura.
Isolde cerró los ojos. Sentía el fuego en su pecho, pero también una inquietud. Algo no encajaba.
—Hay una traición —susurró—. Dentro de los clanes aliados.
Valerius la miró.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo siento. Como una grieta en la magia. Alguien está filtrando nuestros movimientos.
Maelis apareció en la puerta, con el rostro pálido.
—Confirmado. Los Drakari atacaron una caravana que solo tú y Seraphine conocían.
El silencio cayó como una losa.
—Seraphine… —dijo Isolde, con la voz quebrada.
—Pensé que había cambiado —añadió Valerius.
—No cambió. Solo fingió.
Isolde se dirigió al Salón de Sangre, donde Seraphine meditaba entre velas negras.
—¿Por qué? —preguntó Isolde, sin rodeos.
Seraphine abrió los ojos. Su mirada era fría.
—Porque Lilith me prometió un mundo donde los vampiros gobernarían. Tú ofreces equilibrio. Yo quiero dominio.
—Entonces elegiste el caos.
—Elegí la verdad.
Isolde levantó la mano. El fuego dorado brilló en su palma.
—Y yo el juicio.
Seraphine se levantó, pero no atacó. En cambio, se desvaneció en sombras. Había huido.
—La guerra será más dura de lo que imaginamos —dijo Valerius—. Y ahora, sin ella, los vampiros están divididos.
Esa noche, Isolde convocó a los líderes aliados. Bajo la luna, en el círculo de piedra, habló con voz firme.
—No luchamos por poder. Luchamos por libertad. Por romper el ciclo. Por Elaria.
Los clanes rugieron en respuesta. La alianza se mantenía. Pero el enemigo se acercaba.
Al amanecer, los ejércitos se reunieron en el Valle de los Ecos. Isolde, vestida con una túnica de fuego, lideraba la formación. Valerius, envuelto en sombras vivas, caminaba a su lado.
Y entonces, el cielo se rasgó.
Una grieta mágica se abrió sobre el valle, y de ella emergió una criatura que no pertenecía a ningún clan. Un ser de cristal y oscuridad, con alas de obsidiana y ojos como lunas rotas.
—¿Qué es eso? —preguntó Maelis, horrorizada.
—Una amenaza nueva —respondió Isolde—. Algo que despertamos al romper el ciclo.
La criatura rugió. Su voz era como mil gritos. Los soldados temblaron.
Valerius se adelantó.
—Déjenmelo a mí.
Su cuerpo se cubrió de sombras. Sus ojos brillaron como brasas. Y por primera vez, mostró su verdadero poder: el legado del Guardián.
Isolde lo observó, con el corazón en llamas. Sabía que si él usaba todo su poder, podría perderse en él.
—Valerius, no lo hagas solo —gritó.
Él la miró. Sonrió.
—No estoy solo.
Ella corrió hacia él. Juntos, invocaron fuego y sombra. La criatura se abalanzó, pero fue detenida por una explosión de luz dorada y oscuridad pura.
El valle tembló. Los clanes observaron en silencio.
Y cuando la criatura cayó, los ejércitos enemigos comenzaron a retroceder.
La guerra no había terminado. Pero el primer rugido había sido de ellos.
Isolde y Valerius se abrazaron, cubiertos de ceniza y magia.
—Lo lograremos —dijo ella.
—Sí —respondió él—. Porque ahora, somos más que destino. Somos elección.
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