En el capítulo anterior: Tras la batalla en las Ruinas de Tharion, Isolde y Valerius enfrentan a Kael, quien ha invocado magia prohibida para transformarse en una criatura cristalina. El Grimorio de Sangre, fuente de ese poder, está a punto de caer en sus manos, pero Thorne, líder de los licántropos del norte, se sacrifica para destruirlo. Su muerte salva a Elaria, pero deja una herida profunda en la alianza. Valerius revela que algunos fragmentos del libro aún pueden contener secretos, y Maelis advierte que esa magia no perdona. Isolde promete que, si deben aprender de ella, será para sanar… no para destruir.
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El cielo sobre Elaria se cubrió de nubes negras el día del funeral de Thorne.
Los clanes se reunieron en el claro de los lobos, un lugar sagrado donde la tierra aún recordaba las huellas de sus ancestros. Isolde vestía una túnica de terciopelo gris, con el cabello recogido en una trenza que caía sobre su hombro. En sus manos sostenía una antorcha encendida con fuego dorado, el mismo que había usado para derrotar al Guardián.
—Hoy no despedimos a un guerrero —dijo, su voz firme pero quebrada—. Hoy despedimos a un protector. A un amigo. A un alma que eligió el sacrificio por encima del poder.
Los licántropos aullaron al cielo. El cuerpo de Thorne, envuelto en telas sagradas, fue colocado sobre una pira de madera negra. Valerius se acercó, con los ojos encendidos por una luz tenue.
—Que su alma corra libre entre las estrellas —susurró.
Isolde encendió la pira. Las llamas se elevaron, y por un instante, el fuego tomó la forma de un lobo corriendo hacia el horizonte. Los clanes guardaron silencio. Incluso el viento pareció detenerse.
Esa noche, Isolde no durmió.
En la biblioteca del castillo, rodeada por grimorios y pergaminos, examinaba los fragmentos del libro que Maelis había rescatado. Eran trozos de cuero encantado, con símbolos que se movían como si respiraran.
—Este no es solo un libro —dijo Maelis, entrando con una copa de vino oscuro—. Es un espejo. Refleja lo que somos… o lo que tememos ser.
—¿Crees que pueda revelar algo sobre mí?
Maelis la miró con intensidad.
—Creo que ya lo hizo.
Isolde frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Maelis colocó un fragmento sobre la mesa. Al tocarlo, el símbolo se iluminó y proyectó una imagen: una niña de cabello dorado, corriendo por un campo de fuego. Detrás de ella, una figura oscura la observaba. No era Valerius. No era Kael. Era… Lilith.
—No puede ser —susurró Isolde—. Esa niña… soy yo.
—No exactamente —dijo Maelis—. Es una memoria. Una semilla. El Grimorio no solo contenía hechizos. Contenía almas.
Isolde se levantó de golpe.
—¿Estás diciendo que… que yo fui creada?
Maelis negó con la cabeza.
—No creada. Elegida. Lilith sabía que su tiempo acabaría. Y dejó una parte de sí misma en el Grimorio. Una parte que buscó un cuerpo. Una vida. Una oportunidad.
Isolde sintió que el mundo giraba.
—Entonces… ¿soy Lilith?
—Eres más que ella. Eres lo que ella quiso ser. Lo que no pudo. Lo que temió.
Valerius entró en ese momento. Había escuchado todo.
—Eso explica por qué tu fuego es distinto. Por qué el ciclo se rompió contigo.
Isolde lo miró, con lágrimas en los ojos.
—¿Me odias por ello?
Él se acercó. Tomó su rostro entre las manos.
—Te amo por ello. Porque elegiste ser tú. No ella.
La revelación cambió todo.
Ya no era solo una reencarnación. Era una heredera. Una portadora de magia antigua que había sido sembrada en el mundo como una chispa de redención.
Pero no todos lo aceptarían.
Al día siguiente, los clanes se reunieron en el Salón de Piedra. Isolde compartió lo que había descubierto. Algunos se inclinaron. Otros se alejaron.
—Si esa magia vive en ti —dijo un hechicero del bosque—, ¿quién nos asegura que no nos destruirás como Lilith lo hizo?
Isolde se adelantó.
—Porque yo no soy Lilith. Y porque Thorne murió para que yo pudiera elegir.
Valerius se colocó a su lado.
—Y yo moriría para proteger esa elección.
El silencio fue absoluto.
Maelis se acercó con un nuevo pergamino.
—Hay algo más. Un hechizo incompleto. Uno que puede restaurar lo que el Grimorio destruyó. Pero requiere un sacrificio.
—¿Qué tipo de sacrificio?
—Memoria. El conjuro borra parte de quien lo lanza. Para que la magia no corrompa.
Isolde lo leyó. Era complejo. Antiguo. Pero posible.
—Lo usaré —dijo—. Si puedo sanar lo que Kael rompió, lo haré.
Valerius la detuvo.
—Y si olvidas quién eres… ¿qué quedará?
Isolde lo miró con ternura.
—Lo que importa no es recordar. Es elegir. Y yo elijo salvar Elaria.
Esa noche, bajo la luna, Isolde lanzó el hechizo.
Las llamas doradas se elevaron. Las grietas en la tierra comenzaron a cerrarse. Las criaturas deformadas por Kael se desvanecieron. El aire se volvió limpio. La magia… equilibrada.
Y cuando todo terminó, Isolde cayó de rodillas.
Valerius corrió hacia ella.
—¿Me reconoces?
Ella lo miró. Sonrió.
—No sé tu nombre… pero sé que te amo.
Él la abrazó. Las sombras se disiparon.
Y en ese abrazo, Elaria renació.
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