La esposa del vampiro

La Esposa del Vampiro Capítulo 9: Entre la llama y la carne

En el capítulo anterior:
Isolde, tras perder la memoria al lanzar un hechizo para sanar Elaria, enfrenta a Aurelian, el primer portador del ciclo, quien ha despertado del Lago de los Ecos. Aunque no recuerda su pasado, su fuego ancestral la guía. En el enfrentamiento, Isolde recupera sus recuerdos y, junto a Valerius, derrota a Aurelian con un conjuro de juicio. La amenaza se disipa, pero la profecía revela que el fuego que olvida también puede juzgar. Isolde se pregunta si su poder la define… o la consume.

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El amanecer sobre Elaria no se parecía a ninguno anterior.

Las montañas brillaban con tonos dorados, los ríos cantaban con corrientes limpias, y los árboles, antes marchitos por la guerra, florecían con hojas de fuego y cristal. El conjuro de Isolde había sanado la tierra, pero también la había transformado.

Los clanes despertaban a un mundo nuevo. Las Sylphides danzaban sobre los campos, los licántropos corrían libres sin temor, y los hechiceros del bosque de cristal reconstruían sus torres con magia renovada.

En el centro de todo, Isolde caminaba sola por el Jardín de los Renacidos.

Su fuego ya no ardía como antes. Era más suave, más silencioso. Como si la tierra misma lo hubiera absorbido. Pero dentro de ella, la pregunta persistía: ¿sigo siendo humana?

Valerius la encontró junto a un árbol de hojas doradas.

—Estás distante —dijo.

—Estoy dividida —respondió ella—. Entre lo que fui, lo que soy… y lo que podría ser.

Valerius se sentó a su lado.

—¿Temes perder tu humanidad?

—Temo que nunca la tuve.

Él tomó su mano.

—Tu humanidad no está en tu sangre. Está en tus elecciones.

Isolde lo miró. Sus ojos, aunque llenos de poder, aún sabían llorar.

—Entonces ayúdame a elegir.

Pero antes de que pudiera responder, un mensajero llegó desde el norte.

—¡Una grieta se ha abierto en el Reino de Umbra! —gritó—. ¡Y algo ha cruzado!

Umbra era un reino olvidado. Sellado siglos atrás por los Guardianes. Un lugar donde la magia se había corrompido, y los seres que la habitaban ya no eran ni vivos ni muertos.

Maelis convocó al Consejo.

—La grieta no es natural —dijo—. Fue abierta desde dentro. Y lo que ha cruzado… no es magia. Es hambre.

—¿Qué tipo de criatura? —preguntó Isolde.

Maelis bajó la voz.

—No criatura. No ejército. Una conciencia. Una voluntad. Se llama Virelith.

Valerius palideció.

—Ese nombre… lo escuché en los susurros del Grimorio.

—Porque Virelith fue la magia que Lilith no pudo controlar. La que selló en Umbra. La que ahora… busca cuerpo.

Isolde se levantó.

—¿Y si me elige a mí?

Maelis la miró con tristeza.

—Entonces deberás elegir tú primero.

Esa noche, Isolde se encerró en la Cámara de los Ecos. Allí, donde las voces del pasado aún resonaban, buscó respuestas.

—¿Soy un recipiente? —preguntó al fuego.

El fuego no respondió. Pero se transformó. Tomó la forma de Lilith.

—No eres yo —dijo la figura—. Pero llevas mi sombra. Y Virelith… lleva mi deseo.

—¿Qué desea?

—Ser eterno. Ser carne. Ser tú.

Isolde retrocedió.

—Entonces debo destruirlo.

—¿Y si al hacerlo, te destruyes también?

La figura se desvaneció.

Al día siguiente, la grieta de Umbra comenzó a expandirse. El cielo se tornó púrpura. Las aves dejaron de cantar. Y en el horizonte, una figura caminaba: alta, sin rostro, envuelta en humo.

Virelith había llegado.

Los clanes se reunieron. Pero esta vez, no para luchar. Para decidir.

—Si Isolde lo enfrenta —dijo Maelis—, puede sellarlo. Pero perderá su fuego. Su magia. Su legado.

—¿Y si no lo hace? —preguntó Valerius.

—Entonces Virelith tomará Elaria. Y todos seremos ceniza.

Isolde se adelantó.

—No quiero ser diosa. No quiero ser arma. Quiero ser libre.

Valerius se acercó.

—Entonces elige la humanidad. Y yo… elegiré estar contigo.

Isolde cerró los ojos. Sintió el fuego. Lo abrazó. Lo despidió.

Y caminó hacia Virelith.

La criatura se detuvo. Su humo se agitó.

—¿Vienes a rendirte?

—Vengo a decidir.

Isolde levantó las manos. El fuego brotó por última vez. No como arma. Como ofrenda.

—Tómalo —dijo—. Pero no me tomes a mí.

Virelith se acercó. Absorbió el fuego. Rugió. Se expandió.

Pero entonces… se quebró.

Porque el fuego no era solo poder. Era memoria. Era amor. Era sacrificio.

Virelith gritó. Se desintegró. La grieta se cerró.

Isolde cayó.

Valerius corrió hacia ella.

—¿Estás viva?

Ella abrió los ojos. Sonrió.

—Sí. Pero ya no soy fuego.

Él la abrazó.

—Eres más que eso. Eres humana.

Los clanes celebraron. Elaria renació. No por magia. Por elección.

Y en el Jardín de los Renacidos, Isolde plantó una flor.

Una flor sin fuego.

Pero con raíces profundas.

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