La esposa del vampiro

La Esposa del Vampiro Capítulo 6: El eco de lo prohibido

En el capítulo anterior:
La guerra estalla en Elaria cuando los clanes del sur, liderados por Lord Kael, rompen el pacto y atacan. Isolde descubre que Seraphine, antigua amante de Lilith, ha traicionado la alianza. En el Valle de los Ecos, una criatura cristalina emerge de una grieta mágica, desatando el caos. Valerius revela su poder ancestral, legado del Guardián, y junto a Isolde, conjuran fuego y sombra para derrotar a la bestia. La batalla marca el inicio de una guerra que pondrá a prueba no solo sus fuerzas, sino también su vínculo y el destino de todo Elaria.

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El Valle de los Ecos había quedado en silencio, pero no en paz.

Las cenizas aún flotaban en el aire cuando Isolde descendió del promontorio, con el fuego apagado en sus manos pero encendido en su pecho. Valerius caminaba a su lado, envuelto en sombras que ya no intentaba ocultar. El poder que había liberado contra la criatura cristalina no solo lo había salvado… lo había cambiado.

—Estás más frío —susurró ella, tocando su brazo.

—Estoy más cerca de lo que fui —respondió él—. Y eso me asusta.

Isolde lo miró. En sus ojos ya no había solo deseo o dolor. Había duda. Y eso, en Valerius, era nuevo.

Al llegar al castillo, Maelis los esperaba con el rostro grave.

—Kael no se ha retirado. Solo ha cambiado de táctica.

—¿Qué hizo? —preguntó Isolde.

—Ha invocado magia prohibida. Magia que Lilith selló hace siglos.

Valerius se tensó.

—¿Dónde?

—En las Ruinas de Tharion. El lugar donde nació el primer Guardián.

Isolde sintió un escalofrío. Las Ruinas de Tharion eran más que ruinas. Eran una herida abierta en la tierra. Un lugar donde el tiempo se rompía y los recuerdos se volvían armas.

—¿Qué busca Kael allí?

Maelis bajó la voz.

—El Grimorio de Sangre. Un libro que contiene hechizos capaces de alterar la esencia de los seres mágicos. Si lo obtiene, puede convertir a sus soldados en criaturas como el Guardián… pero sin alma.

Valerius apretó los puños.

—No podemos permitirlo.

Isolde asintió.

—Iremos esta noche.

Pero no irían solos.

Los clanes aliados enviaron a sus mejores guerreros. Entre ellos, Thorne, el líder de los licántropos del norte. Alto, de pelaje plateado y mirada noble, Thorne había sido uno de los primeros en confiar en Isolde.

—Si caes —le dijo él antes de partir—, Elaria cae contigo. Pero si luchas… lucharemos contigo.

El viaje a Tharion fue oscuro. El bosque parecía susurrar advertencias, y el cielo se cubría de nubes negras que no traían lluvia, sino presagios.

Al llegar, las ruinas se alzaban como dientes rotos en la tierra. El aire estaba cargado de energía antigua, y el suelo temblaba bajo sus pies.

—Está aquí —dijo Maelis—. Lo siento.

Entraron en el templo central. Las paredes estaban cubiertas de símbolos que se movían como si respiraran. En el centro, sobre un pedestal de obsidiana, flotaba el Grimorio de Sangre.

Y frente a él… Kael.

Su cuerpo ya no era humano. Su piel era cristalina, sus ojos como brasas, y su voz… su voz era un eco múltiple.

—Llegan tarde —dijo—. El libro ya me pertenece.

Valerius avanzó.

—No mientras respire.

Kael sonrió.

—Entonces deja de hacerlo.

La batalla estalló.

Los guerreros de Kael, deformados por magia oscura, atacaron con fuerza brutal. Isolde invocó fuego, Maelis lanzó hechizos de contención, y Thorne se convirtió en lobo, desgarrando enemigos con garras de plata.

Pero Kael era más fuerte. Cada hechizo que lanzaban parecía alimentar su poder.

—¡El libro! —gritó Maelis—. ¡Debemos destruirlo!

Isolde corrió hacia el pedestal, pero Kael la interceptó. La lanzó contra una columna, y el impacto la dejó sin aliento.

Valerius rugió. Sus sombras se alzaron como serpientes, envolviendo a Kael. Pero el hechicero se liberó con una explosión de energía que hizo temblar las ruinas.

Y entonces, Thorne lo vio.

El pedestal tenía una runa oculta. Una runa que, si se activaba, destruiría el Grimorio… pero también a quien la tocara.

—¡Isolde! —gritó—. ¡Confía en mí!

Ella lo miró. Entendió.

Thorne corrió. Esquivó a Kael. Llegó al pedestal. Tocó la runa.

Una luz roja lo envolvió.

El libro se desintegró.

Kael gritó. Su cuerpo comenzó a romperse. Cristales volaron en todas direcciones. Y luego… silencio.

Thorne cayó.

Isolde corrió hacia él. Lo sostuvo entre sus brazos.

—¿Por qué lo hiciste?

Él sonrió, débil.

—Porque tú… tú eres el futuro. Y yo… solo soy el pasado que te protege.

Murió con la luna reflejada en sus ojos.

Valerius se arrodilló junto a ellos. Tocó el suelo.

—Su sacrificio no será en vano.

Maelis recogió los fragmentos del Grimorio.

—No todo se ha perdido. Algunos hechizos aún pueden ser descifrados. Pero debemos tener cuidado. Esta magia… no perdona.

Isolde se levantó. Miró las ruinas.

—Entonces aprendamos. No para destruir. Sino para sanar.

Esa noche, regresaron al castillo con el cuerpo de Thorne envuelto en fuego sagrado. Los clanes se reunieron en silencio. Y cuando Isolde habló, todos escucharon.

—La guerra aún no termina. Pero hoy, ganamos algo más que una batalla. Ganamos esperanza.

Valerius tomó su mano.

—Y perdimos miedo.

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