En el capítulo anterior: 
Caelis, una joven elegida del viento, canta una nota que no existe en la melodía original. Esta nota despierta a Seren, la primera guardiana del canto, cuya voz fue silenciada siglos atrás. Seren revela que la nota es una puerta hacia lo que aún no ha sido vivido. Los clanes comienzan a cantar juntos, formando un coro invisible que une no solo memorias, sino posibilidades. Caelis es nombrada guardiana del coro, y Elaria empieza a imaginar su futuro a través del canto.
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El amanecer sobre Elaria no trajo luz. Trajo sonido.
Una vibración suave recorría los campos, los ríos, las montañas. No era música. Era intención. El coro invisible, ahora guiado por Caelis, comenzaba a manifestarse en el paisaje.
Nyra lo sintió primero.
—La tierra está respondiendo —dijo—. No con magia. Con forma.
Ashael, que había enseñado a cantar desde el silencio, observaba cómo las piedras se movían ligeramente al ritmo de las voces. Las raíces de los árboles se entrelazaban como si escucharan una melodía subterránea.
Valerius, que aún portaba sombras suaves, se arrodilló junto a un lago.
—El agua canta —susurró—. No con voz. Con reflejo.
Isolde, que había renunciado al fuego, sintió que su cuerpo vibraba con cada nota del coro. No como poder. Como pertenencia.
Caelis convocó a los clanes.
—Hoy cantaremos juntos. No para recordar. No para imaginar. Para transformar.
Los elegidos del viento se reunieron en el Valle de Lunareth. Cada uno aportó una nota. Una pausa. Un suspiro. Y al hacerlo… el paisaje cambió.
Las colinas se elevaron suavemente. Los árboles florecieron con colores que nunca habían existido. El cielo se tornó violeta por un instante, como si el viento pintara con sonido.
Maelis lo registró todo.
—Es el primer canto colectivo que transforma el mundo —dijo—. No por hechizo. Por armonía.
Pero en medio del canto, algo ocurrió.
Una nota disonante surgió. No de Caelis. No de Nyra. De alguien que no estaba presente.
El coro se detuvo. El viento se tensó.
Ashael cerró los ojos.
—Esa nota… no pertenece. Pero tampoco es enemiga.
Lilith, que había aprendido a escuchar desde la redención, se acercó a la Biblioteca Viviente. Una columna se abrió. Dentro, un símbolo giraba en espiral inversa.
—Es una verdad oculta —dijo—. Algo que fue silenciado. No por miedo. Por protección.
Nyra cantó la nota disonante. El paisaje tembló. Y una imagen apareció en el cielo: una criatura hecha de luz y sombra, con alas de sonido y ojos que vibraban.
—¿Qué es eso? —preguntó Elian.
Ashael respondió:
—Es Melion. Una criatura que nace del canto compartido. No tiene cuerpo. Tiene melodía.
Melion descendió lentamente. No caminaba. Flotaba. Su presencia no era física. Era emocional.
Caelis se acercó.
—¿Nos escuchas?
Melion respondió con una nota que todos sintieron en el pecho. Era ternura. Era curiosidad. Era vida.
Los clanes se arrodillaron.
—Nunca hemos creado algo sin magia —dijo Maelis—. Esto… es nuevo.
Melion comenzó a recorrer Elaria. Donde pasaba, las memorias se ordenaban. Las heridas se cerraban. No por poder. Por resonancia.
Pero no todos estaban listos.
Desde las ruinas del antiguo Consejo, una figura observaba. Erasmus, que había temido el cambio, comenzó a reunir voces disonantes.
—El canto no debe crear —dijo—. Solo recordar.
Lilith lo enfrentó.
—El canto no obedece. El canto elige.
Erasmus intentó silenciar el coro. Pero Melion cantó. Una nota suave. Una nota firme. Y Erasmus… recordó.
Recordó su infancia. Su madre cantando. Su miedo al olvido.
Y lloró.
—Entonces… el canto también sana.
Nyra abrazó a Caelis.
—Has creado algo que no puede ser destruido. Porque no tiene forma. Tiene alma.
La Biblioteca entregó su mensaje:
> “Cuando el canto une, la tierra responde. 
> Cuando la disonancia revela, la verdad se libera. 
> Y cuando la melodía se convierte en criatura… el mundo canta con ella.”
Elaria no volvió a ser la misma.
Porque ahora, no solo recordaba.
Cantaba.
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